1.-Ana traspasa la puerta y avanza por el vestíbulo, siente el frío del edificio corporativo, el guardia se apresura a interceptarla, de un gesto veloz la toma del brazo, la lleva a la salida, con voz firme le dice que se tiene que retirar, ella dice que viene a dejar un currículo, el guardia le repite que salga, ella le extiende el sobre, él se niega a recibirlo y de un empellón la deja en la vereda.
Desde dentro la mira, se miran, como un mastín bien adiestrado sabe que ella no pertenece a ese mundo, no importa lo que diga o lo que haga, basta verla. Las miradas a través del vidrio se prolongan unos segundos, el perro guardián no permitirá que sus amos tengan la menor molestia, con esa joven, tan morena y mestiza como él, por lo mismo despreciable.
Que pretenda buscar trabajo ahí es una insolencia, en ese banco exclusivo todas las mujeres son blancas, elegantes, inalcanzables, la gente del aseo es invisible, solo circula en horas en que ya nadie que importe está, esta mujer ha cometido la insolencia de violar el espacio que él vigila, no pasará.
Ella ve su imagen en el cristal, sobrepuesta a la del guardia, ve su ropa modesta, sus ojos oscuros, va a llorar y no quiere, lleva toda la mañana tocando puertas, se ha recibido hace meses y ha intentado todo, por eso ahora en el bolso lleva varios sobres, quizás si iba en persona, pero no, eso tampoco va a resultar.
La calle es la misma, un embotellamiento tiene el taxi atrapado, va concentrada leyendo unos mensajes, al levantar los ojos reconoce el lugar, la puerta, ve un guardia, han pasado tantos años, seguro no es ese. Decide caminar, paga se baja, examina su imagen en el cristal, los ojos, ya no hay llanto, mira la hora, debe llegar a la reunión, acaricia la esfera del Longines, se vuelve, con mano firme abre la puerta
El guardia se acerca, le sonríe, la ha tasado, le ofrece su ayuda, los ejecutivos de cuenta están a la izquierda, si quiere tomar asiento, le indica una salita, una sonrisa afable en el rostro moreno, es el mismo hombre, solo que ahora servil, ella agradece, volverá más tarde, se arropa en su abrigo de buen corte, avanza a la salida, el hombre se adelanta y abre obsequioso la puerta, al cruzarla, ella, como entonces, tiene deseos de llorar.
2.- Santiago Lira tiene ya treinta años, sus padres han perdido la esperanza de que se reciba, estudiante eterno, no parece importarle nada práctico, lee, pinta, va a reuniones políticas, se emborracha y sale con mujeres, muchas, ninguna que pueda presentar. Aficionado a circular por ambientes que no le son propios, su contacto con la familia es cada vez más escaso.
Esta mañana ha quedado de ver unos amigos en la Facultad, pasa por un salón, hay una charla, entra para matar el tiempo, se sienta al lado de una colorina, la muchacha levanta la mirada, los ojos verdes lo examinan, él decide conquistarla, ambos dejan de oír la charla, se traban en un coqueteo que se prolonga en el parque Forestal.
La colorina lo hipnotiza con su mirada felina, se mueve en círculos en torno a él, cuál de los dos es la presa, no queda claro.
Santiago Lira y Angélica Godoy, llama el oficial civil, solo ellos y los testigos en la salita, no hay familia, premonición de que nunca la habrá.
Los esposos, que nunca fueron novios, salen abrazados, al caer la tarde cada cual vuelve a la casa de sus padres, la unión suscrita en secreto seguirá así por un tiempo.
3.-Las uvas tienen el color de tus ojos, dice la madre a la pequeña, mientras desgrana un racimo bajo el parrón, la niña tiene la piel en tonos canela, el pelo de un rojo oscuro, tinto. Ernesto las mira desde su mesa de carpintero, la niña es su tesoro, la mujer es un misterio, se casó con ella sin preguntar nada, él ya superaba la cincuentena, ella tenía treinta y tres.
El pelo azabache, los ojos almendrados, muy oscuros, es baja para él que supera el metro ochenta, la piel de un tono café que no había visto en el sur, en su tierra, en los mapuches, no, ella era otra cosa que no había visto, pero sabía que era una india, eso era, aún vestida con su uniforme de mesera, aún ahí, bajo el parrón, era una india.
Su hermana trato de disuadirlo, no podía casarse con alguien así, pero todo estaba hecho.
A la salida de un turno él se le acercó, le dijo que la había observado desde que le servía en la fuente de soda, que le parecía una buena mujer, que él tenía su oficio de mueblista, que ganaba fijo y bien, que si estaba de acuerdo se podían casar, que él no quería nada pasajero, que quería hijos y vivir tranquilo.
Ella lo examino callada, revisó cada detalle del rostro del hombre, luego las manos, el ancho de la espalda, acepto, dijo con voz calmada. Caminaron por la calle San Diego, ya caía la noche.
4.- El puerto se va acercando, el barco avanza y su corazón se acelera, ha dormido en cubierta desde que embarco en el norte, no alcanzaba para más, iba hasta Talcahuano, quería llegar lo más lejos posible, ahora se pregunta si se equivocó, Valparaíso se veía más grande, más hermoso cuando recalaron, ahí sintió la tentación de bajar, pero seguiría hasta el final.
Hace un frío distinto que el que había conocido, llueve, es una sensación intensa, parada en cubierta deja que el agua la recorra, una mujer mayor se le acerca y la pone al abrigo de un toldo, le pasa un chal, el vaivén del barco se hace más intenso mientras llegan a puerto, todo se vuelve un ajetreo. Tiene catorce años, es huérfana, es aymara, ha dejado todo atrás, viene a hacer una vida nueva, trabaja desde los diez, acá en el sur todo irá mejor.
Ordena sus cosas en el aguayo, es poco, pero es todo. La mujer mayor la mira con ternura, se le acerca, le pasa un pequeño bolso vacío, le dice que no baje con aguayo, que la van a tratar mal, india le van a decir, pequeña warmi no digas nunca que eres aymara, solo vienes del norte, entiende, no es bueno para ti. Le deshace las trenzas, saca unas tijeras y le corta el pelo al llegar al hombro, así, ahora puedes bajar, le agradece, le sonríe con esos dientes blancos que iluminan su rostro moreno, esos ojos de almendra no los podrá ocultar.
5.-Santiago Lira acaba de entrar al partido socialista, es una decisión que va a terminar la agónica relación con sus padres. Se instala en una pensión del centro, no se atreve a llevar a vivir ahí a Angelica, primero va a dar de nuevo el examen de grado, esta vez será en serio, se debe recibir si quiere asumir sus nuevas responsabilidades, todo saldrá bien.
Doña Francisca, su madre, lo había escuchado con atención, se había casado, a escondidas, por el civil, nada importante, nada a lo que no se pudiera poner fin, al parecer no había embarazo, eso también se podía resolver, su hijo volvería, apaleado, pero volvería.
Ernesto siente ira, de un golpe quiebra un madero, las mujeres calladas lo observan, su niña, su hija, engañada por un niñito de familia, los conoce, llenando de hijos el campo.
En la mesa la libreta de familia, se casó, no hay nada que hacer, que venga a hablar conmigo, pero no irá, pasarán meses antes de que se enfrenten, para entonces todo habrá cambiado.
6.-Caldera, el sol cae sobre un mar verdoso, el barco que acaba de llegar viene del otro lado del mundo, han parado por provisiones, un hombre baja con su equipaje.
No sabe donde está, no importa, es lo mejor quizás, no entiende el idioma, viene huyendo de todo, su historia, su raza, su familia, sus deberes.
El puerto es pequeño, nadie le presta atención, se ve mal vestido y sucio, no le ofrecen pensión. Tropieza, se sujeta de una mujer que está sentada mirando el mar, pide disculpas, ella dice algo que no entiende, ella ríe, tiene un rostro increíble, como los de las chinas, pero no lo es, su ropa es distinta de la de las señoras que se ven pasar por el embarcadero, a la occidental, ella lo ayuda, le recoge las cosas, le revisa la rodilla, ríe de nuevo, diría que le coquetea, él ríe con ella, la sigue, llegan a una pequeña choza lo hace pasar, le da agua y pan, se hablan sin entender lo que el otro responde.
El hombre es alto, muy alto piensa ella, y tiene ojos verde mar, no es chileno, no habla como los demás.
Ella bajó a conocer el océano, eso era lo que importaba, le habían dicho que era hermoso, que no se veía el final, llevaba días ahí y no quería subir de nuevo al poblado, eran días de camino para volver a lo de siempre, el desierto silencioso, los llamos, el pequeño cultivo, quería conocer otro mundo, no iba a volver.
El hombre está enfermo, amaneció con fiebre, ella lo cuida, le da una tizana, lo alimenta.
Ha salido a buscar trabajo, la aceptan limpiando un almacén, el dueño es mestizo, le habla en su lengua. Vuelve a la choza y el hombre ya está mejor, se ha lavado y se ha puesto ropa limpia, se marchará piensa, se dicen de nuevo cosas y retoman la risa, él quiere agradecerle, le hace gestos, al final toma su mano, una suave corriente los traspasa, él la abraza, ella baja los ojos y ríe bajito.
El cuerpo del hombre está en la carreta, cubierto con una lona, los guardias le hablan seco, lo han encontrado en el desierto con contrabando, revisan la casa, no hay nada. Ella está rodeada de sus cinco hijos pequeños, levanta la tela y acaricia su rostro, la pena se instala.
Toma en brazos el pequeño de cabellos rojos, como el padre, la segunda de las niñas la mira con sus ojos verde mar, en la pollera, la más chiquita de ojos y pelo azabache, sus hijos, uno por año desde que él llegó. Cierra la casa y se encamina hacia el altiplano, el pequeño grupo avanza por el desierto, en medio de ellos el extranjero camina también.
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