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  • Writer: entre parentesis
    entre parentesis
  • Jun 17, 2024
  • 1 min read

Nunca me gustó

ir a los cementerios

Cuando lo hacía

la vida rebasaba mis ojos


Se prendía a la piel pálida

de las mujeres de negro

en encabritado deseo

que hasta juzgué sacrílego


Me horrorizaba

el campo de lápidas

y la flor agonizando


Siempre quise salir ligero

Prenderme al viento

y soñar frenético

con dos viudas dolidas


Sí,

nunca me gustó ir a los cementerios

Pero eran escala obligada

de las quintas de recreo


Cuando suene la sirena de mi turno

-voy a quejarme por anticipado-

no se les ocurra archivarme

en un frío ambiente de soltero


No me torturen

con el agua mustia

que dejará vuestro olvido


Ahórrense la visita formal

los primeros de noviembre

Déjenme zarpar sereno

hasta el litoral del limbo


Déjenme recalar sin prisa

allí donde me envíe

el gran portero.



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  • Writer: entre parentesis
    entre parentesis
  • Jun 17, 2024
  • 1 min read

A mi abuela Blanca Laura Narbona


La muerte viajó en el viento y derrotó a la primavera

Malvada asesina; entre mis manos quisiera tenerte

Y azotarte con lágrimas derramadas

Te fuiste, madre mía

¡Cesaron tus penurias!

Pero nosotros, inmóviles en el tiempo,

te vimos alejarte en ese carro de noche


La muerte viajó en e viento

Llegó junto a tu lecho

Con su trágica misión

En esa nubosa mañana

Se fue yendo el alma de tu cuerpo

Cerráronse tus párpados;

nos rozaste con tu infinita mirada

y nos dejaste el último suspiro

envuelto en un sollozo

¿Por qué tenías que morir?

¡Cuánto te añoramos!

Ahora sólo nos queda tu santo recuerdo

Forjaremos tu imagen bendita

Con el fuego del corazón

Y el hierro del alma.



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  • Writer: entre parentesis
    entre parentesis
  • Jun 17, 2024
  • 2 min read

Mi primera aproximación a la muerte fue cuando murió mi abuela paterna, un once de septiembre de 1961. Esa mañana el gato amarillo se desesperó maullando en el pasillo de la vieja casona. Eran casi las nueve de la mañana y mi madre preguntó si había despertado la mamita Lala. Fui a verla y su rostro resplandecía de paz, respiraba muy bajito y parecía descansar sin dolor alguno. Corrí a avisar que dormía, mi madre vino y como vio que ese sueño profundo no era normal, partió a llamar a mi padre, por el teléfono del Retén, que quedaba justo al lado de nuestra casa.

La reacción de niño cuando ella dejó de respirar, mientras brotaban los llantos de las mujeres y mi padre aún no llegaba, fue de inusitada alegría. Porque ella estaba diáfana, bonita, sin ese dolor que no la dejaba descansar. Bajé a buscar a mis amigos del barrio y a todos les fui mostrando a mi abuelita, que ya fría y elegante reposaba sobre su lecho, cubierta por una sábana blanca, que yo sentía le molestaba en el rostro plácido. A la usanza antigua, el velorio se instaló en casa y al día siguiente, la misa y una carroza con caballos inició su último viaje terreno. No lloré, sólo le escribí un poema, la muerte viajó en el viento y derrotó a la primavera.

Mi abuela había nacido un dieciocho de septiembre al despuntar el siglo y no pudo llegar a esa fiesta con guitarras que ella disfrutaba postrada en su lecho, pero sonriente. Así fue mi primer topón con la muerte.

A continuación, dejo este hilo de poemas que han ido reflejando esta relación de irreverencia y respeto con la inexorable Madonna.


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