Ya no me es dado sino dormir una cuantas horas cada noche a pesar de mi avanzada edad—mis coetáneos, en el sentido que le daba el Ortega a esa palabra, están casi todos muertos, en el Patio de los Callados, aunque muchas de sus voces viven permanecen se dejan oír como una bandada de cisnes con el cuello íntegro—con orgullo menciono la pequeña victoria de unos quince días sin tabaco—dejemos hasta acá la minucia del detalle de los pormenores de una vida concreta que entra en su crepúsculo más o menos bien, toco madera, leamos ese párrafo que me mandaron y que mi hizo suspender casi la vida virtual. Se trata según su autor— cuyo nombre no voy a divulgar— de un fragmento de una extensa obra que me quiere mandar completa y que él llama poética, aunque yo tengo mis dudas:
“El horror que se despliega se expresa con una sintaxis de crucifixiones decapitaciones. Se llena de tierra lentamente la boca de los enterrados vivos. Todo un hemisferio se apresta a decorar su versión de la economía de mercado con las babas sangrientas de una boa que a lo mejor se agazapa en lo que se llamaba inconsciente colectivo. La mueca sardónica del dios de turno bebe torrentes de sangre mientras sus sacerdotes recitan los mantras sagrados ebrios de la exaltación del aniquilamiento. Esas eran las para reflexiones que me agitaban la mente cuando minuciosamente y al nivel de mis escasas posibilidades reconstruía los pasos del falso profeta. Los sueños inconfesados de millones de personas normales se alimentaban en las fogatas humanas. El sangramiento de una mujer cuya sangre era recogida en un balde. Las ejecuciones colectivas de los narcos se aliaban con las inmolaciones rituales bajo el palio de la conciencia del espectador semiadormecido con la vista fija en su tableta”
Creo personalmente que el dramatismo, la exageración en la descripción, en la representación del sufrimiento humano y animal es a la postre mucho menos eficaz y quizás sea hasta contraproducente. La imagen de una singularidad viva que padece, cuando se la presenta de una manera escueta apara que hable por sí misma, es mucho más efectiva. Ese consejo le doy a este autor primerizo, juvenil, amigo de la adjetivación, que cuando no da vida mata.
Pero no vamos a eso. Las calles de la ciudad por la que camino—bastante segura si se la compara con otras, con la mayoría de las que se despliegan por los cuatro puntos cardinales—dejan ver sin embargo la tensión oculta de muchas personas provenientes de variados países y que han llegado aquí escapando de quién sabe qué tensiones, privaciones, torturas y muertes. Ellos ejercitan sus variadas vidas, sus diversas labores, tratando de olvidar historias personales en las que prefiero no pensar, para que otra vez me sea dado poder ejercer el privilegio que son para los viejos unas horas de sueño—al amparo de esta urbe pequeña pero que crecerá, asimilará a todos estos destinos variados como una flor de muchos pétalos provenientes de todo el mundo—
Ella, la Ciudad los despojará de los vestigios míticos, telúricos, ambientales y climáticos. Preservará sus identidades en su vasto seno tecnológico y laico. Perdón por esto último. Pero como viejos que somos se nos arranca un poco la motoneta….
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