Son las cinco, sigo en el computador, mis oídos buscan a lo lejos un sonido que indique que 18 pisos abajo algo está pasando, ese escenario que rompe la calma minimalista de mi oficina.
Una ola de humo blanco se eleva, se diluye sobre la imagen del hotel de enfrente, ahora fantasma, con su piscina de un azul publicitario y sus canchas de tenis de pasto falso.
Veo la marea, el flujo y reflujo humano a ras de piso, los movimientos de los oponentes, la estrategia y el error.
Mi piso está vacío, no hay testigos, no hay palabras, solo recuerdos, una tensión en la nuca, la mirada fija en la escena, una lágrima, lenta, antigua, el recuerdo de mi propia adrenalina, allá en la calle hace años.
Sobre el escritorio las fotos de mi padre y de mi hijo, uno ya muerto, perdió la vida por su compromiso. Mi hijo, de seguro abajo, en algún punto dando la cara.
En la pantalla del computador palabras que empiezan a carecer de sentido.
Me vuelvo para seguir observando desde mi espacio protegido, pero una sombra está justo frente a mí, un dron, una araña metálica, ahí frente al ventanal, sostiene su posición y parece escrutarme.
Me pego al vidrio, me enfrento a esa imagen de ciencia ficción y siento, siento todo lo que llevo dentro.
Tomo el ascensor, cruzo el hall y ante la mirada aterrada de los guardias salgo del edificio, salgo y me sumo a la marea.
Comments