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Writer's pictureentre parentesis

Mi primera aproximación a la muerte fue cuando murió mi abuela paterna, un once de septiembre de 1961. Esa mañana el gato amarillo se desesperó maullando en el pasillo de la vieja casona. Eran casi las nueve de la mañana y mi madre preguntó si había despertado la mamita Lala. Fui a verla y su rostro resplandecía de paz, respiraba muy bajito y parecía descansar sin dolor alguno. Corrí a avisar que dormía, mi madre vino y como vio que ese sueño profundo no era normal, partió a llamar a mi padre, por el teléfono del Retén, que quedaba justo al lado de nuestra casa.

La reacción de niño cuando ella dejó de respirar, mientras brotaban los llantos de las mujeres y mi padre aún no llegaba, fue de inusitada alegría. Porque ella estaba diáfana, bonita, sin ese dolor que no la dejaba descansar. Bajé a buscar a mis amigos del barrio y a todos les fui mostrando a mi abuelita, que ya fría y elegante reposaba sobre su lecho, cubierta por una sábana blanca, que yo sentía le molestaba en el rostro plácido. A la usanza antigua, el velorio se instaló en casa y al día siguiente, la misa y una carroza con caballos inició su último viaje terreno. No lloré, sólo le escribí un poema, la muerte viajó en el viento y derrotó a la primavera.

Mi abuela había nacido un dieciocho de septiembre al despuntar el siglo y no pudo llegar a esa fiesta con guitarras que ella disfrutaba postrada en su lecho, pero sonriente. Así fue mi primer topón con la muerte.

A continuación, dejo este hilo de poemas que han ido reflejando esta relación de irreverencia y respeto con la inexorable Madonna.



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Writer's pictureentre parentesis

Por un despeñadero,

Intentando que no se rompa

mi vaso medio lleno,

me acurruco al sol

y como un náufrago sediento

recupero el fuelle

sobrevivo al miedo

Malabarista de semáforos vacíos

Aferrado a los abrazos prohibidos

torpemente,

esgrimo una súplica,

prendo un cirio

y escarbo,

borracho arrepentido,

un evangelio

Claudico ante el horror

y tiemblo,

desprovisto de tiempo

Clausurado y restringido

se marchita mi proyecto

Estoy ordenando, sin sentido,

buhardillas que almacenan

la indescifrable soledad del siglo

Mientras, va surgiendo

a borbotones

una pena recóndita

Retumbando en escalofríos

las burdas promesas

del olvido

En un soterrado e irónico preludio

Avanzo inexorable hasta el hastío

Lamentando las ausencias que crecen

Sollozando por plazoletas

un adiós trunco

Sintiendo que los puentes

se desmoronan entre silbidos

Y los colores renuncian a la luz

La palabra tartamudea de terror

Se socava toda regla

Se disuelven los argumentos de la historia

El reloj de arena se ha volcado

Y las hormigas preparan sus imperios

La humanidad inclina sus espaldas

Y un ojo cíclope la hipnotiza y guía

Caen las gárgolas de catedrales en llamas

El oro no alcanza a comprar una puesta de sol

Los humedales se esfuman en protocolos de muerte

Las quebradas se fracturan de silencios

La penúltima página se está rasgando en impotencia

Por los cementos de las urbes se quema los pies una utopía



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Writer's pictureentre parentesis

Vamos a conversar con el corazón en la mano. Vamos a proyectar a nuestros descendientes una expresión de deseo: que sean felices y que Dios los proteja.

Aferrarnos a la oración es justo y necesario, porque quizás es una única certeza, tener fe, conscientes de nuestra debilidad, de nuestra mínima y escuálida expresión humana, creaturas en libre albedrío, buscando aprender de esa lejana grandilocuencia magnífica y misericordiosa del Padre. Él, que nos creó a su imagen y semejanza.

¡Cuánta falta hace reconciliarse con la vida! Para bajar la cabeza con humildad y pedir perdón por los desaciertos, por nuestras malas decisiones y enmendar el rumbo, en el poco tiempo que reste, para lograr una mínima cuota de paz y felicidad.

Somos incongruentes seres, que pululamos por la naturaleza queriendo poseerla, sin asumir que somos una parte ínfima de ella, que estamos siendo los causantes de su enojo y que merecemos su repudio como especie, porque nos hemos farreado la oportunidad de mantener un paraíso, de compartir el pan, de multiplicar los peces, cuidar los ríos limpios y puros que nos entregó la cordillera.

Estamos en un momento de inflexión; sabemos que queda poco de lo que conocemos, que viene un tiempo diferente, que, seguramente, no podremos comunicarnos como hasta ahora. Talvez será como volver al chonchón, las velas y los braseros, para conversar en penumbras, proteger y memorizar libros que ya casi no existirán; asumir que tendremos que recomponer la vida a nivel de sobrevivencia; pensar en el agua apetecida, necesaria, fundamental y ajena, usurpada por la codicia.

Pensar que hemos llegado a habitar ciudades inhóspitas, donde cada quien se encierra en su propia cárcel. Desconfiamos, dudamos, creamos feudos para sobrevivir. Otros, buscan arrancar de terremotos imaginando que no les alcanzará el golpe de la historia, que podrán crear islas, comunidades autónomas. Pero cuando llegue la avalancha de los desplazados, no habrá propiedad privada, no habrá fronteras, no habrá capacidad de reaccionar y los que se creyeron jaguares, esos que creyeron ser mejores que los vecinos; que arriscaban la nariz ante el humilde; ésos se verán compungidos, desnudos en la plaza pública.

¿Cómo impulsar a nuestros propios patriarcas, a nuestros propios líderes desde el individualismo a la colaboración? ¿cuántos pasarán esa prueba? ¿cuántos quedarán en el camino?

Cuántos serán los que seguirán aferrados a sus mezquindades, a sus cosas, a esas cosas que los hundirán en las ciénagas del abandono, porque para poder colaborar hay que ir con el espíritu, con la voluntad de servicio, para entregar todo lo que se pueda dar; y recibir a cambio aquello que lo fortalezca y nos haga mejores personas, en el axioma de la colaboración. Hay muchos que quedarán en el camino, auto marginados por su propio egoísmo, por sus sentimientos de superioridad frente a los comunes y corrientes, aquellos que simplemente trabajan para compartir. Son palabras revolucionarias en un mundo donde el egoísmo exacerbado mueve las palancas de la codicia y de la usura.

Veamos si somos capaces de cambiar el giro de las cosas Y asombrarnos nuevamente. Porque existe reserva moral en los ojos de nuestros niños, aún no trastocados por el ambiente que entregan los padres formados en el egoísmo más puro. Rescatemos a nuestros nietos para un mundo fraterno.




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