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TANGO

Será que soy adicta al tango? Es que cada vez que escucho un bandoneón mis pies se ponen a bailar solos y mi cuerpo se llena de su ritmo. Mi alma trae la nostalgia de épocas pasadas, especialmente si escucho la nasal y suave voz de Carlos Gardel recordando a mi padre agachado sobre el mesón de su taller de sastrería cuando dibuja con la tiza sobre la tela de cortar y su guincha de medir alrededor de su cuello, mientras canta “ La ventanita de mi calle de arrabal” de Mi Buenos Aires querido, también cuando canta:” El día que me quieras, la rosa que engalana….”, esa imagen me ha acompañado todos los días de mi vida, él era feliz, y yo también

Mi otro sastre favorito era mi tío Lalo que con su voz de barítono cantaba todo el dia en su taller del puerto, me encantaba su sonrisa y su canto, sobre todo cuando entonaba “p´a que veas lo que se siente, p á que sientas lo que siento, te lo juro por mi madre que me las vas a pagar”, era todo un espectáculo, mientras cantaba y daba unos pasos de actor consagrado, alrededor de sus ayudantes, en su taller.

Y en esa fiesta de la Cruz Roja, cuando se escucha Cuartito Azul, en la voz Julio Sosa, y el joven más guapo de la fiesta me sacó a bailar, yo apenas me atrevía a dar unos pasos, sin embargo, me sentí tan segura cuando me rodeó con sus fuertes manos y comenzamos a bailar, fue el mejor tango de mi vida, mientras nos deslizábamos por la pista con la admiración de mis amigos y de los suyos, dije para mí misma, con este hombre bailaré el resto de mi vida. Creo que lo decreté porque al año siguiente me casé con él.

Con el tiempo fuimos asiduos a una tanguería muy porteña de la capital, íbamos siempre con Noncho, su primo muy querido y su compañera sentimental, muy exéntrica en el vestir, yo también me vestía especialmente para el tango, con una apertura en mi falda y un par de tacos enormes. Pero creo que ella exageraba sobre todo referente al tajo enorme de su falda, que le llegaba hasta el comienzo de la pantaleta, pero hacía tantas piruetas que todo el mundo la admiraba. Algunas veces allí se realizaba un espectáculo artístico de tango, casi siempre con parejas que venían de Buenos Aires. Finalizado el show ellos sacaban a bailar a los parroquianos del recinto. Y me tocó a mi bailar con el joven bailarín, al principio sentí pudor, yo bailaba bien pero estaba lejos de hacerlo como su pareja. El fue muy gentil, y la cadencia del baile ayudó también para que me relajara y bailara como en las nubes. Fue una linda experiencia.

La pareja de tango del primo desapareció, nunca más la vimos y Noncho cayó en una depresión terrible, tanto es asi que nada lo sacaba de su tristeza, se dedicaba a cantar, bebía mucho y en cada tango dejaba su alma sufriente y lloraba. No bailaba, aunque iba con nosotros, no sabíamos que hacer para que olvidara a la chica y se divirtiera. Era imposible porque ella se había ido al otro lado de la cordillera con el bailarín del último show de la tangueria. Esto lo supo Noncho tiempo después por el dueño del local lo que dejó peor a nuestro amigo, quién vivió un infierno durante años, aferrado al recuerdo de “una muñeca brava”.




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