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Foto del escritorentre parentesis

ME GUSTAS CUANDO CALLAS…

Cuando llegué a vivir a Santiago después de las vacaciones de invierno, no había posibilidad de estudiar en un liceo de niñas, como estaba acostumbrada en provincia. Entonces me inscribieron en un colegio particular mixto. Acostumbrada a socializar solo con chicas de mi edad, me sentía confundida al lado del muchacho que se sentó a mi lado el primer dia de clases. El me hablaba continuamente, yo en cambio. no le dirigía la palabra. Mi timidez me hacía enrojecer y en esos momentos me sudaban las manos, estaba segura que se me notaba mucho lo provinciana. Este se había percatado de mi nerviosismo, me susurraba bajito, cada vez que podía: “ Me gusta cuando callas porque estás como ausente… llegué a odiar esa poesía aún sabiendo que era del gran premio nobel chileno, pero en ese período yo solo quería salir del colegio lo más pronto posible y alejarme del poeta.


Sergio era un adolescente alto y muy delgado, de cabello lacio castaño claro, las tupidas pestañas adormecían su mirada. De manos largas y huesudas, pasaba escribiendo todo el tiempo, incluso en los recreos, eso llamaba mucho la atención de mis compañeros que solo querían salir de clases para jugar una pichanga. A mi me gustaba su cercanía, pero no era capaz de verbalizar lo que sentía. Lo había mirado con el rabillo del ojo, sin que se diera cuenta. Me gustaron sus pecas y su prestancia. Había otros muchachos en la sala de clases que no me llamaron la atención y justo el único que me interesó se sentaba al lado mío. Con los días transcurridos me di cuenta que otras niñas le coqueteaban muchísimo, pero él parecía no darse cuenta. Me intrigaban sus cuadernos llenos de escritura, que ganas de leer lo que escribía. Solamente logré leer algunos poemas que los muchachos ponían en el diario mural. Le habían apodado “el vate” cosa que lo hacía sonreir.


Recién cumplidos mis dieciséis años, la vida me privó de la persona más importante, mi abuela. Ella, mi abuelo y yo, vivíamos en una casa antigua cerca de San Fernando, un lugar espacioso y de mucha naturaleza. Mi relación cotidiana era con mis amigas compañeras del liceo de niñas, a quienes conocía desde pequeña. Sus familias eran cercanas a mis abuelos y siempre había gente en mi casa, a la hora del almuerzo o en la cena. Mi abuelo era un hombre afable que se había jubilado siendo jefe de estación y mantenía una cálida relación con sus amigos y antiguos subalternos. Mi abuela era una señora de su tiempo, dirigía la casa con mano firme, pero en las fiestas en honor a mi abuelo, deleitaba a sus amigos, tocando el piano y cantando hermosas arias con su voz de soprano. De hecho, una de las cosas que mi abuela siempre quiso era que me convirtiera en concertista. Desde chica me tenía un profesor de piano que iba tres veces por semana a enseñarme el solfeo y las escalas. En las fiestas de mi abuelo era mi deber tocar lo que había aprendido con el maestro. Lo hacía, pero con un desgano total. Lo lamento, abuela querida, pero el piano no era lo mío.

El curso se disponía celebrar los cumpleaños en un “malón”. Para esa oportunidad Marcela había ofrecido su casa que era grande y espaciosa. Todos teníamos que llevar algo comestible o bebestible, como se acostumbraba en esa época. Pensé decir que estaba enferma el mismo dia de la fiesta, o avisar que tenía que salir fuera de la ciudad. Pero mis padres, con quienes vivía desde que murió mi abuela, insistieron en que debía asistir. Mi madre me confeccionó un vestido verde con falda acampanada y me compraron zapatos negros de charol. Me puse un cintillo del mismo color de mi vestido que acentuaban mis ojos y me propuse ir a la fiesta.Había ofrecido unos canapés que me quedaron exquisitos, me los adularon mucho, incluso Sergio, quién al pasar a mi lado seguía susurrándome, “me gusta cuando callas…..” Ah, que rabia! Pronto empezamos a hacer honor al rock and roll, para seguir con los lentos de Los Platters. Asi disfrutamos la tarde, hasta que alguien sacó una guitarra y se puso a cantar, rodeamos al guitarrista y pronto cantábamos todos. Sergio se dio cuenta que yo también cantaba y se acercó a mi para decirme que tenía linda voz. Después de esa tarde ya no sentí nunca más calor en mi cara, había comenzado a socializar con los muchachos. Fue una linda experiencia la de ese año en el liceo mixto, había entrado con terror, pero poco a poco el miedo dio paso a una integración importante para el resto de mi vida. Con el tiempo me enteré que Sergio se consagró como poeta, era su destino.

Al año siguiente me inscribieron nuevamente en un liceo fiscal femenino, donde terminé mi enseñanza media.




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