En esta noche sin luna, cuando tenue cae la lluvia, me siento junto al fuego de la chimenea para recordar y escribir acerca de otra noche sin luna que trae a mi memoria tu presencia-ausencia de tantos años.
Estábamos en casa de mis padres, tu te veías tan gallardo, tan hermoso en tu traje gris, cuando empezaste a hablar, a decir que yo era el amor de tu vida, que solicitabas el permiso para cortejarme, querías ser mi novio!
Era el tiempo en que se pedía pololeo, después de un período, los pololos pasaban a otra etapa, se ponían de novios en una sencilla ceremonia en donde el novio ofrecía el anillo a la novia, era la ceremonia de la “postura de argollas”, con un sacerdote que bendecía los anillos.
Todo eso lo revivo ahora en mis recuerdos, mis futuros suegros pidiendo mi mano a mis padres, la cena y la fiesta después. Un año entero de novios porque ambos estábamos aún en la universidad, estudiábamos carreras distintas que terminamos solo después de casados.
El matrimonio fue sencillo pero con mucha gente: parientes y amigos de ambas familias. Nos casamos en una de las pocas iglesias de estilo neogótico, cerca de la casa de mis padres, en una ceremonia difícil de olvidar, llena de flores y música, la tía Tina cantando el Ave Maria, yo envuelta en blancos encajes. Tu parecías un príncipe que muy nervioso me esperaba al pie del altar. Tres primas vestidas de celeste junto a mi hermano y dos jóvenes amigos lucían como pajes.
Tuvimos una gran fiesta que duró toda la noche. Nosotros nos fuimos de luna de miel a conocer el sur del país, fue un viaje hermoso, un sueño del que no queríamos despertar.
Al regresar a Santiago vivimos en una pensión casi un año, luego nos cambiamos a un pequeño departamento en donde nos sentimos dichosos de tener nuestras cosas, nuestros primeros muebles, regalos de nuestros padres y otras cosas que habíamos guardado desde el matrimonio.
Dos años después, siendo ya profesionales, recibimos a nuestro primer hijo, ninguna sombra nublaba nuestro amor. Disfrutamos mucho el nacimiento del bebé, y cuando éste empezaba a caminar llegó nuestro segundo hijo que selló con una gran felicidad nuestra relación de pareja. Nuestros niños eran lo más importante en nuestra vida, como disfrutamos con sus primeros balbuceos, con sus primeros pasos, éramos una familia y nos sentíamos muy afortunados.
Iba todo muy bien, la vida continuaba apacible en ese hermoso barrio donde nos cobijamos, nuestros hijos asistían a una escuela cercana, hasta aquel fatídico once de septiembre que cambió por completo nuestras vidas y la de tantos otros.
Nos detuvieron, a ambos, nuestros hijos con sus abuelos extrañándonos.
Luego vino el exilio y tu despedida.
Partiste un dia de noviembre hace ya veinte años. Cómo te he extrañado todos estos años! Donde estás ahora? Nuestros hijos trajeron tus cenizas desde Guadalajara y las protege tu madre en su última morada.
Cuando me miro al espejo pienso: no me has visto envejecer!
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