Roberto Hernández viene de vuelta.
Días después del golpe había salido por la frontera, su vida fue un continuo vagar, cambiar de identidad, había bloqueado lo que una vez fue.
No recuerda como llego a Cuba, menos quién lo eligió para seguir a Mozambique, lo único que quería era volver a Chile, pero el pase no llegaba.
Ahora ha entrado por un paso fronterizo, sus instrucciones claras y parciales, como debía ser, si lo atrapaban no sabría casi nada.
No pudo evitar emocionarse, la ciudad, la gente, no podía tomar contacto con nadie, era poner todo en riesgo, un gesto por a su familia podía ser fatal.
Debía esperar en la barra del bar Nuria que llegara su contacto. Un pequeño placer, pidió una cazuela, la disfruto lentamente.
Una joven delgada, de aspecto común, se sentó a su costado,no era quien esperaba. Los rostros de ambos se reflejaban en el espejo tras la barra,dos realidades paralelas que no amenazaban cruzarse, el garzón frente a ellos en silencio.
La muchacha se movía incomoda en su asiento, en la falda sostenía un libro, que en un movimiento cayó al piso, Roberto se movió galante, al levantarlo era poesía en portugués.
La memoria le trajo de un golpe un hermoso rostro y una noche perdida en África. La mujer agradeció y puso el libro entre ellos en el mesón.
El aroma de la cazuela ya se había ido, tenía que partir, ya no era seguro esperar, pidió la cuenta.
La mujer insinuó un sollozo, Roberto le ofreció ayuda, ella comenzó una historia sobre un embarazo no deseado, él dijo algunas palabras de consuelo. Roberto tomo el libro, comenzó a hojearlo, el poema fluyó suavemente de su boca, un acento portugués perfecto, levanto la mirada y busco los ojos de la muchacha, pero ella se había levantado y su rostro asumía un tono frío, glacial.
Una mano lo sujeta por la nuca, siente que lo encañonan en las costillas, una voz dura le dice, bienvenido a casa Roberto, te estábamos esperando.
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