I
– Somos un pueblo extrañamente dotado por la naturaleza. Nunca me han gustado los planteamientos que tengan algo de racismo
–Pero no podemos desconocer que como chilenos provenimos de un conjunto de determinantes que escapan a nuestras manos. Accidentes geográficos, una dilatada costa, un par de cordilleras, tocar el trópico y el polo
–Nos hemos preguntado al redactar estos prolegómenos, suspendiendo el lápiz sobre la hoja de papel cubierto de líneas horizontales, por lo que hizo a los araucanos resistir por tantos siglos a los conquistadores
–No nos ha sido negado como pueblo el brillo doble, como la luna reflejada en un charco, de algunas victorias militares, de las realizaciones culturales a nivel universal
– Las convulsiones sociales, los mártires, la utopía casi al alcance de la mano. Estrangulada con el propio cordón umbilical. Abandonada en los baldíos de la historia
–La impresión que he tenido siempre es la de una especie de almácigo que necesita bastante agua y mucho sol para dar fruto
Bajo la apacible superficie de la tierra se gestan vastos movimientos
– Las clases pudientes creen a veces percibir ese rumor subterráneo entre ronquido y temblor de tierra. Que no los deja
dormir tranquilos, los hace paralizar la copa entre los dedos en medio de fiestas y reuniones sociales, con la mirada fija y como ausente
Como si un pájaro tan enorme como invisible y siniestro hubiera pasado haciendo atravesar todo el Barrio Alto de Santiago por el perímetro de una punta de sus alas
– Así de vastos y lentos, mudos durante décadas, como niños muy sanos, de gestación larga, que de pronto se lanzan a caminar
–Así de profundos y terribles suelen ser, no ya los movimientos sociales, sino incluso sus anuncios
–Ciertos desplazamientos de estructuras de poder, algunas manifestaciones culturales
No son más que el anuncio de esos movimientos subterráneos
–Como si la tierra cerca del polo Sur fuera una mujer que duerme el sueño profundo de la pesada digestión de acontecimientos históricos, luego de ingerir una buena cantidad de cauces de sangre
En la costa la mar se torna roja. Las gaviotas sobrevuelan en círculos, alborotadas
– Sus venas dejan circular esa lava ardiente que calienta su piel. Sus dedos se mueven espasmódicos en forma refleja y se queja en sueños
– Que son la vasta urdimbre de dichos, sentencias y refranes, la música creada y la poesía escrita en los cuatro rincones de
Santiago, en el extremo Norte, plano y desértico, en el extremo Sur, helado, angular y diseminado en islas
– Somos un pueblo extrañamente dotado por la naturaleza. Gozamos de una gran facilidad de adaptación a otros países, pero nunca nos mimetizamos
El carácter aventurero, el laconismo del Sur, la calma británica de algunos en el puerto, el habla rápida del Norte, su afición por la comida simple y abundante
La belleza en la mujer, los ojos rasgados oliváceos, la espesa mata de pelo, la sensualidad, los ángulos faciales
Mucho antes de la explosión feminista en Norteamérica, una flor de pétalos ambiguos, muchas señoras santiaguinas anuladas, separadas
Como lienzos que protegen girasoles incipientes contra los embates del sol y el hielo de la helada velan por el crecimiento de hijos después lanzados al mundo a cumplir las diversas tareas de los hombres
Justicia Espada fue la primer mujer médico de Chile. Magaly Honorato fue la primera torturada y muerta en una cárcel a principios de la década de los setenta
Las innúmeras mujeres mestizas de ojos grandes y amplio regazo proyectan su estirpe desde la Araucanía, desde el perfil anguloso de Inés de Suaréz, desde el mito vestido de neblina y pelo rojo de La Quintrala
Se levanta la Violeta Parra en vuelo cantante enredando en su despegue varias otras figuras matriarcales. La Gabriela Mistral niña la mira pasar sobre un cerco de piedra en el Norte Chico,
mientras camina hacia la Escuela Pública de delantal blanco y con chapes
El regazo de las señoras gordas mantenedoras de vastas familias que crecen tomadas de sus faldas con manitas chicas como pintadas por Pedro Lobos, y ojos obscuros vueltos hacia arriba en maravilla, se mancha de sangre con los acontecimientos históricos
En Coipué región del Maule, la señora Marta junto a sus hijos de pura estirpe española conservada en el jardín botánico del boldo y el espino, con un marido trabajador y borroso es el centro del poder y la vida social
Reúne cantoras y capataces en su casa de adobe de inescrutable fondo, techo lejano y ventanas diminutas
La Nilda Silva que en paz descanse trabaja de aguatera a los siete años. Se matricula sola en la escuela de los curas, ve la mar por primera vez en Tal Tal, se echa boca abajo al suelo temblando de maravilla
Cría 15 hijos y allegados. Cuida de un esposo ángel caído que sueña y musita con tesoros, que desarrolla una escultórica que es una filigrana de chatarra
Defiende a sus hijas de la prostitución con la biblia y el leño. Se muere bendiciendo a enemigos. La Parte Alta de Coquimbo se enluta
La Nana Arcaya sale de la mansión, no asiste a los bailes de sociedad, cuelga a los veinte años las zapatillas de ballet cuando Ibáñez relega al coronel su padre a Juan Fernández
Trabaja por décadas y cría dos hijos que no llegan a apagar
cierta nostalgia
Pero antes las machis retuercen una posesión convulsa, como por arte de magia se sostienen en vilo en la copa del canelo, uniendo esa raza de cara ancha y torso fuerte, de voz aguda de pájaros, con el cielo, la tierra, el sol y las montañas
Atraviesan la Cordillera los Collela Ché, que son pájaros multicolores que sostienen en vilo a su reina por los aires, una niña de siete años
Entonces los conquistadores desganados, desplazados del Perú opulento por riñas intestinas entre jefes, barbudos, en harapos, los arcabuces mohosos, se desparraman hacia el Sur en las garras de una cansina avidez
Sus ojos interiores acarician las leyendas de la Ciudad de los Césares y el cuerpo de las indias mientras se derraman rumbo al Valle Central y luego al extremo Sur
Mientras sus barraganas cocinan para ellos en improvisados fogones, y dejan secar la pólvora mojada por la última lluvia jugándose a los dados los cuatro extremos del mundo
–Han ido sembrando su estirpe doquiera se asentaban sus campamentos dejando hijos de mirada sensible y perpleja
Los cielos del Sur se estremecen en turbulencia mientras avanzan por ciénagas y selvas esas máquinas de cuatro patas cuya parte superior es de metal y escupe fuego
Para algunos Emisarios de Dios la región es el vértice inferior de un triángulo con una punta hundida en el pecho de la divinidad y la otra en la Corona de España
Ellos más tarde harán el inventario de las voces del idioma despreciado mientras discuten la teología en una atmósfera que
huele a bosta de caballo
400 mil conquistadores yacen fertilizando esa región llamada La Frontera
En los últimos años del siglo diecinueve Bulnes lanza una campaña de exterminio de araucanos. Se cruza la frontera. Se pasa a cuchillo a los mayores de ocho años
Ya que antes por dos días Caupolicán cargó un enorme leño a las espaldas. Ahora sus hijos cargan sacos de harina en las panaderías
Lautaro hizo labor de inteligencia, aprendió técnicas militares, incorporó a la lucha el caballo
Luego de serle amputadas las manos, Galvarino peleó con los muñones
Como una sementera de granos morenos arrasada a fuego que no puede quemar sus raíces se sienta esa gente a la espera en las gradas del Edificio de la Gobernación
Quinientos años no es mucho para quien mide su tiempo en estaciones y cataclismos naturales
Discurren los indios entre sus rucas en la tierra húmeda y fértil de Arauco, cuidando rebaños de gallinas que ponen huevos azules o verdosos, alimentándose de harina con agua, criando hijos de voces agudas que hablan con los pájaros y un buen día emigran a las ciudades a buscar trabajo
Manos y pies pequeños, bien formados, torso recio, ojos grandes
y pardos, el pecho levantado y la voz cantarina, la habilidad para la orfebrería y el papel indiscutible de la mujer en la religión y la vida social
El mal metabolismo para el vino
Hunden firmemente los pies en los pastos húmedos del Sur. Las cifras oficiales disminuyen el número de la población indígena. Ellos se aprestan a esperar otros dos de siglos en el mejor de los casos
II
Como una perdigonada saliendo de la escopeta de nuestra historia. Por delante el hueco en el pecho, por detrás la dispersión por los cuatro puntos cardinales
Establezcamos este paréntesis mientras recordamos los cielos claros del Norte Chico, tachonando de noche con estrellas como puños, el gris del smog en Santiago que crece envolviendo los pueblos aledaños como un joven amante abraza en sueños el cuerpo de la amada
La mujer que pasa a esa hora vendiendo machas por las calles de Coquimbo
La visión y la audición del ruido de Santiago desde la cumbre del San Cristóbal
Y se equivocan aquellos que, los que piensan que...
No se apaciguará nunca toda esta sed que nos define a todos nosotros, a gran parte de nosotros, qué acostumbrados estamos.
!Qué acostumbrados estamos!
A beber las aguas siempre verdes y frescas, a absorber por los ojos las vastas faldas de los más azules cielos
Elegidos por los astrónomos americanos y europeos, de preferencia daneses o noruegos, para construir los macizos y nunca vistos observatorios astronómicos
Mientras nosotros entrecerramos nuestros miles de ojos en este instante entre el sueño y la vigilia que nos arracima en este tan mentado valle de lágrimas
Mientras las estrellas como puños y así de cercanas pugnan por separar cada uno de nuestros innumerables párpados y meterse, aún de día, por nuestras incontables pupilas pardas hasta nuestro cerebro–quizás–colectivo
En nuestras lenguas, una similar a las aves y un poco gutural, la rapidísima del Norte, de papa en la boca, la reposada y abierta del Sur, acompañada casi siempre de una mirada ponderativa
Las leyendas dan cuerpo a mujeres como La Quintrala y tantas otras, la llorona
Mientras en algunos cafés de Santiago se produce desde los sesenta una estrella opaca y casi viva de música y sus huesos son tarcas, flautas, charangos y todo el amasijo de América al que algún día daremos forma
Mientras la voz de las mujeres como un enjambre de muchas palomas se levanta sobrevolando La Moneda, la Plaza de Armas
La timidez y la dulzura se han apoderado de estas locas desgreñadas tan pronto atravesaron el umbral de los treinta años
III
Mientras entrecerramos nuestros ojos enrojecidos luego de recorrer como un milpiés mil distintas latitudes, comiendo marisco en Bruselas, pan con paté al lado de Notre Dame, un souvlaki aquí en Montreal, unas papas fritas con ketchup aquí mismo, sesos fritos en San Sebastián
Maravillándonos del bajo precio de las putas en Barcelona y de que Madrid tenga el mismo aire en las tardes de otoño del centro de Santiago, donde el Viejo Chico Vestido de Plomo tiene su cuartel general y sale de la Bolsa de Comercio al Café Haití
Donde habla de acciones en los corrillos, admira a camareras de breve delantal blanco
Mientras mojados volvemos de bañarnos en estas aguas insípidas de aquí y desde lejos nos vemos tumbados en un pasto demasiado verde: un montón impreciso con todos los caracteres de un grupo étnico, como una manada de dragones que retoza
Nos desplazamos con los cabros a cuesta de casa en casa, de ceca en meca por Elgin Street por Sparks por Bank por las Ramblas, por el Paseo Ahumada, por los Campos Elíseos por las concentraciones contra la guerra, las peñas los cumpleaños, las farras los conciertos
Tan inconfundibles como los paquistaníes y los chinos entre quienes vivimos – también los italianos – dicho sea de paso
Hagamos un poco de tripas corazón para romper esta delgada capa de tevinil que nos ha cubierto estos últimos años
Tienes razón, aunque te has puesto un poco gordo y se te ve demasiado tranquilo últimamente
Hagamos un poco de cuenta que no han pasado los años, como pasa rajado el cabro en moto sin ninguna posibilidad etiológica de conciencia política
Pero necesitándola desde el fondo mismo de su insaciable necesidad de rebelión que le hace gritar que es el rey del universo, que lo puede todo (anda un poco volado)
Hagamos lo que podamos. Juntemos nuestras innumerables y tan dispersas manos cada cual su granito de arena
No nos avergoncemos ni miremos para otro lado cuando lloran las mujeres en las concentraciones
No murmuremos a la espalda de los que aparecen inquietos y medrosos luego de estar ausentes estos años
Ahora que la cosa tiene olor ambiguo, como un sexo abierto frente a la nariz, porque en la arena se ven los gallos
Juntemos nuestros músculos aún capaces de hacer un sinnúmero de cosas
Despojémonos los túneles mentales de tanto rollo que se nos ha ido metiendo en la cabeza
Los gorriones son universales. No dejemos de contemplar las palomas y las gaviotas de agua dulce que hay por aquí
Entre la maraña enrevesada que nos llega por amigos, los medios, el internet, otros latinos
O simple gente que sobrevivió a las avalanchas revolucionarias que de repente se abrieron como volcanes y luego se cerraron
Todavía aquí achunchados si hay que decir que en Chile no pasa nada o que pasó todo a quien nos pregunta por aquí
Mientras nuestras miríadas de fosas nasales recogen un olor como de fogatas en la noche, que viene de muy lejos y se propaga porque la tierra es redonda, y nos sentimos un poco encabritados y un poco alegres
Y de repente un montón como de bichos que teníamos adentro nos comienzan a desfilar con sus propias banderas de sindicatos o partidos
Mientras nuestras manos se crispan solas y en nuestros corazones hay como una música húmeda
Postales
Entre el bote varado (como un cuadro) cercado y acometido por gaviotas
y la mesa de la cocina cubierta de hule
sobre la que reposa el pan, el queso de cabra
y las calles empinadas de la tarde, amarillas y desiguales llenas de perros y gatos, de niños
y las calles del centro, en El Bajo
apenas visibles entre cerro y cerro
cobijadoras de la escasa vida urbana que por aquí tenemos, con jóvenes de pantalón claro
(No sabemos si los hijos de pescadores se ponen ropa deportiva.
0 si los veraneantes se tostaron en la playa)
Mientras las gaviotas graznan arriba, girando, abatiéndose sobre
la profusión de roqueríos que se lanzan al mar detrás de La Pampilla
Y los Chinos de La Tirana ensayan (se ven desde la casa que está en el cerro)
Y el viejo se sienta en el umbral de la ventana, tornando el sol ojeando revistas viejas
acumulando fuerza por los ojos sedientos de sol para seguir otro día tirando
Y los Niños lanzan garabatos en el Taller Mecánico
Y el primer frío de la noche lanza puñados de sal y azufre sobre la tiza de los huesos
Y la Señora pasa con la bolsa de las compras desde la panadería,
el boliche de Arquero, jadeando y subiendo la cuesta, como diciendo "Hasta aquí no más llegamos", con cada paso que da.
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