Muy cerca de mi hogar, había una casa grande deshabitada desde hace mucho tiempo. Su dueña ya no vivía en la ciudad se había marchado al norte a casa de su hija. Finalmente la casa fue vendida y el nuevo dueño la convirtió en un amplio y surtido almacén, con un espacio especial para la venta de carbón y leña.
El nuevo vecino saludaba apenas y hablaba lo estrictamente necesario. Los niños se asustaban si estaban cerca suyo debido a su vestimenta y a su ceñudo semblante que apenas se divisaba debido al ancho sombrero que no se quitaba nunca. Tampoco cambiaba el poncho negro que lo cubría, daba la impresión que hasta deshilachado estaba. Enjuto y de larga barba, atendía a su clientela con prontitud y en silencio.
Mi abuelo era muy dado a poner sobre nombres a la gente y este señor no se le podía escapar, le llamó El Bandido, apodo que le quedó perfectamente, nadie nunca supo cómo se llamaba, todos lo apodaban como mi abuelo. Pero además, nos decía que él sabía el origen de el bandido, que éste, descendía de Los Pincheira, que era mejor estar de amigos con él, porque como enemigos era tremendamente peligroso.
Decía mi abuelo, que ese era un grupo de hermanos líderes de una guerrilla de asaltantes y cuatreros. Que habían aterrorizado la zona cordillerana, asaltando y raptando mujeres por las que pedían rescate en dinero. Se desplazaban a caballo, vestidos de negro. Que habían vivido con esas prácticas durante los años 1817 hasta 1832 en Chile y Argentina. Nacieron en Parral, cuatro hombres y dos mujeres, y fueron educados por los padres franciscanos, españoles realistas de esa época.
Cuando ya estaban creciditos y decidieron dedicarse al bandidaje, los Pincheira de ocultaban en un lugar cerca de la ciudad, la Cueva de los Pincheira, ubicada en el Valle Las Trancas, a solo 7 kilómetros de Chillán. Llegaron a formar un grupo de mil personas que los seguían, entre los que no solamente se encontraban campesinos, había bandidos y también ex soldados. Cuando empiezan a ser perseguidos por Manuel Bulnes, debido al asesinato de Dionisio Sotomayor, en Linares, se arrancan y se establecen en Argentina.
Mi abuelo estaba convencido que el dueño del negocio era nieto o bisnieto de José Antonio, uno de los hermanos menores de los Pincheira, quién no se fue a la Argentina y vivió siempre en una hacienda cerca de Parral.
Para asegurar que la tesis de mi octogenario abuelo era cierta, había que introducirse en casa del Bandido, cuando éste no estaba, para ver si había algún indicio de los Pincheira, alguna foto tal vez. Para esta empresa, se ofreció uno de mis primos, pese a todos los ruegos de nosotros que temblábamos al pensar que lo podía descubrir el bandido y hacerle quizás que cosa. Pero él no se atemorizó. Llegó el momento, algunos tenían que estar en la retaguardia, atentos al regreso del hombre y asi lo hicimos. Al salir mi primo del negocio, todos suspiramos con alivio, traía un papel en sus manos, que parecía una pintura. Fuimos a revisar la pintura y mi abuelo dijo, que tenía razón, era una pintura de los Pincheira, por lo tanto había que devolverla y no hablar más del asunto. Mi primo regresó la pintura y desde entonces nos quedamos mucho más asustados por todo lo que mi abuelo nos había contado.
Comenzamos un juego entre nosotros mucho más entretenido, éramos los bandidos que asaltaban casas y robaban mujeres para obtener rescate, nos vestíamos de negro y con algunas escobas construimos los caballos con los que atravesaríamos la cordillera para llegar hasta la Argentina.
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