Harina para el pan; agua y aceite para el bautizo culinario. Mezcla todo, poco a poco, en el ombligo; viejo recipiente marginal. Amasa lento, sube y baja, retuerce el magma hasta lograr la consistencia del pasado. Con el uslero sigue laborando y convierte la mezcla en paño blanco; que no trasluzca, ¿la invisibilidad qué puede llenar? No permitas que otras manos ensucien la unión; cuidado con el mal de ojo que no respeta cocina envuelta en suciedad. Y vuelve con dedos y palmas al trabajo inicial; presiona sin que llore, que no se lamente: la comida no es para lagrimear.
Churrasca pa´l chaparrón, churrasca pa´l nubarrón.
Aplana los bollos, listos para transmutar en la mesa. Con un golpe cariñoso —tú sabes cuál—, allana la redondez; la perfección del círculo, en polvo amasado, es dos veces perfección.
Calienta el aceite, mientras afuera el otoño te acomoda las hojas en posiciones imposibles de imitar. En el sartén deja que la crudeza baje al averno para revivir en miga de ángel. Si no hay mantequilla, una margarina será la compañía perfecta para el puesto del pan.
Churrasca pa´l amor, churrasca pa´l corazón.