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ANGROGNA

A fines del mes de octubre llegamos a Angrogna, un pueblito italiano en medio de Los Alpes. Está situado en el Valle de Angrogna, a cincuenta y cinco kilómetros de Torino, entre el Piamonte y Francia. Es el lugar más importante de la Iglesia Valdense. Tiene un significado histórico y cuya existencia desconocíamos. Es un valle estrecho, alpino, que comienza en Valle Pellice y termina en el pueblo Pra del Torno que fue la ubicación de un centro de misión valdense durante la Edad Media. Debido a su estrechez, el valle fue un refugio militar y religioso para los valdenses y Pra del Torno fue el centro de resistencia valdensiana desde los siglos XIII al XVIII. Como evidencia de sus persecuciones todavía hay una especie de catacumba ubicada cerca del Pueblo de San Lorenzo.

Los valdenses llegaron de Francia durante la Edad Media, entre el siglo V al siglo XVIII, en que se desarrollaron duras persecuciones. Para pacificar el territorio fue necesaria la intervención del rey Carlos Alberto de Saboya, quién concedió la libertad de culto el 17 de febrero de 1848.Cada 17 de febrero, se lleva a cabo una representación teatral de carácter histórico, una tradición que desde 1972 está a cargo del grupo de teatro Angrogna a la que pertenecen los valdenses.

Los valdenses de Angrogna sufrieron una feroz persecución a los largo del siglo XVII, pero fueron apoyados por Oliver Cromwell y William Orange. En 1686, Vittorio Amedeo II, de acuerdo con la política de Luis XIV de Francia, comenzó la expulsión sistemática de los valles. Las tropas locales destruyeron las casas de los valdenses y sus tierras en el valle fueron expropiadas y vendidas a los católicos procedentes de otras partes del Piamonte. Después de reconciliarse con Víctor Amedeus, los valdenses regresaron a sus tierras. Carlos Alberto de Saboya les dio finalmente la libertad de culto en febrero de 1848

En el siglo XIX, los partidarios británicos de los valdenses, que financiaron la sede de Waldensian en la cercana Torre Pellice, fundaron una escuela primaria para niños valdensianos que viven en Angrogna.

Al llegar nos recibió un grupo de personas pertenecientes a esa religión, que con sus guitarras y cantos hicieron menos ingrata nuestra estada en esas tierras tan lejanas. Todas las tardes nos hacían compañía, ninguno de nosotros conocía el idioma, pero con ayuda de un diccionario nos hacíamos entender. Cantábamos las canciones del Inti-illimani, emocionados al darnos cuenta que ellos también las conocían

El clima de otoño era agradable, el viento todavía era tibio, las mañanas eran frescas, pero en las tardes cálidas aprovechábamos para permanecer en el patio de la ¨cascina¨ que nos había destinado el gobierno italiano, mudo testigo de la lucha de la resistencia contra el fascismo. El Valle de Angrogna albergó los primeros grupos de partisanos, así como allí se efectuó la primera impresión clandestina del vespertino ¨Pionere ¨

Mis hijos, de ocho y diez años, rápidamente se insertaron con sus pares, aprendieron la lengua italiana mucho antes que nosotros los adultos. Yo los iba a dejar todos los días a la escuela del pueblo que no quedaba lejos de la “cascina” en donde vivíamos.

Nos habíamos organizado de manera tal que algunos hacían las compras, otros el aseo, la cocina, la comida. En las tardes, cuando no estaban nuestros nuevos amigos italianos, jugábamos ping-pong, aprendíamos el idioma, o simplemente paseábamos por el valle pisando las hojas de otoño. Así pasábamos los días, recordando y añorando la patria lejana. Teníamos la esperanza de regresar pronto, sin embargo, el exilio se fue alargando por años.

Se fue el otoño y llegó el invierno portando el frío, la lluvia y la nieve que cubrió todo el lugar. Cada vez se hacía más difícil llegar hasta la zona escolar, pero los niños no querían perder clases, además, adoraban la nieve. Sin embargo, en una ocasión se quedaron mis botas en la nieve mientras yo seguía corriendo tras ellos. La razón era que al salir de Milán hacia Angrogna, nos regalaron ropa adecuada para este clima, y no siempre coincidían las tallas o los números del calzado, casi siempre eran mas grande que nosotros. Pero se les agradece ya que nuestra ropa era completamente inadecuada. Para escapar un poco del frio de la noche, dejábamos encendida la cocina a leña, que era grande y su calor llegaba hasta los dormitorios del segundo piso. Servía para deshumedecer las sábanas antes de acostarnos. Lo peor era lavarnos en las heladas mañanas con agua tan fría. A cambio del frio, había en esa casa, un tremendo calor humano.

Entre nosotros los chilenos refugiados, era difícil mantener la tranquilidad, todos estábamos mal, habíamos escapado de la dictadura militar y sufríamos mucho las ausencias. Los más silenciosos traían secuelas de las torturas. Sin embargo, tratábamos de mantenernos unidos desarrollando labores que nos permitieran interrumpir los recuerdos.

Llegó la primavera y con ella un poco de alegría esperanzadora. A instancias de nuestros amigos italianos, salimos a los cerros aledaños para recoger la primera flor de la época, la prímula. Nos habían repartido canastos para su recolección, de manera que, ante nuestra sorpresa, ellos hicieron unas exquisitas tortillas con las flores recogidas, les llamaron “fritatas”. Y durante esta particular experiencia, se escuchaban los cantos alpinos tan característicos de la gente de la zona.

En otra ocasión, el grupo nos invitó a ver una obra de teatro representada por ellos mismos, la verdad es que entendimos muy poco porque recién estábamos aprendiendo la lengua italiana. La obra la presentaron en Torre Pellice otro pueblo montañez muy cercano a Angrogna.

Ahora que estamos en Chile nuevamente, el recuerdo de ese período en nuestras vidas se hace presente en cada uno de nosotros. Aunque fue una época triste, la recordamos como una experiencia enriquecedora, gracias a la cual, hicimos grandes amistades que conservamos hasta el día de hoy.



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LAURA

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