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  • Foto del escritorPaulina Correa

Día del padre

Mi papá yo sé que no viene a verme porque no puede, la última vez que lo vi me dijo que la gente, que el país, lo necesitaba, yo le dije que yo también, me miró serio y dijo que cuando crezca voy a entender, que a veces hay que pensar en los demás. Le dije que era muy chica para eso.

Me abrazó, me dejó su bufanda y una insignia. Me la encargó, dice que la dan cuando uno se recibe de abogado, que cuando nos veamos de nuevo se la devuelva. La escondí en una cajita debajo de la cama.

Mi abuelo es como mi padre, él me ha criado, él llego primero a verme cuando nací, mi padre estaba ocupado, él en cambio siempre ha estado ahí , pero ya tiene ochenta y seis años, me preocupa que se vaya a morir, ya ha tenido un ataque al corazón, me da miedo irme quedando más sola.

Me impresiona su altura, es ancho de espaldas y tiene toda la cabeza blanca. Cuando yo llegué a vivir con él tenía cuatro años y me parecía un gigante, serio, intocable, pero después me enseñó a jugar al dominó, a las cartas y me llevó a pasear al Club Hípico, lleno de caballos hermosos. Él sabe como reconocer los más veloces, sus patas, las ancas, el cuello, el abuelo es de Concepción allá andaba a caballo, él sabe.

El abuelo es de lo mejor para enseñarme matemáticas y geometría, dibuja lindo, él hacía planeadores en la Fuerza Aérea, guarda reglas de madera de formas muy hermosas, yo lo quiero mucho, claro que creo que a él le hubiera gustado más que yo fuera hombre, me regaló una caja de herramientas y me deja usar su torno que está en el patio.


Anoche el teléfono sonó tarde, los abuelos hablaban con mi madre, la abuela vino a mi pieza, me vio despierta y se sentó en mi cama, tu padre, me dijo, se llevaron a tu padre, no me dijo nada más, yo empecé a llorar.

El abuelo se puso el terno oscuro y ordenó que yo no fuera al colegio, que no le abriéramos la puerta a nadie, y partió sin decir más. Mi abuelita que nunca me abraza, ni me hace cariño, ahora me ha abrazado a cada rato, nos hemos quedado al lado del teléfono, ahí estábamos cuando el abuelo volvió, se veía más viejo.

Me hizo sentarme frente a él mientras la abuela me tomaba la mano, me miró largo rato antes de empezar, me dijo que ya era grande, que tenía diez años, que era momento de saber que mi padre era un descarriado, que de nada le había valido su buena familia, que en este momento renegaba de él, ni su educación que le había llenado la cabeza de ideas revolucionarias.

Porque mi padre era un izquierdista, un niñito bien que jugaba a ser subversivo, que en vez de trabajar como mi madre, que se había hecho una carrera desde abajo, él ,que había sido siempre privilegiado, andaba perdiendo el tiempo con la política, más le hubiera valido casarse con un muchacho sencillo, pero trabajador.

Las lágrimas me salían despacio, oía como el abuelo había ido a rogar por mi padre a unos oficiales, que conocían a otros que estaban en los servicios de seguridad, no le habían prometido nada, él lo había hecho por mí y por mi madre.

La casa en silencio, ya estaba oscuro cuando llamaron. El abuelo contestó, nosotras al lado, lo sueltan nos dijo, yo voy a buscarlo, pero se tiene que ir lejos. Pedí verlo, pero de un golpe el abuelo me vuelve a tratar como niña, que es peligroso, que no se puede, que no debo.

Me alegro que el abuelo lo vaya a sacar de ahí, de ese lugar que no logro imaginar.

El abuelo me acaricia la cabeza, me dice no vayas a salir como tu padre, la frase me da un escalofrío, me quedo callada.

Quizás sí, quizás al final seré como mi padre.



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