Se miró por décima vez en el espejo ovalado del salón, se echó atrás sus ensortijados cabellos y sonrió, era la hora, pensó asomándose al balcón. Después de unos minutos lo divisó, caminaba despacio con un gran surtido de telas al hombro, apuesto y galante, mirando hacia arriba, a la mujer que lo había enamorado, la única que lo hacía soñar con un futuro mejor. Ella corrió hacia él y juntos se fueron bordando el porvenir con sus anhelos.
El padre de Berta se opuso al compromiso de Elías, el joven judío que pretendía a su hija, si apenas sobrevivía con la venta de telas, él y su familia, recién llegados a San Fernando, su hija estaba acostumbrada a las comodidades que él le proporcionaba, no permitiría que pasara necesidades. Berta no se rindió, siguió la relación con el joven a pesar de la gran cantidad de promesas si ella no le obedecía. Sus hermanos, testigos de esta pasión desenfrenada, les ayudaron en sus escapes cotidianos, durante un año, pensando en que las condiciones económicas del novio de su hermana podían cambiar, fue inútil, en la pequeña ciudad no le daban trabajo a emigrantes por temor o por ignorancia, sólo pudieron limitarse a la venta de telas para sobrevivir.
En uno de sus escapes al rio, Berta regresó convertida en mujer, pero además, con un hijo en sus entrañas. Entonces hubo terremoto en esa casa, el padre completamente enloquecido de rabia, en pocas horas arregló el equipaje de Berta y la envió a Valparaíso a casa de su hermana, con el único objetivo que intentara un aborto en su sobrina. Mientras tanto, como era un hombre importante y acaudalado, logró echar a los judíos de la ciudad y aparentemente también del país.
La tía, una mujer enjuta, de rostro severo y pasos tristes, viuda sin hijos, pero que amaba a su sobrina por sobre todas las cosas, incluso sobre la orden de su hermano. No le practicó el aborto, la cuidó en su embarazo y aplacó su tristeza con la suya. Nació una bella hija bautizada con el nombre de Amelia, en honor a su abuela quién solo lloraba la ausencia de su hija sin lograr oponerse a las decisiones del jefe de familia. Berta se convirtió en una abnegada madre, vivía para su hija aunque llevaba un dolor profundo en su interior, siempre pensando en Elías de quién nunca más supo. Afortunadamente la seguía manteniendo su padre, al conocer a su nieta se dio cuenta que había sido derrotado, la amó desde el primer día. Nunca le dijo a su hija acerca de la desaparición de la familia de su novio, ella tampoco preguntó. Y asi pasó el tiempo, Con ayuda de su tía en el cuidado de Amelia, Berta estudió confección de vestuario. Al término de las clases se instaló con un taller de costuras. Pronto se hizo conocida por su prolijidad y se llenó de clientes su pequeño local
Un joven sastre golpeó su puerta una tarde, buscando una costurera que le solucionara los problemas de su sastrería recién instalada en el puerto. Llegaron a un acuerdo y Berta empezó a trabajar con él. Cada vez que Leonel iba a buscar alguna prenda ya confeccionada, se daba el tiempo para jugar con la pequeña Amelia, quién daba saltitos de alegría y le tendía sus brazos al verlo llegar.
Se profundizó la relación entre ellos, de manera tal que las visitas de Leonel no se limitaban a la parte contractual, él quería algo más.
Estaba cautivo de la mirada azul de Berta, hipnotizado mirando sus ágiles dedos al cortar una prenda. Pero lo que más ansiaba cada vez que la veía, era escuchar su voz, su dulce voz. Sentía que había una tristeza inconfesada en esa voz y quería borrar esa sensación y hacerla felíz. Pronto empezaron a ir al cine o a comer en algún restaurant, hasta que un dia, él se llenó de coraje y le propuso matrimonio.
Viajó a San Fernando a pedir la mano de su novia, el padre de Berta pensaba que el destino de su hija estaba definitivamente al lado de alguien que tuviera que ver con las telas, pero al menos éste tiene un porvenir como sastre dijo y le concedió la mano de su hija.
Muy pronto Amelia llamó papá a Leonel, sin lugar a dudas éste ya lo era.
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