Varado como una ballena desde hace décadas, no nos quejamos cuando nos dejamos llevar por nuestro paso todavía ágil a pesar de los pícaros años, no tan pícaros, pero que no perdonan, nuestra lengua todavía trabada por el comercio de un idioma tan absolutamente(no tanto, éste es un decir) opuesto al nuestro, pero no nos quejamos, ahí en las latitudes y longitudes de dónde venimos, donde nos originamos, no nos hubiera sido posible encaramarnos a estas venerables edades, por la polución ambiental que crece mano a mano con el desarrollo de esa vasta metrópoli sin embargo apretada en un valle rodeado por cordilleras, que crece día a día, como las formas de una niña antañona, del tiempo de los abuelos se torturaba con las barbas del corsé. La locomoción particular y pública es ya una aventura en esos parajes todavía vistosos pese al (casi) absoluto desprecio por el Medio Ambiente, las dietas que o bien se componen básicamente de pan o son extremadamente abundantes en colesterólicos, engrosadores de vasos sanguíneos, hígado liquidadores, pancreato explosivos, todo el mundo fuma es difícil sustraerse, uno que ha sido marino y el vino puede ser menos que regalado. Pero esa diferencia lingüística y cultural no es tan así nomás, nos repetimos cuando caminamos adrenalínicos por esas calles casi vacías del domingo en la mañana por esta ciudad pequeña, (a medias) impoluta, bastante imperial si se toma el conjunto de los edificios del barrio cívico e las orillas de un río, encaramados en una colina y una arquitectura intencionadamente vetusta y medioeval.
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