Ernest y Berta desde niños se conocían en el Jardín Infantil al que asistían diariamente, muy cerca de sus casas. Ambos vivían enfrente, solo separados por una ancha avenida, en el corazón de Berlín.
Al principio no se miraban con muy buenos ojos, ambos querían pintar con los mismos lápices, jugar con la misma pelota, elegían siempre a los mismos compañeros de juego. Pero, pese a toda esa rivalidad, en el primer año de la básica empezaron a ser más cercanos y aprendieron a compartir, algo difícil en niños tan pequeños.
Ernest poseía un balón que le había traído su tío desde España, él no dejaba que nadie lo tocara, sólo a Berta le estaba permitido, ella lo sabía y se sentía muy orgullosa de ser su amiga. Pasaron dos años de juegos y caminatas, de euforia y de penas y entre ambos niños se fue forjando una amistad indestructible.
Pero un acontecimiento inesperado para sus mentes infantiles sucedió un dia de agosto de 1961. No se explicaron la razón de construir una muralla justo en el lugar de sus juegos, frente a frente a sus casas. Ernest quedó en la Alemania Federal mientras que Berta se quedó viviendo en la RDA
Este acontecimiento realizado como símbolo de la Guerra Fría para separar la Alemania no sólo separó a los niños, también los adultos vieron divididas a sus familias porque había estrictas reglamentaciones para pasar de un lado al otro, más bien había prohibición de hacerlo. Por esta razón hubo muchos intentos de fuga, fallecieron más de doscientas personas tratando de traspasar el muro.
Ernest y Berta siguieron en contacto a través de la muralla pero sin poder verse, solo escuchaban sus voces de uno y otro lado, a veces con emoción, otras veces con mucha rabia. El niño le prometió a Berta que cavaría un hoyo para poder mirarse otra vez, se demoró muchísimo tiempo ya que no tenía ni las herramientas necesarias ni la fuerza de su musculatura para arrancar el ladrillo.
Pero lo hizo. Con ayuda de un martillo que le robó a uno de los trabajadores logró arrancar un ladrillo del muro, gritando con todas sus fuerzas: “Berta, ya nos podemos ver…” Desde entonces ambos se enfrascaban en largas discusiones acerca de lo que sucedía en esos días; eran niños muy bien informados, pero eran solo eso, niños.
Una de las dificultades que tuvieron fue que ambos no podían jugar con la pelota, el muro medía casi cuatro metros, ellos no tenían la fuerza suficiente para elevar la pelota y por el agujero que había hecho Ernest la pelota no cabía. Pero el niño no perdía la esperanza de hacer un agujero más grande por donde pudiera atravesar la pelota. Con mucha paciencia y esta vez armado con algunas herramientas, logró lo que se había propuesto. Berta estaba felíz, saltaba de alegría al otro lado. Y cuando recibió la pelota de su amigo para ella fue un festejo. Lamentablemente los policías se dieron cuenta del destrozo que Ernest había hecho y rápidamente lo taparon colocando los dos ladrillos faltantes con cemento para impedir nuevos atentados.
Ignoro si los niños se volvieron a ver, solo sé que veintiocho años más tarde se derribó el Muro de la Vergüenza.
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