Amigos lectores de Entre Paréntesis hoy les propongo un acercamiento a tres momentos en la obra de un artista cubano radicado en los Estados Unidos: Osmar René Reyes Valdés.
ASÍES, EL RETRATO
Saint Exupery escribió: lo esencial es invisible a los ojos, se mira con el corazón; y justamente a partir de la mirada interior y controvertida de este creador es que llegamos a estos diez lienzos altamente sensoriales y con una belleza cataléptica vista desde el otro “yo” de Osmar René Reyes Valdés (San Antonio de los Baños, marzo 10 de 1973).
Puede que para algunos espectadores Asíes sea una exposición de retratos grotescos y deformados; sin embargo, mucho revelan estas imágenes, lejos de las archiconocidas frases: que linda quedó o está igualito. Osmar a través de una pincelada ácida, segura, ágil, precisa y con gran dominio del color y la composición mira y resuelve estos rostros como si los viera por un catalejo donde mezcla la academia y lo contemporáneo.
Al igual que Arche, Rembrant, Van Gog, Gaujin, Marplenthorpe gusta Reyes de autorretratarse no una sino en múltiples ocasiones desde 1988 a la fecha. Si bien es cierto que en la paleta cromática ha impreso un sello “muy” personal que lo identifica como un alumno aventajado de su generación, cada obra difiere de la otra no solo por el período de creación, en Autorretrato (2010) su karma se encuentra en un espacio etéreo donde cohabita el hombre enajenado, el materialista-dialecto, el sicodélico, impulsivo, tierno, y hasta el “crazy”, porque en Osmar cada uno de ellos tiene su tiempo y espacio. El embrujo de esta obra está en el color, es la combinación de los colores primarios y cálidos lo que nos devela toda la adrenalina que el artista necesita quemar ya sea en la pintura o en la vida diaria. Hay excitación, pasión, estímulo, luz; pero ¡cuidado! no caiga en su juego y no deje que le provoque la pupila, detrás de esa imagen hay un fondo verde-azul que habla de un hombre sereno, tranquilo, frío -en ocasiones- pero infinito. En este autorretrato hay lucha, movimiento, confusión, también delicadeza, ritmo, encanto y sobre todo una visualidad muy fuerte en la mirada: la ternura de un niño y la dureza del guerrero. La caída frontal de algo del cabello hace más profunda la frente mientras que la larga barba, algo encanecida, nos dice que en este ORV los años… ya son visibles.
Asíes, nos trae el retrato desde otro prisma pero con el mismo concepto y esencia de toda la historia de la pintura.
MUCHAS MELODÍAS PARA UN SOLO LEO(MO-OS)NARDO
Más allá del paso del tiempo, continuamente los estilos artísticos son revisitados y recontextualizados, sin importar el lugar o la técnica utilizada. Existen figuras icónicas en la historia del arte que no envejecen, y se han convertido en creadores fetiches; tal es el caso de Leonardo da Vinci; quien a los 18 años luego del 2000 nos llega en un nuevo óleo sobre lienzo del ariguanabense Osmar Reyes Valdés, “La melodía de Monardo”, es el título de la pieza. Puro ingenio y sentido del humor al parafrasear una de sus obras más famosas.
Tres retratos de Leonardo, en primer plano, recostado sobre el marco de una ventana, como conversando con el espectador, nos atrapa a primera hora; sabe este pintor como trabajar la relación fondo / figura, y crear metahistorias narratológicas que pueden ser de todos.
El centro de la obra es el color y la pincelada gruesa que gotea. Contrastes y empastes que atrapan. Colores estridentes y algo sucios -intencionalmente por el artista-, donde un color (de manera libre) sucede al otro; de ahí que los rojos dan paso a los blancos del centro, remarcado dicho color por la barba de Leonardo. Por último los azules con manchas amarillas y naranjas del cielo del fondo se entremezclan como si fueran uno solo.
Rojo, blanco y azul, trilogía de color presente en muchas banderas, entre ellas la cubana y la francesa, justamente en este país vivió da Vinci los últimos años de su vida. Modernismo y cubanía en un Leo(Mo)nardo que carga un gallo que de momento da paso a un arlequín.
Osmar busca en la psiquis de Leonardo, uno de sus creadores fetiche, su alma y la suya; fusionadas a través de las pinceladas y texturas. El sentido de la composición es algo que no pierde de vista, así como la casi nula expresión del rostro de da Vinci y su expresión gestual.
Reyes, bien sabe unir el paisaje y su memoria personal, de ahí que confluyan hacia los fondos calles de su natal San Antonio de los Baños, la iglesia del pueblo, la torre Eifel, una pirámide con la figura del caballo -símbolo recurrente, a pesar de la distancia temporal, en ambos pintores- y cuerpos humanos o cariátides, que se fugan al cielo, sin un rostro definido. Llama la atención que las cabezas parecen llevar una bombilla blanca o un huevo, ¿acaso esos rostros tapados son la luz de los artistas? ¿acaso nos quiere remitir a la pintura al temple de huevo? Puede que sí… puede que no.
En mi opinión atenta contra el cuadro el sentido anecdótico que lo que recorre… son tantas historias en una sola obra, que un espectador digamos “sin experiencia” se podría perder a la hora de mirar, porque lo primero que hacemos es ver… y con Osmar no vale ver sino mirar, para encontrar los atajos de la historia. Puede que algunos sigan esperando un salto en la paleta de colores pero es este creador, un pintor ante todo, y sobre todo; cuya melodía ha bebido consiente e inconscientemente de las sinfonías del gran Monardo.
TORBELLINOS EN FASE DE COLORES
Un remolino cromático envuelve y atrapa a quienes se acercan a la obra del pintor cubano Osmar René Reyes Valdés nacido en San Antonio de los Baños el 10 de marzo de 1973 y residente en el estado de Nebraska en Estados Unidos, país al que emigró en el 2016.
La obra de Reyes Valdés se distingue desde los inicios en su país natal por la fuerza y la mezcla del color, y por el dominio del espacio en el lienzo y la relación fondo/figura, donde sin dudas es un maestro. Al relatar su mundo interior de manera anecdótica e intelectivamente nos llena de referentes universales y locales. Todo un proceso psicológico, perceptivo y de emociones envuelve la obra de este artista, procesos que son transferidos a los espectadores cuando traspasan el umbral de la galería.
En Marzo del 2020 tuvo lugar la muestra personal Petrified Memories en Grand Island, ciudad del estado de Nebraska. Trece lienzos de gran formato formaron la muestra. El misticismo de las composiciones irreales y emotivas embrujó con las figuras y las construcciones arquitectónicas suspendidas de los espacios. La inconfundible libertad de la utopía fue tomada por el pincel de Osmar y recreada con temas universales a partir de su nuevo nivel de realidad. Siendo una pintura más puramente americana con algunos símbolos de paisaje cubanos.
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