El mármol del hall corporativo era blanco, perlado, con una luminosidad especial, quizás queriendo escenificar la entrada al paraíso. Amable, una división de empresas incorporadas, rezaba el slogan institucional.
Un hilillo rojo avanza entre las junturas de las baldosas, su carrera lo conduce a la vía pública, quiere salir del edificio corporativo, alcanzar la libertad, pero un nervioso movimiento de trapero lo deja convertido en una nube rosa.
La situación se ha vuelto incontrolable para los guardias, el hall lleno de gente, las cámaras grabando el caos, el jefe viendo todo desde la sala central, cada expresión de pena, de horror, de perplejidad.
El celular próximo al cuerpo da unos saltos, la caída no había arruinado su tecnología de punta, da aviso de mensaje, nadie le presta atención.
La discusión entre el prevencionista y el tipo de la ambulancia ha subido de tono, que no, que no se lo llevan, que la mutual no cubre esto, que llamen a la Posta. El hombre se ha tomado calmantes en cantidad, la caída no es un accidente, el protocolo es clarísimo.
El piso se siente acogedor, la angustia ha desaparecido, los colores son luminosos, nunca se había fijado en lo linda de la escalera, el detalle de la claraboya, la luz.
Los del turno entrante, ocupan algunos minutos en ver que ocurre, luego sacan las credenciales, marcan y se ubican en sus puestos de trabajo.
Aire profesional, exacto el número de minutos por atención de cliente, sin alterar el tono de la voz, sin inflexiones, con calma. Ya sabes, escuchan los supervisores, un respiro, una inhalación interpretada como disgusto y estás perdido, no discutas, se te suman minutos, te descuentan, baja la evaluación, a la primera te pagan sólo el sueldo mínimo, a la segunda te echan.
Los nuevos se notan, el miedo, la clienta habla y no hay forma de pararla, si sigue pasará de los minutos promedio, no habrá bono, Dios mío, que no estén oyendo, voy a cortar, lo haré.
Alguien lee la credencial, Cárcamo, repiten en voz alta, es Cárcamo. No siente voces conocidas, sus compañeros están dentro,conectados. No saben que ahí afuera está Cárcamo, tendido, sonriente.
Ha superado los minutos permitidos para ir al baño, algunos pasan, nadie se detiene a preguntar, sus propios minutos están corriendo.
La idea era simple, si estuviera enfermo, con licencia, no lo podrían evaluar y entonces, por unos días se iría la angustia, por unos días dormiría, dormir, tanto medicamento y no lograba dormir.La escalera, el borde, la luz, una caída suave, quizás fracturarse un pie, algo que no pudieran cuestionar, algo evidente.
Entonces el cuerpo se eleva sin prisa, con gusto, sin cálculo, para lanzarse al vacío por la caja de escaleras, grande, moderna, amplia. Cuando el paramédico le pregunta si ha tomado algo dice que solo algo para calmarse. La ambulancia de la mutual se va.
En el rincón el prevencionista habla por celular con el gerente de personas, discuten sobre el alza de los índices de accidentabilidad y que ya pronto lo sacarán del hall.
Cárcamo tiene de sueño, siente ganas de salir de la luz que comienza a molestarle, pero no puede. Se escucha la sirena de la ambulancia, en el hall sólo el guardia y el prevencionista, en el piso Cárcamo ya se fue, ya no cuenta minutos, ya no vuelve.
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