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Writer's pictureentre parentesis

Para qué malgastar las horas, si puedo regalarte estos minúsculos ramilletes de pensamientos. Ya podré dormitar acurrucado a tu pecho, palpitando al unísono nuestras auroras. Por ahora, prefiero dedicarme a esa labor diminuta, como cuando te escribía en los tacos calendarios, en una gigantesca máquina de escribir planillera, ajustando mi enarbolado amor, mi pasión loca por tu piel en capullo, a ese minúsculo trozo de papel.

Igual como, a los tiempos, en los diez minutos de un microbús que subía hasta la cima de nuestro puerto, iba dejando mis gotas de poesía, incubando este cable a tierra que me sustenta frente a cualquier obstáculo o amenaza.

Esas frases diminutas, apiladas en hojas amarillas, que fueron compaginando mi amor remozado, rebelde, porfiado, combativo amor, blindando tus dolores, amortiguando las penas, creciendo desde la inmensidad de las angustias para convertirse en vertiente que saciaba la sed en el momento justo, como si las plegarias escuchadas nos acompasaran en un nuevo preludio del amor, ascendiendo con sudores, con la constancia de nuestros sueños, brincando por los momentos difíciles, hasta dejarlos atrás, sepultados.

Hasta llegar rasmillados y amantes hasta la cumbre, con las rodillas espinadas, pero con el fuelle increíble que nos permitía plantar las banderillas del triunfo cotidiano en nuestro territorio acorazado.




Writer's pictureentre parentesis

Fue decisión del absurdo censor

de las fantasías rosas

y la amatoria,

publicar en el Diario Oficial,

junto al horóscopo,

mi muerte presunta.


Quise asumirme muerto,

pero se rebeló mi savia de labriego.

Dejé de existir por un decreto

y pasó como un soplo

el dolor de mis amigos.


Mustia mi estrofa

fue rebotando féretros.

Por los rincones quedaron

mis fósiles cuadernos,

se oxidó mi medalla,

se apolillaron mis diplomas.


Mi foto se archivó

con ropas viejas y así

transité por baratillos,

disecado, huérfano,

pasado a naftalina

y amarillo.


Mi muerte en nada varió los ascensores.

Las ferias encarecieron sus limones.

Un ministro recomendó usar vinagre

y en otro decreto omnipotente,

junto al mío,

fijaron recetarios oficiales.


Mi muerte nada varió,

Mas, mi sombrero

se lastimó apolillado

en el granero.


No toleré el hielo legal

sobre mi frente

y morí de verdad,

porfiadamente.


Los responsos compartí

de cuerpo ausente,

incrédulo testigo

de los discursos últimos.

En la misa desertaron

mis parientes,

la falta de gloriado

se hizo evidente.

Mi suegra arregló bien su peinado

celebrando en las páginas sociales.

La socia flaca se fue con mi negocio,

y siguió sus fofos amores torturantes.

Descansé de avalar tanto descaro

y al buen rato disfruté confiado

el flamante status

de finado.

Con qué ironía se ha escrito mi epitafio,

inflando el ego

del buen sepulturero,

para mentir de últimas

que fuiste un hombre íntegro,

que martillaste lunas

y que moriste a tiempo.

Así partí,

cayendo a mis mazmorras.

Hasta que Él llegó

a compartir mi mesa

y mis hijos …

viendo Tele

se quedaron.




Writer's pictureentre parentesis

Dejó su perfume de diosa dormida,

desazón primaria,

precoz fantasía.

Chiruca era prima

de albos zoquetes,

sus muslos, columnas

de brisas ardientes.

Rococó, quillay,

su pelo de arenas,

la prima dormía entre veinte almenas.

Manzana, cristal,

mazorca temprana,

luminoso juego

su piel pregonaba.

Laberintos de aroma muy tibio,

tobogán de lunas,

callado erotismo…

Trepado en su lecho,

de bronce y perillas,

yo era Tex Selenius,

ella mi cautiva.

Intuición de almíbares,

yo era el vigía,

ella mi afrodita,

mi rosa encendida.

Sin fanal ni brújulas,

en el gran navío,

fue sensual durmiente,

yo, su duendecillo.

Y mientras sus labios

musitaban noche,

eran poesía,

yo, con mis tres años,

para poseerla

tan solo la olía.




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