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Lluvia de meteoritos Yuray Tolentino Hevia

…y mis cenizas se desparramarán por todos los continentes, seré útil. Sólo un poco; pero las cenizas son cenizas y firmarán parte del suelo.

Celidoscopio, Ray Bradbury.


Ver una estrella fugaz siempre nos lleva a pedir un deseo, a pensar en un sueño, a dar nombre a ese haz de luz. Caer aunque seamos estrellas es un ejercicio del diario sobrevivir.

Invitar a la lectura de Caleidoscopio de Yoan Vega, es invitar a ver una “lluvia de meteoritos”, donde cada historia ha caído al azahar sobre diferentes ciudades, sobre diferentes techos, que puede ser el suyo o el del vecino más lejano que habita al lado de la luna. Puede que para algunos resulte “un libro raro”, ¡ojo! lea despacio porque todos los techos, mejor dicho: todos los relatos son vasos comunicantes, así que no pierda de vista ni olvide cada palabra que lea. Con una mezcla de maestría y hasta de ingenuidad este autor mediante el recurso de la caja china inserta historias dentro de otras historias a través de mudas del narrador (que son temporales, espaciales y de nivel de realidad).


Caleidoscopio es un libro que se va multiplicando y creciendo a medida que avanza. En cada o capítulo su autor divide y subdivide en múltiples planos el nivel de realidad de las historias que se (entre)mezclan entre sí, de principio a fin en el libro; por lo que estas realidades novelescas se mueven entre la ficción y no ficción, entre el mundo real y el mundo fantástico.


Yoan Vega proyecta su Caleidoscopio hacia el interior de cada uno de nosotros, hacia nuestro otro yo, incógnito, niño, poético y humano.


Güira de Melena, Cuba, en el encierro de la cuarentena

a los 30 días del mes de mayo del 2020.


Yoan Vega (Santa Clara 1979). Ha incursionado en el teatro como actor, la poesía y el cuento. Su libro Caleidoscopio fue publicado en el año 2013 y en 2023 tiene una segunda reedición. Reside en Miami, EUA.


TRAS LA CORTINA


Imagina la vida Claudio, desbocada en tu sonrisa, cada vez que me esperas a la salida de los conciertos. Adivina la comunión prominente entre el piano y yo. No me es ausente tu interés por mi música. Tendría que obviarte en las tardes de domingo, cuando te acercas con mi CD en mano, el desapego de tu novia y mis ganas de decirte tanto. Me parece, he creado una habilidad en disimular nerviosismos pero no lo consigo del todo. Salgo a buscar ilusiones en la noche para mitigar mi propia soledad creativa. Me idealizas en las conversaciones del chat porque piensas que soy inaccesible. Bajo esta apariencia de artista consagrado, hay alguien que muere por explicarse ante ti. Esto parece una carta, dibujos en el aire suelen ser la secuencia de mis pensamientos, cuando los colmas de ideas y te vuelven a describir. Entonces aprendo a adaptarme a la incertidumbre pero la nota latente no se va, quiere vivir en mi deseo oculto.

Toco para muchos para evitar tu reflejo, eres el único entre tantos asientos vacíos, y llenos de personas, inexistentes. Basta con tu simple sonrisa para volar, como hago en sueños, sin saber cuáles son los tuyos. Imagino que también miras al techo, buscando metáforas para seguir viviendo, típico de nuestra generación. Filosofar hasta las posibilidades, escarbar donde nunca hubo nada. No entiendo está desazón como una constante y ni siquiera sé si deba cruzar los límites entre tú y yo. A veces te miro, sin que sepas, me escondo en las paredes de tu cuerpo para glorificar mi existencia. Entonces divago y es una locura cuando el agua cae encima de mis aspiraciones sin culmen. Conozco cada matiz de tu piel y sin embargo me persigue el torrente de un mar imaginario, bautizando de tempestades la propia existencia.

Me debo empezar abandonar ante mi entrada, en los aplausos, al fin y al cabo se ha vuelto una constante; es la moda de este siglo y todos lo hacemos. No sé por qué sigo pensando en ti, la música es lo único real -entre nosotros- y sería triste pensar que solo nos unen varios pentagramas, conocidos por la costumbre de mi rutina. Allí estás, vuelvo a sentir esa cortina blanca donde no puedo ser un niño y correr. ¿Si solo supieras cuántos acordes llevan tu nombre? Vuelvo a recrear la desnudez de tu figura en pasillos húmedos pero siempre una ola me arrastra a la deriva y te vuelves a ausentar en mis recuerdos.

Por respeto no digo casi nada. Me vuelvo mudo en mi cansancio de tanto sentir. Hay una barrera entre lo que quiero vivir y lo que puedo o podría querer. Llevo este secreto en cada pieza tocada, esculpida, por el letargo de tanto esperar por lo abstracto. Ya viene el azul, posee mis dedos, ilumina las manos y sus aplausos consecutivos. Solo teclas se escuchan en silencio y dentro, muy dentro… la tormenta callada. He de callar los temblores intermitentes de mis piernas. Sonreír con la perfecta simetría de los payasos, para dejar a la soledad construir lo mejor de tu recuerdo. Del agua, las gotas.







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