Mi abuelo nos despertaba al alba el día en que debíamos partir a Pichilemu, a pesar de que ni mi hermano ni yo, habíamos pegado un ojo pensando en que al día siguiente estaríamos viendo el mar y sus olas. La noche anterior se habían dispuesto canastos con fruta y maletas con la ropa que usaríamos durante los dos meses de verano.
El pueblo se encuentra en la Zona Central, en la Región de O´Higgins. Su nombre: Pichilemu, en mapudungun significa Bosque Pequeño. Los quiyalles, boldos, espinos y peumos, rodean este hermoso balneario. Las playas están rodeadas por centenarias y añosas palmeras.
Los niños – mi hermano y yo – nos levantábamos al alba muy contentos por la expectativa del viaje. Eran los años cincuenta y los trenes eran conducidos por medio de locomotoras a vapor. Esto tenía un riesgo, si abríamos las ventanas, especialmente durante los túneles, se introducían carboncillos en los ojos éstos producían dolor y enrojecimiento apenas soportable. Sin embargo y a pesar de las recomendaciones, nosotros las abríamos cuando nadie nos vigilaba…… con las terribles consecuencias ya descritas. Cuando pasábamos por los túneles, el griterío de los niños era inmenso. Había que pasar tres túneles, el del medio era el más largo de Sudamérica, se llamaba Túnel del Ärbol. Este se encontraba donde empezaba a subir la cordillera de la Costa, entonces el tren iba muy lento, tanto que algunos pasajeros se bajaban, entre ellos mis tíos y caminaban hasta llegar al túnel en donde ascendían, debiendo soportar el enojo del conductor que les llamaba la atención por esa osadía.
El tren iba siempre lleno de pasajeros que aprovechaban las vacaciones para irse cerca del mar. Nosotros viajábamos en primera clase, en asientos aparentemente de cuero, también había carros de tercera con asientos de madera..
Recuerdo pintorescos vendedores que pasaban ofreciendo sus productos, como por ejemplo, el vendedor que iba entero vestido de blanco y que ofrecía las tortitas curicanas que a mi hermano le fascinaban, Se escuchaba la voz ronca de un vendedor que con un gran canasto lleno de botellas gritaba: ”malta, bilz y pílsener”, en realidad se le oía algo asi como: malta, bil y pilsen. Pasaba también el señor que vendía sustancias, esas eran mis favoritas.
A nosotros nos daban de comer huevos duros, emparedados y fruta, aunque de todas maneras, nos compraban todo los que se nos antojaba, nuestros abuelos eran muy generosos.
Mi abuelo amenizaba las dos horas de viaje contándonos cuentos que yo creo inventaba porque cada vez que nosotros le pedíamos uno que ya conocíamos, nos contaba un relato distinto, pero eso los hacía mucho más emocionante. El solo se reía cuando era sorprendido por nosotros, tenía una risa muy contagiosa, de pronto estábamos todos riendo sin saber muy bien el porqué. La mayor parte de los cuentos tenían relación con los trenes, las estaciones rurales y las personas que trabajaban en ellos, él había sido ferroviario hasta que se jubiló, por eso sabía tanto del tema.
Nuestras vacaciones comenzaban cuando nos subíamos al vagón que nos transportaría a la playa, nos hacía muy felices pensar en estar en la playa durante todo el verano
Siempre íbamos contando las estaciones que faltaban para llegar a Pichilemu: Manantiales, Placilla, Nancagua, La Palmilla, Peralillo, Halcones, otras cuyo nombre no recuerdo, así, hasta llegar a nuestro querido balneario.
Una vez en la casa que arrendaba mi abuelo, nos disponíamos a ordenar las cosas traídas desde San Fernando para luego irnos a la playa mas cercana. A veces íbamos a la Playa Principal, frente al Parque Ross; otros días nos llevaban a Punta de Lobos, gran acantilado de veinticinco metros de profundidad, llamado así porque era frecuentado por familias de lobos marinos. Mi abuela disfrutaba cuando mi abuelo nos llevaba a Infiernillo, en el extremo sur de Pichilemu. A menudo íbamos a Cahuil, que significa lugar de gaviotas, su principal atractivo es la producción de sal de costa desde épocas prehispánicas., pero a los niños nos fascinaba porque había una laguna para paseos en bote.
Pronto llegaban nuestros primos de Santiago, que hacían más agradable aún los paseos y travesuras infantiles. A mis primas y a mi nos gustaba ir a Bucalemu porque allí había muchos cisnes de cuello negro, en cambio los primos se entretenían cazando jaibas con mi abuelo, que después cenábamos en casa.
En las tardes, íbamos a la pequeña estación campesina, a dejar y a buscar personas conocidas, a veces solo a mirar quienes llegaban o se iban, disfrutábamos mucho ese paseo.
Todas las vacaciones de mi infancia están ligadas a ese balneario, a los días previos a partir y a la experiencia de viajar en un tren a vapor.
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