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Foto del escritorLeonel Huerta

Actualizado: 11 oct 2022

El pequeño titán que vive en mí lleva un tiempo torturándome. Cuando creo que puedo seguir escribiendo, vuelve sin contemplación a embestir. Solo seis calmantes en la tira; todos a la boca. Masticar y masticar. Las pastillas solo han aumentado el martirio. Tres de la mañana: no tengo dónde ir. Busco alcohol en la cocina. De la última junta no queda una gota. Se ha convertido en mi elefante blanco. No encuentro solución para este pesar. Desesperado, abro cajones; en uno de ellos, un alicate me llama la atención. Doy vueltas por el pequeño departamento y saco la cabeza por la ventana esperando que el frío adormezca el dolor. La calle vacía: mi suplicio ausente de todos. El pequeño titán sigue latiendo con más tesón, imponiendo nuevos niveles de dolor y angustia. En el baño el espejo revela la cruel realidad. La cara hinchada, deforme: me convierto en el nuevo Gregor Samsa. Abro la boca y lo veo. Sé qué debo hacer: a mi espalda, el cajón aún sigue abierto.


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Foto del escritorLeonel Huerta

Actualizado: 27 sept 2022

Compre usted, en su local preferido, unas cuantas presas de pollo, gorditas y blancas, ojalá con todo el cuero; así la receta de la abuelita quedara aún con mayor sabor. Porque no creo que usted esté dispuesto a comprar un ave viva para luego con sus manos matarla y quitarle las plumas, pasar por el proceso de tirarle el cogote y luego desplumar; dejando la casa impregnada a ese olor a carne caliente y, además, lo probable es que todo el barrio reclame.




Lo que buscamos es el sabor del antiguo plato de la abuela. Bueno, pero usted ya sabe que ese pollo que está comprando, alimentado con trigo, maíz, soja, harina de girasol, sal, fosfato y otros ingredientes, por ningún motivo tendrá el gustillo del antiguo. Debemos agregar que el pollo de engorde casi no camina, puesto que el alimento está muy cerca de él, no sale del gallinero, no conoce el pasto, no ha visto el sol y jamás ha escapado de perro alguno: le falta calle [me recuerda a algunos políticos]. No es que quiera destruir la receta, pero también le aviso, que una vez muerto el animal, las empresas le inyectan agua, y el 20 % de su compra será el sagrado líquido, o sea, que su ave no es solo carne, también tiene un mentiroso relleno [me recuerda otros políticos]. Donde la abuelita, la gallina se mataba y se comía en el mismo día; hoy la cosa no es así. Es importante la sal para la mantención de la carne, de tal manera que en su hogar el ex plumífero dure a lo menos siete días —número sagrado—; usted tiene ocho días para devolver el cadáver. Si el pollo es de cuero muy blanco, entonces dude de la frescura, a ese lo lavaron con cloro, pues está a punto de vencer [otra vez me acordé de los políticos]. Encontrar pollos a la antigua es casi imposible, por lo tanto, la receta de la abuelita no será jamás, hoy todos son de criadero. Todos hechos a la medida. Del antiguo pollo, casi no quedan.




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Foto del escritorLeonel Huerta

Actualizado: 5 oct 2021

El animal ya no podía más. El hombre debía hacer la entrega. Montado en la carreta, fustigaba al caballo; no se movía. Desesperado, bajó para hablar con él, acariciando su cabeza; mas un nuevo flagelo brotó de su látigo. Ambos miraban al cielo pidiendo explicaciones, como si Dios fuera el culpable de sus vidas. Amo y esclavo; ¿quién era quién? Un nuevo movimiento de manos y el cuero caía sobre el lomo del que fuera corcel. Le hizo promesa: Está será la última vez; luego podrás descansar, viejo amigo. El compañero seguía estático. Solo faltaban unos pocos kilómetros; de no cumplir con el contrato, lo perdería todo. La mancha blanca de su cabeza apuntaba al suelo; las siguientes agresiones con el rebenque, tampoco dieron resultado. El hombre sabía que ya estaba todo perdido; sin embargo, siguió torturando al jamelgo una y otra vez; con el golpe treinta y ocho, cayó agonizante. El carretón volcó: las calabazas rodaron por todas partes. No pudo controlar la turba que, embrutecida, tomaba los zapallos. Miró al animal casi muerto; su carro vacío. Con furia descomunal, un último azote mató al pinto.









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