Signo de los tiempos, espero un uber en medio del frío matinal, demora y como el mercado es cruel, cancelo, tomo un taxi que va pasando, a fin de cuentas el viejo modo de hacer las cosas aún funciona.
Es domingo, la calle está medio vacía, solo pasan esos tipos insufribles que salen a correr sin destino, uno de los vicios modernos.
Cuando le indico mi destino al taxista se hace un silencio incomodo, nada de comentarios sobre el clima, el fútbol, ni una palabra.
Los medios se han encargado de informar que el acto del candidato será en el teatro Caupolicán, así que ahora en su mente me debe estar maldiciendo, se debe imaginar cosas horrendas sobre mí, y el esfuerzo por no insultarme lo tiene tenso, manejando callado.
Sonrío, si, quizás estás adivinando algunas cosas de mí, pienso, pero nunca las suficientes.
Me sumerjo en el celular, en wasap ya hay comentarios de la organización del acto, los primeros compañeros llegaron a las seis y media, viejas manías de cuadros, revisar todo, ordenar, los mismos tipos trabajadores de siempre.
Hay cerco policial alrededor del teatro, no queda otra que caminar el último tramo, me parece un mal chiste, años atrás a esta hora la calle habría estado llena de partidarios cantando, gritando, enardecidos antes del acto, hoy es solo una calle vacía de invierno.
Me acerco a la entrada, los compañeros de control tienen todo ordenado, como siempre, no dejarán pasar ni a su madre sin la invitación para platea, me reconocen, cumplo y paso mi tarjeta, me detengo a saludar a varios, son de base, gente de comunales, gente que hace la pelea por no perder la fe.
Los jóvenes pasan distribuyendo banderas, alegres, entusiasmados, pienso que son inmunes a la realidad, a la crisis, a la crítica, me gustaría pensar que no es falta de inteligencia, que es idealismo, pero quizás es el más feroz pragmatismo.
El ciclo de la política no los afecta como a los viejos, en cada elección presidencial ellos van aprendiendo el juego, perfeccionando sus movimientos.
Por su edad, podrán ver cinco o seis presidentes pasar, antes de volverse desechables, de esos gobiernos la mitad serán de nuestras filas, la brutal alternancia en el poder, así que hoy están relajados. Si perdemos en cuatro años más ya tendrán edad para cargos mejores, solo deben esperar.
Mi generación va de salida, el que ya no fue ministro, subsecretario o jefe de servicio, ya no lo fue, el próximo no será un Presidente nuestro, y para el siguiente nos tratarán como ancianos.
En la platea todos se muestran y son vistos, a pesar del frío todos tratan de lucir distendidos, entusiastas, arriba en galería, la gente los observa, gritos de los votantes fieles de algunos personajes como saludo, lienzos, viejos cánticos.
El candidato debe llegar en dos horas, mientras el ambiente se prepara, decido quedarme atrás de las celebridades, ya he saludado a quiénes debían verme, la música comienza, los locutores animan a la gente, hacen el milagro de crear ambiente.
A lo lejos veo a Fernández, me saluda con un gesto.
A esta distancia se le ve cansado, recuerdo cuando éramos jóvenes militantes, su solidez moral, su solvencia ideológica, todos lo admirábamos, estuvo detenido en el Estadio Nacional, luego lo trasladaron a otros centros, paso torturas, no se quiso ir del país como otros, se quedo, insistió tozudamente hasta que se acabó la dictadura, pasó años viviendo mal, sin empleo fijo, pero sobrevivió.
En la pasada Fernández perdió a su compañera, nunca apareció, tuvieron un hijo que criaron los abuelos y que hoy no comprende nada de lo que Fernández hizo, la vida es así.
Al menos tuvo mujer e hijo, yo hice de la política mi vida y de los compañeros la familia, así me quedé sola, sin nadie al llegar a casa.
Él y yo hemos trabajado en varias campañas juntos, lo nuestro es organizar, armar equipos, hacer milagros con el dinero, soportar las presiones de los candidatos a diputados y senadores que piden y piden, y ahora para colmo hacernos cargo de que todo cuadre y se rinda, que todo pase la prueba de la blancura, nadie quiere más problemas.
Fernández y yo siempre hemos estado en segundo plano, figuras que deben ser oscuras, pero eficientes.
En esta presidencial nuevamente debemos poner toda la máquina a rodar, aunque nuestra fe en el candidato sea mínima.
Hace una semana llegó la remesa de fondos mayor, la que cubrirá los gastos más importantes, son meses en que debemos manejar todo bien.
Con Fernández hicimos nuestra propuesta de administración, y se la presentamos al comando central, no hicieron muchas preguntas, el ánimo no es precisamente triunfalista, las apuestas están más bien en la parlamentaria, a la salida los dos nos fuimos a tomar un café, el entusiasmo por el suelo.
Hace tres días Fernández llegó a mi casa sin previo aviso, estuvimos hablando hasta la madrugada, repasamos nuestras vidas, tomamos un buen tinto, recordamos tiempos mejores, imposible no caer en comentarios depresivos, el país que vivimos sin duda no es el que soñamos.
El candidato llega, la gente grita, el hombre saluda a los próceres antes de subir al escenario, se hace el silencio, un joven ha comenzado a tocar en violín el Pueblo Unido, se me hace un nudo en la garganta, la gente canta, no soporto más y me abro paso a la salida.
No voy a oír el discurso esta vez, no habrá promesas que me hagan quedarme.
En mi casa demoró poco, tomo mi maleta y parto al aeropuerto, no tenía nada más que hacer ahí.
El aeropuerto está tranquilo, una tarde de domingo en invierno, embarco mi maleta, pasó policía internacional, me siento en un café, saco mi tarjeta de embarque, verifico la puerta, me pongo a esperar.
Es extraña la vida, los momentos importantes no tienen un brillo particular, si no ese mismo ritmo corriente de la rutina.
Son las cinco de la tarde, me conecto desde mi celular, es increíble la tecnología, digito, ingreso, lo hago una segunda vez, remotamente Fernández hace lo mismo, las transferencias están hechas.
La gente está embarcando, me acomodo en mi asiento, pienso en Fernández, no sé a dónde se va, pero va a estar bien, muy bien.
Entro de nuevo a internet, hago una nueva transferencia, seguridad ante todo, la azafata me pasa un diario, el candidato en primera plana, sonrió, ya no es mi asunto.
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