HOJAS DE OTOÑO
Siempre que veo una hojarasca, una hojita en mi balcón o varias hojas que aplasto con mi pie en el camino, pienso en las almas que conoció.
Almas desconocidas que las escucharon crujir, las vieron volar con el viento, la tormenta o la suave brisa que a veces nos envuelve al atardecer.
Todas las tonalidades del color café y sus derivados hasta desembocar en ese café rojizo de algunos árboles cansados que las desprenden en el descanso otoñal.
Alguien de mal genio las maldice, las barre con violencia, no sabe que esas mismas hojas estuvieron en la cornisa del hospital de algún enfermo, quizás lo último que verá antes de partir, o en el cochecito de una mamá con mascarilla que pasea a su bebé por el parque, en ese camino café repleto de láminas doradas que alguien tomó o sintió caer sobre sus hombros. Los enamorados que se las regalaron mutuamente, para guardar sus cuerpecillos multiformes entre las páginas de sus libros favoritos.
Quizás esa hoja que despreciaste tenga algo de tí, quizás millones de almas dejaron un pedacito de ellas en las manos que la sostienen.
Quizás algunas pudieron ser libres y volaron muy alto para reposar en la infinitud.
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