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Foto del escritorPaulina Correa

Memorias de una navegante en la pandemia, Paulina Correa

Actualizado: 11 oct 2022

Es 1985, soy estudiante, voy al teatro a ver Cinema Utopía, es la primera vez que oigo el nombre de Ramón Griffero, su autor, me sumerjo en la obra, olvido la dictadura. Solo existe el teatro y la obra, lo que dice y la manera de hacerlo, es una maravillosa provocación. Al salir siento que nos ha abierto una puerta a otra realidad.

2020, pandemia, la tarde de un día en medio de la cuarentena, ya oscurece, es la hora en que la conexión al trabajo no logra ocultar las angustias, las dudas, el miedo a la enfermedad y la muerte. Por wasap me cuentan que hay una convocatoria a participar en un taller de narrativa de Ramón Griffero, empieza ese día a las siete de la tarde, son las seis y cuarentaicinco, envío un correo pidiendo participar, espero frente a la pantalla, cinco para las siete llega el enlace.

Hay unas sesenta personas conectadas, el autor les habla a esos rostros enmarcados en sus cajitas de zoom, miradas expectantes, nos cuenta su proyecto, es un barco, estamos zarpando en una nave que va a atravesar el tempestuoso mar de la pandemia y llevaremos bitácora de lo que suceda, nos invita a ser parte de la tripulación, vamos a narrar juntos este momento único en la historia.

Griffero tiene las dotes de un Capitán, su discurso inicial seduce y desafía, pronto sobre cubierta se siente el entusiasmo, los enganchados son un grupo heterogéneo, salvo en un aspecto, quieren escribir, quieren expresar lo que sienten ahí encerrados en sus casas, este único instante, en que los seres humanos tenemos un mismo miedo, el virus, la muerte.

Por cinco meses divididos en dos barcos, el autor y sus dos ayudantes, Dolores Reina y Pablo Videla, van a llevar adelante esta experiencia, no hay que olvidar que Griffero es sociólogo, dramaturgo, director de teatro, va guiando el proceso en todos sus roles.

Los relatos individuales reflejan el estado de ánimo de cada uno de los participantes, todos están encerrados sin saber cuándo podrán retomar sus vidas, algunos sin trabajo, sin ingresos, con familiares enfermos y en un momento, mientras la Bitácora se escribe, con el virus ellos mismos, ahí la solidaridad y los afectos los acogen, se recuperan y siguen a bordo. La muerte ronda el barco, no es una metáfora.

Escribir sobre la muerte es una especie de exorcismo y a la vez una peligrosa invocación, reunido con sus alumnos cuatro veces por semana Griffero dialoga con la parca, los obliga a mirarla a la cara, en un momento en que catorce mil chilenos morían en silencio y soledad. Los nombres de la muerte, sus formas, las agonías y los duelos son descritos en la Bitácora.

Cada cual desarrolla personajes que van entretejiendo historias con los de los otros, odios, amores, rivalidades, motines, honras fúnebres, el barco es un mundo a cabalidad.

Griffero habla de la política del arte, los textos aluden el trasfondo social de la pandemia y se remontan a las causas de la movilización social de octubre, se escribe desde el feminismo, la diversidad sexual, la discriminación, la pobreza y la marginalidad.

A septiembre el barco es uno, treinta los tripulantes, se han hecho lecturas cada jueves abiertas al público, el sentimiento es el mismo que en un estreno, los nervios, la preparación. Unos tras otros leen, el ritmo, la cadencia, el lenguaje, comunica verdad, Ramón Griffero consigue darles un sello común, es narrativa visual, el lenguaje es poético, la percepción cinematográfica.

Este segundo encuentro en mi vida con Ramón Griffero ha significado mucho desde todo punto de vista. En lo literario y estético nuevamente abre puertas, libera la imaginación, rompe límites, todo es posible. En lo personal, en el peor momento de nuestras vidas, encontrarse en un espacio de creación y crecimiento que nos hizo sentirnos inmunes.


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