El incienso y el perfume de las flores me mareaban, iba de la mano de mi abuela pero me sentía flotando en medio del recogimiento de los fieles. Estaba comenzando la “semana santa”
En casa no se podía escuchar otra música, sólo la clásica, y despacio. Tampoco se comía carne en esos días.
Los cuatro niños de mi edad, entre los ocho y los diez años, nos aburríamos con estas prácticas de los adultos, entonces decidimos salir muy silenciosamente hacia el patio, para subimos en la higuera, nuestro árbol preferido. Allí pos pusimos a contar cuentos de terror, esos que tanto nos gustaban y que tanto miedo nos daban.
Mi primo Jorge contó que una vez en el silencio de la noche había escuchado unos gritos de mujer en la calle donde vivía con sus padres, que él se había asomado por la ventana del segundo piso y que había visto a unos niños que le tiraban piedras a una mujer, que ésta gritaba y los insultaba al mismo tiempo, pero que nadie la defendió. Entonces él decidió tirar todo lo que encontró por la ventana hacia los muchachos, hasta que éstos se retiraron del lugar. Entonces salió a socorrer a la mujer y cuál no sería su sorpresa, en la calle no había nadie, la mujer se había esfumado como por encanto, nunca se supo quién era aquella que segundos antes gritaba y lloraba bajo su ventana.
Otro de mis primos contó que había presenciado un choque en la carretera que iba al sur del país, y que vió como rodaba solo la cabeza de un hombre que había sido atropellado por uno de los vehículos que habían chocado. Inútil es decir cómo nos hacían sentir estos espeluznantes relatos.
Entonces, mi amiga Lila dijo conocer la historia de Barrabás y comenzó a contarla: era un hombre pobrísimo, padre de diez hijos desnutridos y pobremente vestidos, nunca conocieron los zapatos esos niños, dijo mi amiga. El padre, en su desesperación por no tener comida para sus hijos, robó un par de panes en una tienda, lo persiguieron hasta tomarlo detenido. Pero en el tiempo de Barrabás, no habían cárceles para los que delinquían, solo se crucificaban, y al desdichado padre, lo crucificaron por haber robado dos Panes! Çon el último relato todos los niños de la higuera quedamos impresionados, ese cuento era más fuerte que el hombre que perdió la cabeza, o la mujer que se perdió en la nada. Cómo era posible que a un individuo, se le pudiera crucificar por haber robado dos panes para sus hambrientos hijos? Era la muda pregunta que nos hacíamos los niños.
Poco después decidimos bajar de la higuera y acompañar a nuestros padres a la iglesia. Veríamos entonces a otro hombre crucificado, éste no había robado nada, pero había hecho algo peor para los gobernantes de ese país, predicaba otra forma de vida, o sea, por tener ideas distintas ¿merecía la crucifixión?.
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