top of page
Buscar
Foto del escritorPaulina Correa

Culpa

Sentía hundirse la arena bajo sus pies, la sensación era de un agradable cosquilleo, el sol ya se había escondido y el olor a mar lo ponía contento.

La invitación había sido a pasar un fin de semana frente al mar, Renato era un ser de oficina, de interiores, su cuerpo se había acomodado con los años a esos espacios protegidos y poco sabía de la naturaleza, sin embargo la admiraba.

Un amigo lo había invitado a su casa en la playa, un lugar apartado en medio del borde costero, esperaba que fuera un lugar salvaje, rústico.

Parado en medio de la oscuridad, descubría que sus sentidos eran algo torpes en ese medio, sentía frío. Habían caminado varios kilómetros, al parecer un punto de la playa, vacía e invernal, era mejor que otro para la maniobra que iban a realizar, sentía el peso de los implementos de pesca que llevaba, y además un sutil desasosiego se iba instalando en su espíritu .

Por el contrario, Horacio, su amigo, estaba entusiasmado, le explicaba cómo debían actuar, corría con agilidad, esperaba que las olas se retiraran, para dejar al descubierto las jaibas, que inocentes avanzaban hacía la playa.

Un instinto ancestral las llevaba a salir a esa hora a deambular en busca de alimento.

Los escarceos para lograr atraparlas no fueron pocos, las pequeñas pero cortantes pinzas defendían a sus dueñas, algunas lograban escapar, otras en cambio colgaban furiosas hasta caer en el balde.

El episodio era eterno, Renato veía con horror como el balde se llenaba y los intentos de los animales por escapar.

Su amigo satisfecho calculaba como las prepararía al almuerzo.

La descripción del proceso para cocinarlas lo descompuso, en particular el hecho de que serían hervidas vivas supero su tolerancia.

En el camino a la casa trato de darle visos de racionalidad a la situación, recordó las veces que en algún restaurante había comido pastel de jaiba, incluso la imagen de alguna pescadería en que se las exhibía ya cocinadas.

No funcionó, nada le trajo paz a su conciencia.

Hubiera sido tan fácil comer en algún lugar cercano, quizás cocinar pasta, relajado tomar un buen vino y mirar el mar, pero no.

Con la excusa de cambiar su ropa mojada, evito ver las primeras maniobras en la cocina, pero pronto un olor denso inundo la casa y se dio cuenta que los animales ya habían sido faenados.

Durante la noche durmió inquieto, ni aún con la ventana abierta logro desviar el olor que provenía de la cocina y que parecía invadirlo.

El remordimiento de haber participado en la captura lo sobrecogía.

Al día siguiente, al almuerzo, tuvo que pasar por una clase detallada de cómo trozar la jaiba, la que fue seguida por una demostración que bordeaba en la reseña de anatomía.

Al ver al animal abierto pudo apreciar la perfección de los sistemas de su cuerpo, todo encajaba como en la máquina de un reloj, pequeños conductos filtraban la arena, se podía reconocer los órganos.

Ese ser perfecto, acaba de ser destrozado para sustraer solo unos gramos de carne blanca y desechar lo demás.

La reflexión lo sorprendió, nunca había sido animalista, comía razonablemente bien, omnívoro, no se privaba de experiencias culinarias novedosas, pero en este caso el asunto había sido matar, y él era un cómplice.

Mientras Horacio continuaba con la explicación y finalmente le pasaba una jaiba para que la trozara,comenzó a sentir un odio descontrolado, asumió que toda la experiencia era una forma de tortura a que se lo sometía, que violentaba su naturaleza.

Decidió no discutir el tema, salió a caminar para calmarse, se recostó frente al mar.

EL sueño lo invadió, la tensión había sido mucha y se perdió en un profundo trance.

La noche está por caer, la marea sube, Renato despierta y observa las jaibas entre las olas, la luna ilumina la playa, decidido avanza hacia al mar, el oleaje lo cubre, a los lejos ve a Horacio comenzando su caza nocturna.

Él se aleja nadando y por fin hunde su caparazón en el acogedor fondo marino.


2 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


bottom of page