Entro al salón y te veo rodeado de gente, familiares que conversan sobre pequeñas cosas, una tarde de otoño simple y plana.
En un momento alguien prende el televisor y todos comentan un programa de trivia, las miradas enfocadas en la pantalla, nadie mira a nadie, todos abstraídos por las imágenes, evitan mirar a la persona que tienen al lado.
Crucé la ciudad para verte, es literal, tras una hora pasada en este cuadro de familia, tú y yo no hemos hablado más de cinco minutos, somos una pareja, extraña pero pareja.
Decido irme, tengo una razón valida para excusarme, pero lo cierto es que siento que soy una pieza que no encaja en la foto, insistes en ir a dejarme a casa, en el camino inicias una conversación profunda, últimamente el auto se ha vuelto nuestro espacio más privado, es ahí en el trayecto que decides hablar de lo que importa.
Hablas de los hijos, todo a propósito de tus amigos que están empeñados en tenerlos en segundas relaciones, nosotros no vamos a ser padres, no al menos juntos, yo ya no puedo y tú creo que nunca has querido serlo.
La pena empieza a filtrarse en mi espíritu, ruego por que el trayecto acabe pronto, me cuestiono todo, tú de improviso me preguntas si estoy cómoda en nuestra relación, la forma de preguntar me parece insólita, pero contesto de una manera escueta, casi como si habláramos de un asunto profesional y no de sentimientos, te digo que sí, que está todo bien porque estamos enfocados en tu nuevo proyecto de vida, pero no es cierto.
Asumo que es mi culpa no decir la verdad, que me justifico en que quedan pocas cuadras para llegar y no es el momento ni el lugar, pero sobre todo que no tengo soluciones que ofrecer para nuestra relación y entonces es una misión sin objeto el cuestionarlo todo.
Miro tus ojos y conservan el brillo del primer momento, me digo que vale la pena todo por poder verlos.
Estacionados frente a mi casa repetimos el rito de despedida, en esa ambigüedad que atraviesa todo lo nuestro apuramos y retardamos los abrazos, los besos, salgo del auto y camino a la reja, me vuelvo y aún estás ahí.
Entonces me digo que mi vida ha sido racional, lógica, un mundo ordenado y práctico, salvo por este amor que desordena todo.
En el ascensor una lágrima, al llegar a mi piso la borro con el torso de la mano, así mismo como al cruzar mi puerta borro tu presencia, quizás para que mi hija no te alcance, ella me recibe con ese tono desenvuelto que usa para marcar que soy una mujer mayor, alguien que ya tiene una vida en decadencia. Te odia, quizás porque me mantienes viva y retardas su definitiva toma de poder de nuestro breve reino.
Me quedo absorta contemplando tu ausencia, quizás exista un tercer escenario, algo nuevo y de los dos, un lugar nuestro sin despedidas, tomo el teléfono y te escribo para proponerte la fuga, observo la pantalla, el mensaje sigue ahí sin ser leído.
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