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MOROCCO

Nunca supe su verdadero nombre, todos los amigos le decían Morocco, y en los años sesenta era lo que se decía un “churro”, actualmente se diría un galán Tenía la figura de un actor napolitano, hermosos e insortijados cabellos negros, mirada azul penetrante, cuerpo de atleta ruso que, cuando caminaba lo hacía con tal elegancia que hombres y mujeres lo quedaban mirando, pero, este personaje solo tenía un problema, era pobre y vivía en la periferia, en el límite de dos de las más vulnerables poblaciones de la ciudad de Santiago.

Uno de mis compañeros de universidad lo invitó a una de nuestras tertulias, en donde leíamos y comentábamos los libros que nos habíamos propuesto reseñar. Mi compañero lo presentó como Morocco, el poeta del sur. A mí me pareció muy atractivo, quería escuchar su voz para saber si concordaba con su físico. Nos leyó un poema con el estilo de Federico García Lorca, que a todos nos fascinaba, muy bien leído, sin entonaciones falsas y con buena dicción, acerca del sentimiento trágico de la vida y de la muerte. Quedamos sorprendidos, era un poema maravilloso.

Nos hicimos muy amigos, casi siempre terminábamos conversando solos al final de nuestras veladas. Nunca falté los viernes a nuestras reuniones. Para celebrar nuestros cumpleaños del semestre decidimos hacer un malón, esas fiestas en que todos cooperábamos con algo comestible o bebestible para la fiesta. Lo hicimos en mi casa, mi madre nos prestó el patio que era un lugar perfecto para bailar, entre lindas baldosas, bajo el parrón. Pronto pusimos el tocadiscos con la música que se escuchaba entonces, y nos pusimos a bailar de inmediato. Cuando empezó a sonar Elvis Presley con su rock and roll, vimos con sorpresa que Morocco se apropió del lugar bailando como no habíamos visto nunca, con una tremenda fortaleza demostró ser un bailarín consagrado, exhibiendo pasos que solo veíamos en las películas. Me invitó a bailar y por supuesto accedí con mucho gusto. Lo disfrutamos, pero para mí era un deleite verlo bailar, más que bailar con él. Pasamos una velada increíble, Morocco se atribuyó más puntos a su favor, ¡no sólo era poeta!

A mí no me calzaba que teniendo tantos atributos, solo lo viéramos los días de tertulias, él no era parte del grupo de universitarios que como yo intentábamos terminar una carrera. Me hice amiga de su amigo, así supe que Morocco trabajaba en la feria ayudando a su madre. El conducía un carrito en donde portaba la verdura desde la terminal hasta la feria. Con razón tenía esos brazos atléticos, le servían para trasladar el carro. Me conseguí la dirección de la feria en donde trabajaba con su madre y decidí hacerles una visita.

Fue una torpeza grande, él se confundió y le dio mucha vergüenza verme allí comprando en el negocio de su madre. Hasta entonces Morocco había logrado mantener dos realidades paralelas y yo, eché por tierra una de ellas.

Después de este incidente, él siguió yendo a nuestras reuniones, pero ya no era como antes, nunca más se acercó a mí. Lamenté mi decisión de haberme inmiscuído en la vida del joven ya que yo no podía arreglar o solucionar nada, fue una lección que la vida me dio en ese tiempo. Debo reconocer que no estuve enamorada de Morocco, solo me interesaba su vida.


La última vez que lo vi, fue durante el funeral de mi abuelo, entonces llegaron todos mis amigos, incluyendo Morocco, a darme las condolencias. El se me acercó y con una calidez exquisita me dio un beso en la mejilla. Desde entonces, solo estábamos dispuestos a terminar con éxito nuestras carreras universitarias.

Pasaron los años, yo recibí mi diploma y comencé a trabajar en Viña del Mar, en la Scuola Italiana. Tenía un novio que tenía poco tiempo de llegar de Milán, mientras le mostraba la ciudad me daba cuenta que estaba contenta con mi vida. Esa tarde habíamos decidido ir al Casino a deleitarnos un rato con los artistas del momento. Entonces lo ví, era Morocco, que los años habían acentuado aún más su belleza latina. Estaba sentado muy cerca de nosotros con un señor también muy elegante, mayor que él. Yo no había cambiado mucho, pero al parecer cuando nos vimos, no me reconoció. Algo en él, me impedía dejar de mirarlo, eran sus modales junto al señor que lo acompañaba, se inclinaba demasiado para hablarle cuando aún no empezaba el show, me di cuenta que en una se sus manos llevaba un precioso anillo. Pero cuando no me cupo dudas de la realidad del momento, fue cuando se levantó, al parecer para ir al tocador, rozando con sus labios los de su acompañante.




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