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UN NAZI ENAMORADO

En 1841 el gobierno eslovaco aprobó el Código Judío, que consistía en declarar las leyes más extensas de Europa para la confiscación de los bienes de los judíos. Algunas leyes obligaban usar la estrella amarilla, y permitía la deportación a campos de concentración y la usurpación de todos los bienes. Con solo 4 horas de antelación se les avisaba que debían abandonar sus casas y sus bienes. Fueron deportados 80.000 judíos al campo de concentración de Auwswich

Helena fue llevada al campo de concentración y destinada a trabajar en la demolición de escombros de los edificios dañados por la guerra. Posteriormente fue enviada al Almacén Canadá dentro del campo. En una ocasión durante uno de los pocos momentos de paz que tuvieron los cautivos, la hicieron cantar, quedando embelesados con la bella voz que poseía. En ese momento la escuchó Franz, oficial alemán quién subyugado, le pidió que cantara nuevamente. Desde entonces el joven nazi se preocupó de Helena llevándole comida y protegiéndola cuando ameritaba la ocasión. Estaba enamorado.

Para Helena no fue lo mismo, aborrecía a todos los nazis que estaban causando tanto dolor a su pueblo. En el campo se encontró con su hermana y sus dos pequeños hijos. El hombre haciendo ademán de pegarle le susurró al oído que le diera el nombre de su hermana para tratar de salvarla. Fue un infructuoso afán, los niños no podían vivir en ese lugar, fueron llevados a la cámara de gas, pero salvó a su hermana

Al término de la guerra, los nazis huyeron, se salvaron 300 judíos entre ellos las hermanas Helena y Roxika. Hanz logró llegar a salvo a su Alemania natal, se casó con una antigua novia que siempre lo esperó.

Franz no volvió a ver a su amada pero no se sabe cómo siempre se enteró de su vida. Es asi, cómo llegó a manos de Helena, quién estaba casada y tenía dos hijos, una carta de Franz en donde le suplicaba que atestiguara en su favor durante el juicio en Nuremberg.

Helena aceptó y declaró que el alemán había sido gentil con ella, y que después de conocerla, nunca más golpeó a las prisioneras, aunque no olvidó mencionar la suerte de sus dos sobrinos. Si ese particular testimonio falló a favor del acusado, Helena no lo supo, regresó de inmediato a su hogar. Solo se enteró que Hanz regresó con su esposa alemana.

Nunca más se vieron ni supieron del uno hacia el otro Todo quedó en el mal recuerdo de esos aciagos días.




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