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Foto del escritorPaulina Correa

Escalafón

La muerte lo encontró desprevenido, a pesar de haberla temido en silencio siempre. Ocurrió a una hora anodina, al amanecer, todos se enteraron ya pasadas las dos de la tarde, sus cercanos, que no le tenían afecto, se incomodaron al apresurar su almuerzo y no poder tomar una siesta apropiada, ocupados de las formalidades.


Juan José Undurraga había muerto sin mayor lucimiento, no padecía una enfermedad de aquellas cuya mención hiela el espíritu, o causan una empatía masiva, tampoco era un mal exótico, ni menos un caso más de caídos en pandemia, solo había muerto en un paro general de funciones, el cuerpo se había aburrido de acompañar a un alma desdibujada y escuálida.


Undurraga había elegido a temprana edad la magistratura, al final del adiestramiento, en sus ojos se leía la oscura ambición de estar algún día a la cabeza de esa pirámide, octogenario, pero dueño al fin de la situación. Para entonces estaban reservados pequeños placeres, el miedo de los subordinados, el halago, la pompa y el ceremonial.


Pero Juan José no verá esos días.


El inicio del drama había sido bastante absurdo, se encontraba en su oficio, revisando expedientes añosos, que había traído el ujier esa mañana, causas de las que las partes ya no tenían más que recuerdos borrosos, tanto tiempo hacía que esos incordios habían pasado a las lentas manos de la justicia. Tomó un volumen y al pasar su mano por el lomo, un corchete oxidado lo hirió, no era algo profundo, pero la sangre manchó todo, su camisa inmaculada, la carpeta del vetusto escritorio, lo peor, las páginas del expediente que debía relatar a los ministros al día siguiente.


Descompuesto salió al baño, procuró no llamar la atención, nada peor que motivar comentarios, la herida tardó mucho en dejar de sangrar, aprisionada en un pañuelo de seda que hacía juego con su corbata.


Decidió que estudiaría la causa en su casa, la puso en el maletín y partió a la clínica, tenía claro que debía ponerse la vacuna antitetánica, no por nada había tenido excelentes calificaciones en biología, como en todo, hubiera estudiado medicina si no fuera que padecía de una repugnancia desmedida por el cuerpo humano y sus fluidos, habría sido incapaz de auscultar a un paciente.


Una vez en su auto sintió un leve mareo, lo que lejos de disuadirlo de manejar, lo hizo conducir a toda velocidad, debía ver un médico, mejor prevenir.


En minutos por la vía rápida llegó a la clínica, dentro de las cosas que le llenaban de orgullo estaba el tener atención preferencial en ese lugar exclusivo, que prometía resguardar su salud de cualquier incomodidad. La entrada de emergencia estaba poblada de accidentes caseros, malestares casi anecdóticos, él dudo al describir su dolencia, al fin señaló un serio problema de coagulación.


Le colocaron una pulsera con su nombre, pasó a un box en que un médico lo recibió, tras la narración fue vacunado, lo llevaron en silla de ruedas para hacer una larga lista de exámenes, la hora pasaba y comenzó a pensar en el expediente y la vista de la causa al día siguiente.


Muestras de sangre, resonancias, scanner, finalmente de vuelta con el médico, lo dejan internado, en ese momento la presión arterial sube a niveles insanos, nuevamente un mareo, lo ayudan a desvestirse, se ve en una camilla, llama por celular, alguien deberá retirar el expediente, dar aviso de su licencia médica, recurre a un joven recién recibido que le han asignado a su cargo, alguien más bien modesto, que probablemente tendrá problemas en encontrar el lugar, pero que consciente de su posición hará todo para llegar y cumplir.


Solo unos años más y será Ministro de Corte, está seguro, ha frecuentado a quién debía, no tienen nada que reprocharle, ha hecho el largo camino de traslados por el país, nadie debe pensar que su salud es débil.


Mientras espera en la habitación la visita del médico, comienza a sentir un dolor en el pecho, ligero, no es gran cosa, pero no lo había sentido antes, quizás está realmente enfermo.


Siente el tímido golpe en la puerta, ahí está Meneses, parece más asustado que él, claramente es de esa gente que es más que sus padres, el traje es de multi tienda, la corbata, triste remedo chino de una de seda, no tiene futuro, no es nadie y a sus veinte seis años, ya es claro que con mucha suerte en la cincuentena será juez en un pueblo perdido. Le da instrucciones y lo despide sin mayor trámite.


Durante la tarde registran sus signos vitales, le dan medicamentos, lo llevan a más exámenes, al volver se mira en el espejo del baño, unas ojeras se dibujan en su rostro, nota que la piel se ve amarillenta. Vuelve a la cama, la enfermera lo ayuda, se siente cansado, el hombre que vio reflejado parecía cercano a los sesenta, sólo tiene cuarenta y cinco, quizá necesita vacaciones.


El médico no ha venido, ya es medianoche, nadie lo ha llamado para saber de él. No hay, no tiene mayor relación con sus padres y hermanos, no tiene pareja, tampoco amigos, no es conveniente para su carrera, la independencia del juez es incompatible con relaciones estrechas, en realidad tampoco le interesa compartir su vida con nadie.


Han venido cada dos horas a controlarlo, el dolor en el pecho va y viene, lo describe, toman nota, le dan una píldora.


No ha dormido, el sol se asoma por la ventana, un nuevo control, el cansancio es agudo, pregunta por el médico, la ronda es en dos horas, trata de dormir, no lo logra, ya son las siete y media, a esa hora la Corte despierta, los abogados que van a alegar van llegando a anotarse, las salas se van poblando, él no está allá.


Revisa el celular, no hay mensajes, siente que el cuerpo le pesa, trata de acomodarse, dormir, quiere dormir. El monitor da la señal de alarma, las enfermeras entran, el médico de guardia, tratan de reanimarlo, le sacan la camisola, le dan un shock para revivirlo, le inyectan, Juan José no reacciona, el médico hace el último intento, no funciona, un paro, las enfermeras lo cubren, cierran la puerta, el médico busca el número de contacto, marca mientras llena la ficha con el deceso, no contestan.


Son las ocho y media, con la venia de la Excelentísima Corte, el abogado Meneses empieza a relatar su primera causa a los Ministros de la sala, sobre el escritorio el expediente surcado por gotas de sangre, en el bolsillo, el celular que vibra y que no va a responder.





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