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Foto del escritorJorge Etcheverry

Sorguín

El sorguín no está ni ahí con la marihuana, el crack, la heroína, que proporcionan universos alternativos caros y momentáneos a las vastas masas huxleianas que inconscientemente intentan el escape al mundo de todos los días, con sus repeticiones y el gasto de la experiencia inédita que se subsume en esa vasta entropía que nos aqueja y angustia. Sus medios y educación no se lo permiten, ni su edad, entonces recurre al tinto o al otro, cuando la necesidad aprieta, a los puchitos medidos que—ojalá—no terminen por aniquilar y derrumbar su capacidad e inhalar el oxígeno vivificante. La raigambre animal y arcaica lo insta a una adicción que no es tal, esos adminículos sabiamente ingeridos y asimilados en su metabolismo le provocan no tan solo las erecciones mañaneras sino que despliegan sus sueños que por una parte a lo mejor van construyendo un universo alternativo—más de una vez le toca que los sueños se repiten, o que despierta por unas horas para luego retomar el hilo de los sueños

La sorguiña se cambió de continente sin decir agua va. Pero ya antes en una afirmación de una parte de sí misma muy meditada, no se crean, había decidido llenarse de crías, para que las ocupaciones ligadas a la maternidad no le dejaran tiempo ni energía para cumplir con su tarea—cuya ambigua naturaleza la asustaba—“ ya no están los tiempos para que nos estemos sacrificando, corriendo riesgos que no se pueden subestimar en un medio poco receptivo y a veces francamente hostil. Mejor llenarse de niños antes de que nos queme el arroz y a la postre es mejor marchitarse en el país de uno”—eso me escribió en su nota de despedida.



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