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RAMÓN HERNÁNDEZ

  • Foto del escritor: entre parentesis
    entre parentesis
  • 29 abr.
  • 2 Min. de lectura

Nace con aire porteño, entre algas y arrabales marinos.

Llega a la capital de Chile como un provinciano Martín Rivas. Con la misma pasión incursiona en el amor, en la política y la educación, con aciertos y fracasos varios. Actualmente es Secretario Ejecutivo de la Cátedra UNESCO sobre DD.HH, Tolerancia y No Violencia, secretario de PEN Chile y presidente del Comité de Traducción y Derechos Lingüísticos.




AROMAS


Despierto entre tus aromas de fogata nocturna

aún pegados a mi cuerpo y

olores matinales de pan amasado por tus ágiles manos.

La lluvia penetra con grises acuarelas el mar

que con su ritmo intenso me vuelve a la noche amada.

Perfumes ardientes y embriagadores

se dejan oler desde tu piel.

No me importa

que ya hayas partido,

a pesar de la distancia

vuelve tu aroma de brisa marina

y con tu recuerdo fresco,

nuevamente me quedo,

entre tus brazos dormido.



RELOJ

 

Clavado en el corazón del tiempo

de noche el reloj palpita,

delineando con sus manecillas 

mi siniestro horizonte.

Mi hora ya no está en tu esfera,

¡Me quedé fuera del tiempo!

Es la hora del engaño, 

de bajarme a las prisiones, 

de la traición apuñalada

como un amor callejero,

del adiós del moribundo.

Ay reloj de medianoche, 

deja de latir con tu siniestro tic-tac tic-tac…

mata pronto las horas

corta ahora tu cuerda

detén el grano de tu arena

cambia el péndulo de la historia.

¿Es qué no ves que el tiempo de mi vida,

está a punto de sucumbir?



EL ALTAR

Inspirados por los dioses,

altares crearon los hombres,

los llenaron de arcángeles, incienso

y puñales.

Fueron tantas las vírgenes y

tantos los santos creados,

que hubo más de ellos en la morada terrestre

que en el cielo inmaculado.

Y así fue como nos anegamos de idolatría,

con dictadores piadosos

y pastores de exquisita lujuria.

Entonces los altares se contaminaron.

Como ya nadie las veía, las estrellas se opacaron,

las vírgenes penetradas pecaron,

los monjes fatigados envejecieron

y del cielo granizó la roja garúa

que cortó para siempre

la última hebra de la aurora humana.


 
 
 

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