Los cansados pasos del padre lo llevan hasta el sofá de la sala en dónde decide tenderse. Es bastante tarde, no hay nadie en casa, no quiso encender la luz porque la luz plateada bañaba el lugar. Su trabajo de vendedor viajero no le permite descansar al mediodía. Vende medicinas en las consultas médicas, a veces tiene que salir fuera de la capital. Carece de automóvil de modo que su único medio de transporte es el público, con viento, lluvia o con altas temperaturas sale siempre de su casa a las cinco de la mañana. Lleva siempre un portafolio muy grande
Desde que su esposa murió Adrián se hizo cargo de su pequeño hijo que ya había crecido bastante convertido en un guapo adolescente.
Lamentablemente cuando éste cumplió los dieciséis el padre tuvo la primera riña fuerte con su hijo, éste se ofendió tanto que se fue de la casa. Inútiles los esfuerzos que su progenitor hizo para encontrarlo él se cambiaba del domicilio de algún amigo cuando advertía su presencia.
Hace dos años que el papá de Andrés vive una eterna agonía. Lo recuerda pequeñito cuando le cambiaba los pañales, le daba su comida entre risas y música, sin música el niño no comía. Cuando ya caminaba le inventaba juegos y cuentos que el niño escuchaba con atención. Y más grande recuerda las tardes de ajedrez en la terraza, juegos que siempre ganaba orgullosamente su hijo
El dormitorio de Andrés está exactamente igual como cuando se fue, el osito precediendo a todos los peluches recibidos a través de sus cumpleaños. Sus héroes preferido, la bicicleta recibida a los dieciséis, todo sigue igual. El padre piensa con nostalgia que su hijo pronto cumplirá los dieciocho y que su hijo caminará de la mano de alguna linda chica compañera del colegio. Por eso no se cansa de mirar a todas las parejas de jóvenes estudiantes que se cruzan por su camino.
De pronto escucha un leve sonido en la escala, en ese instante despierta. Pronto se da cuenta que solo ha sido un mal sueño, Andrés no se ha ido¡
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