Julieta había sido invitada a su primera fiesta bailable. Era una chica linda aunque un poco retraída. Junto a su quinceañera hermana se sentía como “el patito feo”, sus brazos y piernas eran demasiado largos y delgados. Pero, lo peor era la constante lucha de su cepillo para desenredar sus cabellos. Por orden de su padre, lo llevaba muy corto y ella hubiese preferido tenerlo largo y liso como el de su hermana, pero su pelo apenas crecía.
Sentía que se estaba enamorando de Sebastián, del cual no podía apartar la mirada cada vez que se cruzaban en los pasillos del colegio. El día de la fiesta quería estar muy atractiva para él.
Recordó que su hermana, dueña de un variado vestuario, poseía un vestido verde agua que le sentaría muy bien con el color de sus ojos. Sin embargo, sabía que Florencia no se lo prestaría aduciendo que estaba muy chica para usarlo.
Entonces, decidió introducirse furtivamente en el dormitorio de su hermana para buscar en el closet el anhelado vestido. Mientras lo hacía pensaba en lo injustos que eran sus padres al comprar ropa tan bella solo a Florencia.
De pronto sintió los pasos de su hermana y se apresuró a esconderse en el ropero. Mirando a través de la cerradura se percató que ésta no venía sola, la acompañaba el abrazo de un hombre. Era difícil distinguir su rostro por la pequeña mirilla. El hombre parecía estar haciéndole cosquillas, sólo lograba ver la expresión del rostro de su hermana que no era precisamente de placer. De pronto el hombre se incorporó para cerrar el cierre de su pantalón. Un ahogado grito de espanto sacudió su cuerpo al reconocer a su padre.
Meses más tarde, Florencia acusó una tremenda barriga. La madre, al enterarse, se daba de cabeza contra las paredes hasta sangrar. Entonces decidieron llevarla a un lugar en donde no siguiera haciéndose daño.
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