Mis padres están muertos. Lo pienso, y la frase no me produce ninguna emoción. Para muchos podría ser un monstruo, pero claro, no conocieron a mis padres.
No tengo parientes, no tengo ahorros, ni propiedades, el banco me tiene en sus manos por una década más, no es un panorama muy alentador. Un momento de pasión mal evaluado, eso fui, mi madre me dijo varias veces que debió abortarme, creo que era una opción razonable.
El sol de agosto me entibia el rostro, tomo un café en una terraza, la gente pasa sin verme, muy a la americana, como una escena de contexto en una comedia neoyorquina.
En la vereda de enfrente hay una sucursal de una cadena de farmacias, la gente entra a raudales. Dicen que somos una sociedad enferma, al parecer es literal. Hoy es día de pago, todos van a abastecerse de fármacos para seguir camino un mes más.
Llevo varias semanas haciendo la rutina del café, hoy será la última vez, dicen que hace pésimo.
El vaso de cappuccino tiene escrito mi nombre, y una simpática huella de mis labios en un discreto tono casi natural, lo arrojo al basurero, limpio cuidadosamente la superficie de la mesa, sin dejar huellas de mi paso.
Mis lentes oscuros son tipo diva de cine, veo mi reflejo en las vitrinas mientras avanzo.
La farmacia se ha ido vaciando, la hora de colación ha pasado, la gente vuelve a sus cubículos en las torres vidriadas del sector.
Saco de mi bolso una barra de acero, trabo la puerta, encañono en los riñones al guardia privado que tiembla aterrorizado, es un anciano, lo he observado y no dará problemas. Los hago pasar a todos tras el mesón.
No hay héroes, me aseguro de que se alejen del botón de alarma, elijo a una vendedora para recoger el efectivo, solo billetes, la bolsa se va llenando.
Retroceden todos hasta la bodega, cierro, una mujer llora, los demás se han mantenido perplejos.
Recuerdo que no he almorzado nada, tomo unos chocolates para el camino, saco la barra y salgo, tengo pocos minutos hasta que desde la bodega llamen dando la alarma.
Doblo la esquina, es un punto ciego para las cámaras del sector, arrojo los lentes, la parka, y la peluca a un container de basura, quedo en tenida deportiva, por último, traspaso el dinero a una mochila de lona chillona y comienzo a trotar alegremente por la calle lateral.
En sentido contrario pasan radio patrullas, yo sigo hasta el número 194, tomo el ascensor y subo al séptimo piso.
La secretaria me recibe con indiferencia, he llegado a tiempo a la hora con el psicólogo, hoy voy a pagar con efectivo.
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