El avión se mueve, unos pocos despiertan, otros se dejan llevar por el sueño.
Siempre le tuve miedo a la vida, no me explico cómo estoy aquí, en viaje a un mundo desconocido, dejando atrás todo lo que había construido con esfuerzo. No duermo en este vuelo me siento en estado de alerta, más que por el trayecto, por el aterrizaje.
Ayer nos despidieron los amigos y la familia, todos repetían que era una tremenda oportunidad, la experiencia de nuestras vidas, que al retorno de la beca seremos disputados para los mejores empleos, el mundo nos abrirá sus puertas al éxito. Sin embargo estoy inquieta.
Mario duerme a mi lado, su sueño es tranquilo y profundo, él siempre quiso hacer esto, salir del país, viajar, escapar a la rutina que el destino le tenía reservada, hacerse viejo en medio de la multitud oscura de oficinistas.
Nos casamos hace un año, justo después de que murieran mis padres, la soledad y mi miedo me llevaron directo al altar, paso previo antes de la aventura de estudiar fuera.
Mis intentos de resistir fueron vanos, mi empleo era bueno, con proyección, pero me convenció con el argumento final, él quería vivir fuera y era en este mundo la única persona que tenía a mi lado.
La pantalla muestra cómo el avión se acerca a destino, ya no hay vuelta.
El aeropuerto es inmenso, paso los controles, una, dos, tres veces, me piden los papeles de aceptación de la universidad, el comprobante de la beca, los certificados médicos, me indican la comuna a la que debo ir para registrarme.
La funcionaria me mira con condescendencia, modula cada palabra como si yo no entendiera el idioma, al final logro pasar.
Mario me espera con las maletas, él paso rápido.
Blanco con aspecto europeo, parado ahí, parece ser de aquí y no venir conmigo.
Tomamos el metro que sale del aeropuerto, miro mi maleta y veo cómo mi vida cabe en tan poco.
Hace frío, la parka me protege apenas, asumo que aquí el frío es distinto.
Debemos cambiar en tres paradas para llegar a la estación de trenes de la que saldrá el que nos llevará a la universidad, está oscuro y son las cinco de la tarde.
Me acerco a una señora para preguntar la dirección correcta del andén, ella me mira asustada, me dice que no tiene monedas y sale caminando a prisa, quedo helada, ni siquiera me oyó.
Mario está parado con las maletas, no habla bien el idioma, espera que yo logre comunicarme. Finalmente unos jóvenes me ayudan, logramos embarcar.
El viaje ha sido agotador, por la ventana se ven bosques inmensos, rotondas lejanas, un horizonte plano. Lo imaginaba distinto, en mi mente el primer mundo era una sumatoria de ciudades efervescentes, edificios altos, modernidad.
No es el sueño americano, es otro.
Llegamos a destino, la ciudad se ve vacía, poca gente en la calle, ahora debemos ubicar los alojamientos estudiantiles, pero esto es inmenso y el mapa que recibimos es parcial.
Tomamos un bus que parece ser el correcto, pero al bajarnos el entorno no es universitario, es un barrio que se ve marginal, Mario está nervioso, se siente mal y pasa a un baño público en una plaza, yo lo espero en una banca.
Pienso en mi casa, que ya no existe.
No los sentí hasta que se pararon ante mí, al principio no entendí lo que decía el hombre que me interpelaba. Estaba borracho, luego al patear las maletas dijo, vuelve a tu país mierda.
Los otros lo festejaban, acercó su rostro al mío, me insultaba, no sabía de dónde venía pero me odiaba.
No moví un músculo. Exasperado, me zamarreó por los hombros y siguió gritando. Caí al piso, sentí la primera patada en el estómago.
Desde el suelo vi a Mario parado a unos metros, otra patada en la espalda, ahora son dos los que me golpean, el otro se vuelve a Mario y le dice que se vaya, que no es su asunto. No se imagina que anda conmigo.
Lo llamo, grito su nombre, le pido ayuda, Mario se da la vuelta y lo veo perderse en la oscuridad. Por suerte para él los hombres no entienden español, ni suponen que ese hombre que se aleja es mi marido.
Despierto en el hospital varios días después, la enfermera habla flamenco, no la entiendo, traen a una joven que me habla en árabe, creen que soy marroquí, les explico en francés que soy chilena, que venía a estudiar un postgrado.
Me dicen que me encontraron moribunda, sin nada, ni maletas ni papeles, que me violaron, que tengo lesiones graves, que aún estoy en riesgo vital.
Llega un agente de policía, me pide mis datos, me pregunta si conozco a alguien en Bruselas. No, a nadie, contesto.
Llamarán al Consulado de Chile, debo esperar.
Zaventem es un aeropuerto inmenso, ahí parada solo tengo la ropa que me llevó la funcionaria del consulado y mi pasaporte nuevo en la mano.
Falta poco para embarcar, miro mi imagen en una vitrina, han pasado dos meses desde que llegué, me veo mayor o me siento así.
Vuelvo, si es que posible ahora volver a lo que fui.
Mario se queda en su vida, sale de la mía, quizás al final me pasó algo bueno
https://www.cactuscultural.cl/volver-cuento-de-paulina-correa/
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