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Foto del escritorPaulina Correa

ESPECIAL PORTADA ROLANDO ROJO REDOLES.

Reseña biográfica:


FECHA DE NACIMIENTO: 10 DE FEBRERO DE FEBRERO. 1941.- OVALLE.


PROFESOR DE ESTADO EN CASTELLANO.


Algunos Premios

- Premio Unico Editorial “Sinfronteras” (1987).

-Premio “Pedro de Oña” (Cuentos. 1991).

-El Premio Municipal de Santiago (Mención Honrosa) 1994.

-Primer Lugar Concurso de Cuentos “Feria del Disco” (1996).

-Primer Lugar “Concurso Nacional de Cuentos “Dolores Pincheira” (1966)

-El Premio Consejo Nacional del Libro y la Lectura. Cuentos Inéditos. (1997).

- PREMIO ALERCE DE LA SECH. 2003.

-Mención Honrosa en Premio Municipal de Santiago (2009).

-Ganador de Proyecto Literario Consejo del Libro y la Lectura. Mención Cuentos. (2006).

-Premio “Pedro de Oña” ( Novela. 2009)

-Premio Concurso “Teresa Hamel” (cuento) 2010


Publicaciones


1.- Cuentos. “COMO CON BRONCA Y JUNANDO”. Comala-Ediciones 1993. Premio “Pedro de Oña.

2.-Novela “LA MUERTE DE LA CONDESA PROKOFICH”. (Ediciones Mosquito. 2002).

3.-Novela “OTROS ROSTROS EN LAS VENTANAS DE SAN PABLO” (Editorial Don Bosco) Premio Alerce.

4.-Relatos “VIAJE A LAS RAÍCES”. ( Bravo y Allende Editores)

5.-Cuentos “CUENTOS de BARRIOS” (Bravo y Allende) Premio Proyecto Consejo Nacional del Libro y la Lectura y Mención Honrosa Premio Municipal 2009)

6.-Novela EL ULTIMO INVIERNO DEL ABUELO” Bravo y Allende editores. 2010.-

7.-Novela :”EL CUMPLEAÑOS”. Editorial MAGO. DIC. 2010 (Premio Pedro de Oña)

8.- Novela: “El MUNDO NO CAMBIA EN UNA TARDE DE SABADO, SUSY. 2012. Bravo y Allende editores.

9.- Cuentos. LA ULTIMA APUESTA Y OTROS CUENTOS ESCOGIDOS.

Editorial MAGO . 2012

10.- CAMPUS . Cuentos. Editorial SIMPLEMENTE EDITORES. 2014.

11.- PUTÍSIMAS . Cuentos. Bravo y Allende 2015.

12.-Novela. “El fragor de aquellos días”. AMAZON. 2015.-

13.- Novela. CITAS CIEGAS. AMAZON. 2015.

14.- NOVELA. LA ULTIMA NOCHE DEL THIFANY. AMAZON 2015.

15.- Cuentos. MIS MEJORES CUENTOS,. SELECCIÓN . AMAZÓN. 2016.

16.- Cuentos. SIEMPRE CUENTOS. ANTOLOGÍA PERSONAL. Bravo y Allende. 2015

17.- Novela. HOTEL SAN TELMO. BRAVO Y allende editores. 2016.

18.- Novela AMISTAD , Dhiyo editores 1917.

19.- Novela UNCYAR editorial Santa Inés. 2018


ANTOLOGÍAS


“Cuento Chileno Contemporáneo”. Fondo de Cultura Económica (1996)

“Cuentos Chilenos. Contemporáneos” Editorial LOM (2001)

“Después del 11 de Septiembre”. Editorial “Ficticia”. México. (2003)

“Cuentos en Dictadura” Editorial LOM (2003)

“Los Poetas y el General (Poema) Editorial LOM (2002)

“Cuentos “Teresa Hamel” Sociedad de Escritores de Chile 2010

“Hombres Con Cuento”. Simplemente editores. 2012


ROLANDO ROJO REDOLÉS, Su padre era conductor de ferrocarriles, llevándolo a vivir a Santiago cuando tenía sólo un año, vuelve a su natal Ovalle cuando tenía 12 años. Completó su enseñanza en el Liceo de Hombres de Ovalle. Volvió a Santiago a titularse de profesor primero en la Escuela Normal y el Pedagógico, profesor de Castellano.

Durante la Unidad Popular fue un activo militante del Partido Comunista y se desempeñó en labores en el Ministerio de Educación y como Visitador de Educación Primaria y Normal. El día del golpe de Estado fue detenido y torturado. Estuvo detenido en el Estadio Víctor Jara, coincidiendo con Víctor en el recinto, luego pasó varios meses en el Campo de Prisioneros Chacabuco, para luego exiliarse en Argentina. Una vez allí pasó varios meses en un refugio de exiliados de distintas nacionalidades en la Pampa Argentina, donde compartió como bibliotecario con exjerarcas nazis, nobles rusos y exiliados sudamericanos, experiencia que relata en su libro La muerte de la condesa Prokofich.

Regresó a Chile en 1976, luego del golpe de Estado en Argentina. A su retorno, se desempeña como docente en el Liceo de Niñas de Rancagua y la Universidad ARCIS. Ha ganado varios premios literarios y concursos municipales. La vida de barrio, las calles, los obreros y las prostitutas son algunos de los temas que aborda en sus relatos Rolando Rojo Redolés.

Con 20 libros publicados y dos en camino señala: Empecé a escribir en el campo de concentración de Chacabuco durante la dictadura, continué escribiendo en el exilio en Buenos Aires, y seguí escribiendo cuando me reintegré en el año ochenta a la lucha del pueblo por derrocar a la dictadura.

Nominado a recibir el Premio Nacional de Literatura por la SECH el año 2018, en su obra describe y valora el Barrio Yungay. Historias como las que aparecen en los cuentos del libro “Putísimas”, sus cines, en que vendió helados de niño, sus clubes deportivos, sus fuentes de soda, sus bares, sus prostíbulos, otros cuentos como “El mundo no cambia en una tarde de sábado”, “Susy” y “Otros rostros en las ventanas de San Pablo”, los registran.


ESTATUAS DE S0L


“Nos parecía maravilloso que viniera Ariel, nunca habíamos tenido un amigo así….”

FINAL DEL JUEGO.

JULIO CORTAZAR

___________________/


Esa vez, mi negativa fue rotunda. Nada ni nadie me haría cambiar de opinión. Por cierto, estaba al tanto de la capacidad persuasiva de Violeta, pero esta vez me adueñaría de una voluntad de hierro, donde rebotarían como pelotas sus argumentos. No lo haría. Iba contra mis principios de adolescente, de mujer y de una acrisolada disciplina hogareña. Estaba consciente de que Violeta recurriría a sus argucias preferidas, donde la amistad la enarbolaba como una bandera ineludible, junto a: “nuestros secretos”, al “cariño entre primas”, etcétera. Nada me haría cambiar de opinión. Violeta era para mí el ser más entrañable después de mis padres, y estoy convencida de que yo, para ella, era la irremplazable compañía en los senderos de la adolescencia, y lo sería en la futura madurez e insoslayable vejez. Muchos nexos nos unían: éramos hijas únicas; de signos zodiacales vecinos, Violeta acuariana y yo Piscis; desde la infancia asistíamos a los mismos colegios; hijas de madres hermanas y nuestros padres funcionarios de Ferrocarriles del Estado. Las diferencias cristalizaban en los parámetros de la belleza: Violeta era hermosa. Daba la impresión de que la naturaleza se empeñaba en superarse a sí misma al moldear su figura juvenil. La belleza de mi prima rompía los cauces de la envidia, para transformarla en admiración y encantamiento; pero cargada con el estigma trágico que ese tipo de hechizo ha provocado siempre en los hombres. (Violeta se casó cuatro veces y la enviudaron tres suicidios.). La otra singularidad de mi prima era su intuición premonitoria. “Va a temblar” --decía- y efectivamente, la tierra empezaba a moverse como coctelera. “Va a llover” y, sorprendidos, mirábamos un cielo resplandeciente que de pronto se transformaba en cascada despeñada sobre los techos.


El día que en el almuerzo familiar, anunció la agonía de su abuela Eloísa y tres días más tarde, un telegrama comunicaba el fallecimiento de la madre del tío Alberto, los padres de mi prima, después de sus insoslayables desavenencias conyugales, se pusieron de acuerdo para conminarla a que abandonara, perentoriamente, los territorios del futuro y se radicara exclusivamente en los parámetros del presente. Se le prohibieron

expresiones como: “creo que”, “me parece”, “es posible”. Se visualizaba su intuición como una oscura maldición ancestral. No obstante, Violeta se reservó ese ámbito de poder para sacar ventajas escolares y transformar mi oreja en el receptáculo de sus corazonadas, “se va a caer”, me soplaba socarronamente al oído y la botella se hacía añicos contra el piso. Siempre asocié sus frases a la de Galileo Galilei “Eppur si muove”.

Nuestros juegos se iniciaron a comienzos del verano, cuando Violeta leyó los cuentos de Cortázar que le confundieron la realidad con la fantasía y los sueños con la vigilia


Tuvimos que rifar la vía férrea. Ganó la trocha ancha que postulaba Violeta. En nuestra ciudad, La Calera, se perpendiculaban las líneas estrechas del Longino que recorría el territorio nacional de sur a norte y los trenes amplios y modernos que unían la capital con el principal puerto del país. El lugar lo establecimos ante la curva, cuya mayor comba estaba frente al terraplén. Era el tramo donde los trenes aminoraban la marcha y por lo tanto nos proporcionaba un mayor contacto visual con los pasajeros “Este será nuestro escenario” -determinó Violeta.

En esa hora muerta del día, cuando los mayores hacen el amor o la siesta, mi prima y yo, bajo el sol abrasador de enero, nos dirigíamos a nuestro teatro de operaciones a esperar la pasada del “Expreso” de las catorce treinta. En una primera etapa, nos dedicamos a agitar pañuelos de colores y esperar el saludo de amodorrados viajeros. Se trataba de acomodar la visión a la velocidad del convoy, para calcular el tiempo de contacto con los doce carros del tren.


“Si lo recito lento -se ufanaba Violeta- llego hasta “en noches como esta la tuve entre mis brazos….” Si lo digo rápido, puedo llegar hasta “a lo lejos alguien canta a lo lejos, mi alma no se contenta con haberla perdido…”


Fue allí donde descubrimos que los viernes se repetían los rostros y que, por la fuerza de la costumbre, se ubicaban en los mismos vagones y asientos. Esta situación permitió que Violeta desatara su desbocada fantasía. Comenzó a especular con nombres y porvenires de cada viajero. La mujer del tercer asiento del segundo vagón con canas azules y lentes ópticos, era una antigua funcionaria de la Contraloría, viuda y con un hijo minusválido. La pareja de ancianos del cuarto vagón que asomaban la cabeza por la ventana para saludarnos alegremente, era un matrimonio de periodistas que trabajaban en El Mercurio.

Temíamos que mamá o tía Gloria llegaran a enterarse de nuestro juego. Si éramos sorprendidas se iba a armar una de quico y caco, donde los inevitables desencuentros correrían por parte de los tíos. Imaginábamos los desmayos, las protestas por los sacrificios mal recompensados, los castigos ejemplificadotes, los ¡Oh, Dios mío, qué habremos hecho para merecer semejante castigo!


Entonces pasamos a la segunda etapa: la de los monumentos. Lo primero fue recolectar la variedad de implementos. Confiscar viejos vestidos, sombreros, zapatos, maquillaje, un viejo baúl de cuero, un destartalado sillón de mimbre y un espejo roto con atril móvil.

El desafío consistía en pararnos sobre el baúl y mantener, mientras pasaba el tren, una rígida actitud de estatua, una esforzada inmovilidad de hierro, un quieto y sudado esfuerzo de mármol. Esto duró dos semanas, más precisamente, hasta el día en que Violeta detectó, entre los pasajeros del tercer vagón, la cabellera rubia y los ojos claros de “Ulises”. Entonces, a la inmovilidad agregamos la actitud.

Violeta, con seguridad pasmosa, sentenció: “Ulises” es estudiante de medicina y su nombre se inspira en el navegante griego, condenado por los dioses y por el embrujo de Circe, la hechicera mitológica.


Rifamos los días y los personajes de las representaciones. Nuestro esfuerzo era proporcional al creciente entusiasmo de “Ulises”, que desde la inmovilidad de su asiento, pasó a ocupar el centro del vagón desde donde agitaba su pañuelo. Después, apareció en la plataforma del carro para gritar sus preferencias y, finalmente, con medio cuerpo afuera del tren, se sentaba en la escalinata de ascenso para extender un lienzo con el nombre de su composición favorita.


Nos dimos cuenta de que entre sus preferidas estaba “La Poetisa”. Con su sayo café oscuro, el pelo corto y tieso peinado hacia atrás, el libro abierto entre sus grandes manos, la esbeltez de la dignidad, recitando sus famosos sonetos. De mis presentaciones, le encantaba “La Sargenta”, con la roja gorra militar, la guerrera azul abotonada, el rictus heroico antes de entrar en combate y el himno destemplado: “¡¡Cantemos la gloria del triunfo marcial que el pueblo chileno obtuvo en Yungay!! “La Folklorista” de mi prima, sentada en la silla de totora, la guitarra cobijada entre sus brazos, la cascada de pelo negro sobre la frente y el entrecejo contraído, conmovía profundamente a “Ulises” y le arrancaba (esto lo detectábamos por el movimiento de sus labios) los sentidos compases que agradecían a la vida. También admiraba a “La Conquistadora” con la pesada armadura, su cota de malla, la espada enarbolada como un rayo y ese valor hispano al enfrentar a Michimalonco. “¡Por la Patria, Dios y el Rey!”.

Ese año, tía Gloria y tío Alberto se separaron. Cada uno trató de aliviar la congoja del divorcio a su manera: el tío con sus viajes de conductor ferroviario y la tía con sus clases de francés en el Liceo de Niñas de la ciudad. Mamá propuso a su hermana que se viniera a vivir con nosotras. Ambas se harían compañía y les generaría ventajas económicas. Creo que nunca estuve de acuerdo con la idea. Debí compartir mi dormitorio con Violeta, el miembro más afectado por el drama familiar. Quince años de vida en común no se olvidan fácilmente. A veces, despertaba a medianoche y sorprendía a mi prima llorando aferrada a la almohada, y por más que tía Gloria se esforzara en aparentar normalidad, un aire de tristeza empañaba sus silencios. Un día confesó que había pedido el traslado al liceo de Punta Arenas. Quería poner distancia entre su fracaso matrimonial y la esperanza de una nueva vida.

Siempre atribuí a la pena de quedar sin padre, el cambio de carácter de Violeta. Se puso autoritaria, introvertida, muy agresiva. Una tarde me gritó que estaba cansada de pendejadas, que eso de disfrazarse era un juego de niñas, que ya teníamos trece años, que a ambas nos había llegado la regla y que en otros países las mujeres de nuestra edad estaban casadas y con hijos. Si queríamos continuar con el jueguito, teníamos que impactar fuertemente a los pasajeros del “Expreso”. “Y para eso, debes sacarte la blusa y exhibir tus senos”, dijo con acritud. “Verás cómo se vuelven locos. Tus tetitas son hermosas, prima, y deben ser apreciadas por todos los viajeros y, especialmente, por Ulises”. Entonces fue que me negué rotundamente. “Violeta, lo que me pides está contra mis principios de mujer, de hija y de adolescente. No insistas porque no lo haré”, le retruqué con fuerza y convicción. Estuvo dos días sin hablarme; pero al viernes siguiente dijo que me encontraba razón, que fuéramos por última vez a nuestro teatro de dramatizaciones. Ella había elegido una hermosa representación, digna para despedirse de “Ulises”.

Durante el día la noté nerviosa, desconcentrada. Estuvo más silenciosa que nunca, no quiso almorzar, se negó a colaborar con el aseo de la pieza y el lavado de loza, y respondió de mal modo a su madre cuando la interrogó sobre el Informe escolar. Esperamos que mamá y la tía se fueran a sus dormitorios para salir de casa por la puerta trasera.

Me pidió que no la mirara mientras se maquillaba. Se sentó frente al espejo y estuvo largo rato probándose el vestido que traía en una bolsa. Finalmente me ordenó

-¡Date vuelta!

Quedé paralizada con la visión. Vestía una túnica blanca, un cintillo dorado formado con imitaciones de hojas de laurel, ceñía su frente, los pies descalzos, el pelo rubio bajaba en bucles sobre sus hombros. Estaba más hermosa que nunca. Se paró sobre el baúl y ensayó posturas de diosas griegas. “Soy Circe, hija de Helios y Perseis” – sopló al viento en un susurro. Cuando sentimos el pitazo del “Expreso”, Violeta se quitó la túnica y el sol del verano bañó su cuerpo desnudo con una cascada de luz.

Entonces comprendí que ese tren mitológico continuaría pasando por una eternidad frente a mis ojos, aunque nunca visitaría la animita del guerrero que sus padres levantaron al costado de la vía férrea.



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