Mi hermano cayó preso.
Son las diez de la noche cuando llaman a mi madre, me pide que la acompañe, tomamos un uber, no hablamos, me toma de la mano, la calle en sombras, varias luminarias apagadas y los semáforos sin funcionar.
Por el Parque Forestal barricadas que resplandecen a lo lejos, la gente pasa en las sombras, corriendo, otros parados en medio de la avenida enfrentan algo invisible.
Mi hermano, Luis, tiene dieciocho años, cuatro más que yo, mi mejor amigo, es la persona que más quiero después de mi madre.
La angustia empieza a invadirme y siento un temblor en mis piernas.
Reviso una y otra vez en mi celular si tengo mensajes de él, el último es para decirme que cuando volviera repasaríamos matemáticas.
Esa tarde se despidió como todos los días en los últimos meses. Iba con sus amigos, insistí en acompañarlo, pero como siempre también, me dijeron que eran muy chico.
La entrada a la comisaría no es como yo esperaba, al final de un largo callejón perpendicular a la calle Moneda se vislumbra un portón y al costado la entrada a la sala de guardia.
Mi madre respira profundo, se acerca a la barrera, tratando de estar serena le pregunta al policía qué hacer y da el nombre de mi hermano.
El hombre revisa una lista, debemos esperar, no ha llegado, primero pasan por la posta a constatar lesiones.
La posibilidad de que esté herido pasa ante nuestros ojos, nos sentamos en la escalinata de un edificio frente a la comisaría sin decir nada.
Medianoche, a pesar de ser primavera empieza a refrescar,me acerco a mi madre y compartimos un poco de calor.
Sentados ahí miramos al grupo que espera alrededor de la barrera, algunos discuten con los guardias, otros como nosotros esperaban en silencio.
Cerca de la una de la mañana llega un furgón, los detenidos bajan esposados y engrillados entre sí.
Un policía entrega la nómina a la guardia, en medio del grupo mi hermano y dos de sus amigos, no podemos acercarnos, él y mi madre se miran.
Son ya las tres y han llegado unos hombres de chaquetas amarillas, observadores de derechos humanos, entran a ver a los detenidos, mi madre les ha da su nombre y una foto de Luis.
Se ha quedado de pie esperando, con ese gesto que se instaló en su rostro desde que todo esto empezó.
Como yo ahora, acompaño de niña a su madre a buscar a su padre a mil lugares para solo encontrar historias sin ni siquiera un cuerpo.
Ahora tiene esa mirada de niña y madre, esa postura de su cuerpo de quien se prepara para un golpe que va a venir.
Siempre nos ha tratado como si fuéramos pequeños aún, dice que yo apenas empiezo la adolescencia, ella trabaja todo el día y aún así llega a compartir con nosotros, nos ha enseñado a ser alegres y seguir adelante ante cualquier obstáculo.
Somos su única familia, de su pasado y de los ausentes casi no habla, pero en estos días todos ellos han entrado a nuestra casa, fantasmas que parecen querer llevarse a Luis.
El hombre de amarillo se nos acerca, mi hermano está bien, solo lesiones al momento de la detención, mi madre le hace preguntas, no logro entender todo lo que dicen, me queda claro que deberemos esperar más aún.
Luis cuando regresa a casa desde el centro viene cansado, se ducha largamente, se tira en la cama y se queda con la mirada perdida hasta que yo comienzo a preguntar, no me dice todo lo que pasa allá, lo sé, cree que no tengo edad.
A veces viene con sus amigos, llegan acelerados, hablan entre ellos, pasan por el rito del baño para sacar el olor de las bombas lacrimógenas o el líquido que les han lanzado, se instalan en la cocina y comen con ansías, como queriendo apaciguar los nervios, yo los oigo con atención.
Mi madre llega del trabajo y si Luis no está lo espera cocinando, se empeña en ocupar el tiempo, ordenado todo, con la mirada perdida, quizás allá en la plaza Baquedano.
Ella nos adoptó a los dos, pequeños, de tres meses, los dos del SENAME, tenemos conciencia de ello desde siempre, y quizás por eso nuestra madre lo es de una manera absoluta, ella nos eligió.
Luis y yo hemos estudiado en un buen colegio, hemos tenido una buena vida, todo el cariño y la preocupación, somos afortunados.
El primer día que mi hermano salió a la plaza, me dijo, se lo debemos a los que no pudieron salir de ahí, a los que se quedaron , a los que no tienen lo que nosotros ahora.
Yo hubiera preferido que él se hubiera quedado conmigo, la ciudad entera estaba enloquecida, llena de sonidos, imágenes, cargada de la emoción de la gente, pero él partió.
Cuando mi madre llegó de la calle y le dije que Luis estaba allá afuera comenzó a llamarlo, pero no contestó.
Ese primer día esperamos juntos su retorno, así como hoy aquí en la puerta del cuartel.
Está empezando a clarear, unos pocos han sido liberados, cada vez mi madre se ha parado y he visto el desconsuelo de no verlo entre ellos.
Ahora se ha quedado dormida en el portal, abrazada a su cartera, trato de no despertarla y avanzó a la barrera solo, el policía de guardia y yo frente a frente, sostenemos la mirada, separados por menos de un metro, nos quedamos un rato así, ahora a la luz del día veo que debe tener unos veinte años, ha pasado la noche ahí, igual que yo al otro lado de la vereda.
Al fondo de la calle veo a mi hermano,avanza solo por el callejón, quiero correr a encontrarlo pero no puedo, se hace eterno su paso al otro lado de la barrera, me abraza, callados nos acercamos a nuestra madre.
Luis le acaricia el pelo, así ahí la vemos envejecida,la despierta con un beso en la mejilla, ella nos mira y llora, llora como no lo ha hecho en toda la noche, Luis la sostiene en su brazos, yo veo a mi hermano y se ve ya un hombre, caminamos por la calle desierta, èl la lleva del hombro y a mi de la mano.
En la Alameda tomamos un bus, al pasar ahí sentados lo que ocurre fuera parece casi ajeno, algunos tumultos lejanos, un helicóptero y el sonido de patrullas, a mi lado mi madre acaricia el rostro de mi hermano.
Al llegar a la casa los dos se encierran a hablar, me dejan para que duerma, como un niño.
Mañana mi hermano volverá a salir, ésta vez no lo dejaré ir solo.
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