En mi país natal me decían “Toño”, aquí mi nombre es Antonio Francini Padua. Tengo treinta y cinco años, tenía solo cinco cuando una familia italiana me adoptó. Desde entonces ellos son mis padres. Son dos famosos abogados romanos. No tengo hermanos ni hermanas, pero tengo una novia, a ella la conocí en la Universidad de Roma cuando ambos estudiábamos leyes.
Hubo un tiempo largo en que hice muchas preguntas a mis padres adoptivos, lamentablemente tuve muy pocas respuestas. Solo supe que había nacido en Chile y que mi apellido en ese país era Guzmán. Sin embargo pretendían que olvidara mis orígenes, que en Italia tenía un gran futuro, Sin embargo siempre tuve en mi memoria un lugar donde había muchos niños con quienes jugaba.
Al llegar a Roma, comencé a asistir a la “scuola”, me esforzaba en aprender otro idioma para poder comunicarme con mis pares. Ellos me hablaban en su idioma y yo les contestaba en español, los niños italianos se reían de mi torpeza, y me hacían “bulina” durante los recreos. Muchas veces llegué a casa con un ojo morado y algunos magullones que a nadie le importó. Puedo asegurar que aprendí el idioma a golpes. Una vez que pude comunicarme bien, se acabaron los empujones. Además, tenía fe en mi incipiente musculatura.
Me gustaba estudiar y por sobre todo amaba la lectura. Pronto los profesores se fijaron en mi buen desempeño y me incitaban a leer autores italianos que me fascinaron como Moravia, Italo Calvino, Umberto Eco. Pero mis éxitos escolares no parecía interesarle a mis padres, para ellos era más importante adquirir cosas, como el auto del año, una casa más espaciosa y realizar grandes fiestas. En esas ocasiones me llamaban para “mostrarme” a sus invitados. – ¿De dónde dices que lo conseguiste? – ¿De Chile? -¿Y dónde queda ese país?
La idea de la adopción fue para completar una familia ficticia ya que ninguno de ellos podía tener hijos. Fue más bien un trámite. Después de saludar correctamente, me dirigía a mi habitación como me habían ordenado
Siempre anhelé tener un hogar, pero la frialdad del mío me hacía querer irme de allí, deseo que pude concretar al cumplir la mayoría de edad. Me fui a vivir a una pensión para estudiantes. Veía a mis padres una vez al mes. Pronto decidí rentar un departamento con mi novia, con quien vivo actualmente. Entre mis padres adoptivos y yo, no había una relación afectuosa, por lo tanto era previsible que nos evitáramos cada vez más.
Entonces, sin decir nada, comencé la búsqueda de mi familia chilena. Recordaba a una señora de tez casi transparente, extremadamente delgada que lloraba mucho cada vez que me visitaba. Tengo en mi mente el largo abrazo, no fuera cosa que se evaporara, pensaba. Veía ondear su cabellera negra sujeta con un cintillo. Recuerdo sus manos de dedos largos y finos, libres de anillos. La dulzura de su triste mirada no se me ha olvidado nunca, ella era mi verdadera madre.
Aproveché las redes sociales y le escribí a todos los que llevaban por apellido Guzmán. Fue difícil separar a los “Guzmán” porque son muchos, pero por alguno de ellos me enteré de Sename. Entonces escribí a ese lugar solicitando algún dato acerca de un niño llamado Toño de hace treinta años.
Fue una larga búsqueda, pero nunca perdí la esperanza, estaba seguro que algún día encontraría a mi familia.
Mi historia tiene un final feliz. Logré conectarme con una tía materna y con mi hermana menor a través de la pantalla, gracias a la bendita tecnología. Solo que con mi hermana no pude hablar mucho, ella estuvo siempre llorando. Me recordó a Lucía, así se llamaba mi madre. Mi tía fue muy cálida y generosa en explicaciones, mi madre ya no vive en este mundo, dicen que murió de nostalgia. Siento una gran tristeza al pensar que nunca más abrazaré a esa delicada señora que me visitaba. De mi padre nadie sabe nada.
Mi familia chilena me está esperando, pronto iremos Paola y yo a ese país que no conozco pero cuyo recuerdo siempre permaneció en mí.
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