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Foto del escritorPaulina Correa

Amor de madre

Son las cuatro de la madrugada, la hora más oscura del planeta.

La frase no es mía, pero es la hora, mi departamento está profundamente oscuro.

Llevo un rato sentada en el viejo sillón de mi madre, inmóvil.

Reconozco que cuando ella murió no quería traerlo conmigo, sin embargo era parte de mi niñez, mudo testigo de demasiados momentos, la mayoría terribles.

Algo de masoquismo me impulso a traerlo, igual que los otros objetos que finalmente rescate, lo demás se regaló todo.

El desfile de cosas que salieron del departamento fue infinito, la ropa, su ropa, como el vestuario de una obra que terminaba, zapatos que la habían acompañado en su paso ágil y decidido, tacos altos, bamboleantes y sinuosos, cuando ella quería.

Patadas firmes que me llegaban en mi cuerpo de niña, junto a insultos aún más firmes de su boca, pintada con rouge de colores sólidos, marcados.

Amor de madre, lo pienso en medio de la oscuridad, veo sus ojos verdes y felinos y un escalofrío recorre mi espalda.

Sobre la mesa, los anillos que ella usaba, el sutil brillo del oro, el resplandor de los brillantes, recuerdo el roce sobre mi mejilla, un golpe tras otro.

Santiago no despierta aún, me visto y salgo a la calle, el taxi me lleva rápido en medio de la ciudad desierta.

Las cuentas claras, el deber ser, el perdón, todo junto me da vueltas.

Llego a mi destino, ya va a clarear, me cuelo con los trabajadores que entran a esa hora, el cementerio general está en paz, aún no hay deudos ni recién llegados.

Conozco el camino casi a ciegas, trato de evadir los insectos que a esa hora se adueñan del piso, apuro el tranco y paso sobre ellos, a lo lejos veo la tumba familiar.

Bajo el castaño diviso la lápida, los nombres escritos, mis abuelos, mi madre.

El sol sigue sin salir, siento un frío horrible, miro fijamente esa losa bajo la cual está toda mi familia, y bajo la que no quiero estar jamás, la idea de pasar mi muerte junto a mi madre sería un espanto eterno.

Presiento que mis abuelos tratan de contenerme, como entonces, de impedir que le diga todo lo que pienso de ella, que declare aquí todo el odio que puedo tener por tu amor de madre, por esa locura tuya, por esa vida de familia que nunca fue.

Hablo, hablo y lloró, y te digo todo lo que siento y sentí, tengo miedo de que salgas y me ataques, enceguecida como siempre en tus propias agonías, miedo.

Cuando termino, ya clarea, no me quedan palabras.

Comienza a llover, las hojas vuelan, el viento pasa raudo por las calles de la muerte.

Espero, no sé qué, ya no hay nada, comienzo el retorno lento y pesado hacia la salida, la lluvia recrudece, un trueno vibra en el cielo.

Mis zapatos se llenan de lodo y agua, me encamino por el patio histórico, el pelo y el cuerpo empapado, un segundo trueno seguido de un rayo, el viento arrecia, me apresuro, doblo camino a la salida, me apego a los mausoleos para escapar de la lluvia.

Un segundo, solo un segundo, un gato pasa entre mis piernas, pierdo pie, caigo, siento el aire helado, caigo y un dolor seco me recibe en el suelo, siento pánico, la sangre calienta mi cuerpo, la reja me atraviesa, grito, nadie me oye, no quiero perder el sentido.

Amor de madre, el gato esta junto a mí y lame la sangre de mi herida, esta vez me oíste al fin.


PARTE DE LA ANTOLOGÍA MATERNIDAD

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