Déjame que te cuente que, caminando un día por los pasillos de la empresa donde trabajo, encontré nada menos que a Alberto, te acuerdas cuantas veces te hablé de él? Claro hace veinte años, ya lo sé, pero recordarás lo enamorada que estuve de “ese chiquillo”, alto y atlético. Todo fue casi perfecto, tan romántico. Lo conocí en la universidad, a pesar que al principio me significaba un gran esfuerzo salir con alguien porque apenas salía de una terrible decepción amorosa, pero con él fue distinto, quizás por su alegría de vivir, sus ganas de siempre estar haciendo algo, escribiendo poemas, tocando la guitarra, cantando y convenciendo al grupo de jóvenes estudiantes para irnos a la playa los fines de semana y bañarnos a la luz de la luna. Luego sentados en la arena alrededor de una fogata nos poníamos a cantar, éramos jóvenes, vivíamos intensamente, sentíamos que teníamos toda la vida por delante.
Fue en una de esos fines de semana en que de regreso a la cabaña, bebimos un par de copas que a mi me embriagó por la falta de costumbre, entonces comenzó a besarme acariciando mi cuello mientras decía bajito; Angélica eres mi ángel, nunca te olvidaré. Estuvimos poco tiempo juntos pero fue una linda relación , disfrutando hasta con las cosas más simples de la vida, solíamos caminar por las calles vacías, su sueño era transformar la ciudad aprovechando la belleza de las casas viejas, eso lo haría cuando se transformara en arquitecto, quería salvar intacto el estilo colonial y lucharía para que jamás se destruyeran para levantar horribles edificios.
Todos estos recuerdos vinieron a mi mente mientras nos abrazábamos. Alberto qué alegría verte, estás más guapo que hace veinte años. Tu también estás muy linda, tal vez más delgada pero te hubiera reconocido en cualquier parte. Tenemos que juntarnos para hablar, tomarnos un cafecito, que te parece? Y mientras escribía mi número telefónico, me preguntó. Disculpa, cuál es tu nombre?
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