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Foto del escritorPaulina Correa

El Tío

Mi tío era CNI.

Hablé una vez con él cuando yo tenía diez años, ahora tengo veintitrés y él cuelga del techo de su oficina.

Sus colegas lo han ejecutado.

No es forma de intimar con los parientes, pero mi familia es disfuncional.

El tío nunca me quiso, no tenía motivos, mi padre era la oveja roja de la familia y yo, en su concepto, solo una hija más de su hermano, como los guachos que regaba su padre en el fundo cada otoño, y que engrosaban la futura mano de obra el siguiente verano.

El que haya hecho que a mi padre se lo llevaran varias veces por socialista, y lo devolvieran cada vez más dañado, solo habla de su concepto del buen orden de las familias, su hermano tenía que enmendar camino.

No le tengo simpatía, nuestra única conversación fue dura, yo quería pedir ayuda, mi padre estaba en algún lugar, no sabía si por auspicio del régimen o porque estaba escondiéndose de ellos.


El tío me dijo que en esa casa nadie quería saber de mí, que no llamara más.

La conversación fue telefónica y me ahorré de ver su rostro, que ahora luce hinchado a la altura del techo.

Mi abuela paterna me hizo llegar dos sacos de lentejas del campo y dejo zanjado el asunto, tal como lo hacía con las chinas de su marido.

Esta mañana era como otras, estaba trabajando cuando llamó mi padre, tenía una voz débil, más suave aún que lo habitual, un sobrino lo había llamado, su hermano había muerto.

Pase a buscarlo en taxi, se veía mal, durante el camino no habló, no se veían desde la última vez que se lo habían llevado los servicios de seguridad, luego nunca más.

El tío había sido menor por un año, había entrado a estudiar derecho en la universidad Católica, era inteligente y apuesto, en tiempos normales ahora sería un abogado de empresa empezando a lucir canas.


Pero los años setenta habían afectado a los dos hermanos, el tío entró a Patria y libertad, al comando Rolando Matus, conoció gente, que para él, que era tan clasista debió ser una novedad, los extramuros de la derecha, dejó la carrera y lo reclutaron.

Lo capacitarón en Estados Unidos, Brasil y Haití, mientras su mujer e hijos vivían en el campo, ese al que yo nunca fui.


Mi padre se baja del taxi con dificultad, desorientado, noto temor en rostro, un joven se nos acerca, es mi primo, nos presentamos ahí, busco algún parecido.

Al no llegar a su casa lo fueron a buscar, lo encontró su hijo, colgaba en las sombras, nos explica qué hace días lo veían mal, que después de que asumiera el nuevo gobierno, él y sus colegas se reunían en la casa, llegaban a media noche, discutían y las cosas subían de tono.


Entramos a la oficina, sujeto a mi padre del brazo, un rayo de luz ilumina al muerto, un olor nauseabundo llena todo, mi padre flaquea y parece que va a desmayarse, lo siento en un sillón frente al cuerpo, por un momento parecen mirarse.

Mi primo es duro, debe tener mi edad más o menos, le dice a mi padre que debe ayudar a bajarlo.

La operación no es fácil, el cadáver los esquiva y la soga está en alto, al final cae de un golpe seco sobre la mesa.

Veo su rostro, una lejana huella de lo que había visto en fotos, recuerdo su voz y sus palabras, pienso que la infancia guarda muy bien los rencores.

Mi padre llora, llora callado, temo por su corazón que quedó débil de tanto maltrato, veo que lo toma de la mano, dos manos casi iguales.

Mi primo es médico, se recibió recién, llama resuelto a una funeraria, da parte de un fallecido de ataque al corazón, sentado al lado del cuerpo extiende el certificado de defunción.

Miro a mi padre y a mí, me pregunto si había necesidad de mezclarnos en esto, la última mala broma entre hermanos.


El viejo empieza a hablar del pasado, de ese tan lejano en que eran niños, en que el destino del país no tenía importancia, en que corrían por el barro y se tiraban al río, en que eran hermanos.


Los tipos de la funeraria dan miedo, conocen al doctor y no hacen preguntas, aunque las huellas de la cuerda y el color del muerto hablan por sí solas.

Me pregunto quién es mi primo, creo que no quiero conocerlo.

Con alivio para todos se llevan el cuerpo, lo velarán en el centro, en la capilla de colegio San Ignacio, ahí estudiaron los primos, nos dice que todos son muy católicos, yo no sé si reírme.

Acompaño a mi padre a su casa, ahí retomamos nuestros propios temas, debo dejarlo en la puerta, tiene una nueva compañera y otros hijos, con los que mantengo distancia, a pedido de ella.

Vuelvo a lo mío, todo se ve tan banal después de la intensa mañana, hablo con mi jefe, le explico que deberé tomar el día siguiente por un funeral de pariente, un tío.

La historia parece falsa, porque nadie me ha conocido familiar alguno, saben que he crecido con abuelos mayores ya muertos, al final me dan el permiso.

Estoy temprano a buscarlo, sale como un viejo caballero, su abrigo impecable, sin duda no ha contado nada a su familia.

Llegamos a la puerta de la iglesia, conozco a dos primos menores y a la viuda, todos lucen muy correctos.

Mi padre asume un aire que no le conozco, se para a la cabeza de la familia y recibe el pésame de la gente que viene, la viuda a su lado.

Yo me paro del otro costado, temo que se sienta mal.

Cuando ya casi todos han entrado, llega un grupo más, uno de los hombres se acerca a mi padre y le dice, tanto tiempo Javier, y le da una suave palmada en la mejilla, mi padre se pone rojo, sus rodillas se doblan.

Solo me dice, son ellos.

Todos entramos a la iglesia, mi padre suda y tomo su mano.

Unas bancas más atrás están los hombres, yo me doy vuelta a mirarlos, ellos me saludan con una sonrisa burlona.


Mi padre tiene la respiración agitada, la iglesia se llena de cantos, mis primos rodean el féretro.

Mi padre insiste en llevar con sus sobrinos el ataúd fuera, temo por sus fuerzas.

El cni se acerca y toma la manilla justo al otro lado de mi padre, veo que el viejo tiembla, mi primo los deja hacer.

Entonces ahí en la nave central pierdo la compostura, me levanto y de un empujón aparto al tipo, le grito del alma.

- ¡Se acabó, asesino de mierda, la dictadura se acabó, deja la familia tranquila!

El hombre se ríe, pero la iglesia está callada.

Tomo la manilla y lo levanto.

Con mi padre estamos llevando al tío.



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