DOÑA EDUVIGIS
La cocina era su reino, no permitía que niños traviesos entraran en ella, solo yo orgullosa de mis 10 años disciplinados, podía entrar para ayudarla a desgranar porotos o para limpiar los choclos de un futuro pastel Tenía una voz muy agradable que la hacía sentir todo el día, pero cuando reía era otra persona, se le soltaba la placa y los dientes se asomaban en su roja boca. Entonces era yo quién reía a carcajadas, Edu no se enojaba, arreglaba su dentadura y seguía cantando.
La cocina más que cocina parecía una oficina de lo ordenaba que estaba, cada armario tenía su sello, el que más me gustaba era el de las mermeladas, con frascos de vidrio llenitos de miel y mermeladas de damasco, de ciruela, de uva, de naranja, de alcayota, mi preferida, con nueces. Esta se cocinaba en una pailas de cobre compradas a los gitanos. O era la responsable de escribir los nombres de las mermeladas en los frascos, con bonita letra escritos con tinta roja. Era mi orgullo, me hacía sentir importante.
Ella esperaba ansiosa la visita de mi tío Lalo, quién estaba haciendo el servicio militar. Cuando éste llegaba iba derechito a la cocina porque sabía que lo estaban esperando, enlazaba sus manos a la gran cintura de la Edu y entonando a Carlos Gardel, la hacía bailar el tango, que ella disfrutaba gustosa.
Ah, pero la Edu se tomaba su traguito todos los días como aperitivo para el frío en invierno y para pasar el calor del verano. Mi madre solo le reprochaba cuando era más de uno. ella decía que así cocinaba mejor.
Nunca supe su edad, no era ni joven ni vieja, peinaba muy bien sus negros cabellos en una trenza alrededor de su cabeza, que adornaba con una flor del huerto. Me encantaba ver sus blancas manos acariciando la masa de las futuras tortillas. Usaba hermosos vestidos floreados que cubría con un gran delantal. Durante las fiestas de San Juan, muy celebradas en casa, bailaba la cueca como una campesina profesional, la acompañaba Manuel, el chofer de mi abuelo. Se decía entre susurros que ambos mantenían una relación amorosa, yo, en mi inocente infancia creía que eran marido y mujer. Tiempo después supe que Manuel estaba casado con otra señora y que tenía dos hijos.
Nunca vi a la señora ni a los hijos, él trabajaba hasta cierta hora y se regresaba a su hogar todos los días. Nunca me percaté que Eduvigis amaba y sufría en silencio.
En una ocasión mis abuelos tenían que ir a casa de unos compadres y se llevaron a la Edu porque habían asegurado que ella cocinaba los ñoquis como nadie. Yo no estaba incluida en sus planes, era solo para gente grande. Pero cuando regresaron ví clarito las mejillas sonrosadas de mi Edu, sus ojos sonrientes y que no paraba de sonreír. Yo pensé que le había encantado cocinarle a los compadres de mis abuelos. Había estado toda la tarde con su enamorado. Lo que pasó después es producto de las malas lenguas, pero, a la Edu le crecía mucho la panza mes a mes, hasta cumplir nueve meses.
Tuvo muchos problemas durante el parto, la guagua nació con fórceps, pero a pesar de tener un globito en la cabeza, pronto se le pasó y se convirtió en un bebé maravilloso, que llenó de paz y felicidad a toda la familia, nosotros éramos su familia, ella no tenía a nadie más. Mi abuelo a pesar de lo estricto que era, recibió a Manuelito con mucho cariño. Yo corría a verlo cuando regresaba del colegio y me peleaba por darle la comida o mudarlo, ese niño era una fiesta diaria, aún cuando lloraba todo el mundo se abalanzaba para tomarlo en brazos y así dejara de llorar. La Edu no podía estar más feliz con la llegada del niño y con Manuel, que se hizo cargo desde el primer momento como padre del niño.
Manuel nunca se separó de su esposa, no sé como lo hizo, pero parece que lo hizo bien, las mujeres nunca se conocieron. No supe que pasó con los hijos, porque yo me vine a Santiago a estudiar, sólo sé como crece Manuelito, hasta una foto de él tengo en mi velador.
MARGARITA ESTÁ LINDA LA MAR
Todas las tardes, mi padre cerraba su sastrería y regresaba a casa. Al llegar siempre lo esperaba Margarita para ayudarle a quitarse el abrigo y sombrero para colgarlos con cuidado en el perchero. En el momento en que mi padre entraba comenzaba, como todos los días a declamar; “Margarita está linda la mar y el viento……….” El hermoso poema de Rubén Darío
Años antes, la señora Julia, nuestra cocinera, mejor dicho nuestra dueña de casa, había llegado a nuestra casa con una bebita de meses en brazos. El padre de su hijita, la había abandonado pero encontró en mi familia, consuelo y protección. Mis padres, trabajadores ambos fuera de casa, estuvieron muy contentos de contar con la ayuda de ella. Para el cuidado de la casa y de mi hermano y yo.
Desde entonces, Margarita fue parte de nuestra familia. Dos años menor que mi hermano y cuatro menor que yo. Iba al mismo colegio donde íbamos nosotros, y le ayudábamos en sus tareas cuando meritaba. Mi hermano y ella eran aficionados a escuchar un programa de radio terrorífico, la Tercera Oreja, que los dejaba super asustados antes de dormir, entonces recurrían a mi, para que les leyera o les inventara un cuento.
A Margarita le encantaba escuchar la recitación de mi papá y escondiendo su timidez, le pidió que se la enseñara, cosa que éste hizo con el mayor gusto. La memorizó rápidamente, luego quiso saber otra, y otra más, No paraba de aprender poesía, sus profesoras se dieron cuenta de esto y la incitaban a declamar en cualquier ocasión, entonces llegaba a casa con sus mejillas sonrosadas y mucho calor en el alma.
Con los años Margarita escribió sus propios poemas que mostraba orgullosa a mi padre quién entendió que en la familia había nacido una poeta. Su madre le reprochaba su afición, le decía que eso no la llevaría a ninguna parte, que era perder el tiempo. Pero su hija no paró y siguió escribiendo poesía a escondidas de la madre. Mis padres y yo, la apoyamos siempre. Sin embargo después, la señora Julia, recordó algo muy importante, que se había enamorado del padre de Margarita porque le dedicaba hermosos poemas, pero con rapidez, recordó que cuando le dijo que estaba embarazada, el hombre se asustó y huyó
Cuando terminé mi enseñanza media, yo sólo quería mirar todo desde las alturas y vestir el uniforme de auxiliar de vuelo, aunque nadie en mi familia me apoyaba. Mi hermano estudió diseño gráfico y Margarita estudió la carrera que mi padre siempre quiso para mi, fue al Pedagógico y se tituló de maestra de literatura.
VACACIONES EN EL CAMPO
Lo que más me gusta cuando voy al campo de mis abuelos, es escuchar eI canto de los grillos y el croar de las ranas en la fuente del jardín. La rodean las más hermosas plantas y tantas y tan variadas flores que es un deleite contemplarlas. Lilas, jazmines, azaleas y camelias rosadas y blancas. Muchas hortensias azules y rosadas, Y calas, me gusta cortar algunas que luego coloco en los jarrones de la mesa del gran comedor, en la que tranquilamente caben veinticuatro comensales. También corto violetas y jazmines que coloco en unos floreros bajitos en el salón y que atraen por su perfume a todo el mundo. Allí, mi abuelo festeja su onomástico que dura una semana, con invitados incluídos, alojados en dormitorios especialmente preparados para la ocasión. El primero en llegar, es el maestro Villegas,” el primero que llega y el último que se va”, según sus propias palabras. El ameniza las noches tocando bellas melodías en el piano que mi abuela tiene reservado para mi.
En la parcela hay una imponente yegua, que vive con su potrillo, el Agustin, propiedad de mi hermano, solo él lo puede cuidar y apapachar, por eso se quedó a vivir con los abuelos para no separarse del potrillo. Apenas regresa del colegio solo tiene tiempo para el hermoso animal, que lo conoce y felíz corcovea cuando lo siente llegar. Tanto se quieren que cuando llegamos mis padres y yo a la parcela, apenas nos saluda diciendo que lo perdonemos pero que no tiene tiempo que perder. Aparte de lavarlo, peinarlo y hermosearlo, lo saca a dar vueltas por el campo. Al principio su madre se enojaba dando patadas furiosas, pero poco a poco se le fue pasando, al darse cuenta que mi hermano no era un peligro para su hijo.
Al amanecer, toda la familia se dirige al establo para beber la “leche al pie de la vaca”. Líquido blanco, espumoso y calientito que nos encanta a los niños. Los adultos le agregan un poco de “malicia” según ellos así sabe mejor. Otra cosa que debemos hacer al amanecer, es respirar profundamente el aire puro, para que llenemos los pulmones hasta la próxima visita al campo, son las sabias palabras del abuelo y nosotros le hacemos caso en todo.
A mi lo que más me gusta, es cabalgar la Rosina, la madre de Agustín, porque su trote es discreto y placentero, nunca se enoja, hasta ahora, yo no la he visto nunca enojada, si parece que me estuviera esperando, es linda la Ros.
Estar en la parcela de mis abuelos es como estar siempre en vacaciones y cuando nos juntamos todos los primos, que sumamos unos veinte, pasamos unos días maravillosos que quisiéramos no se terminaran nunca. Nos pasamos días enteros subiendo y bajando de los árboles, especialmente de las higueras, es más fácil subirse en esos árboles porque tienen ramas fuertes y firmes. Nos comemos todos los higos y brevas que podemos y también las uvas blancas, rosadas y negras de los parrones, y hacemos campeonatos quién sube más alto en la higuera, por supuesto que alguna vez tuvimos un accidente, pero fue leve no alcanzamos a llegar hasta el hospital, tres nos caímos y quedamos con moretones y unos chichones en la cabeza, pero nada serio, menos mal!
Pero la realidad nos golpea cuando hay que regresar a la capital, los niños a clases y los adultos a trabajar. Se acabaron las vacaciones, adiós Rosina, adiós Agustín, será hasta la próxima !
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