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  • Writer: entre parentesis
    entre parentesis
  • Apr 15, 2021
  • 1 min read

Updated: Aug 27, 2021

A todos nos ha pasado, que amigos que estaban en Facebook de pronto fallezcan y que sigan en su muro, participando de la red. El punto es que, en proyección, miles y miles de miembros de esta red habremos muerto y seguirán los posteos y las fotos como una mega biblioteca de la civilización del siglo XXI, donde quedarán las huellas de nuestro paso por esta dimensión, en un disco duro que flota en alta mar, en una telaraña gigante que se va tragando a la humanidad.


Facebook tendrá más muertos que vivos y los antropólogos del siguiente siglo indagarán en nuestras historias sobre los hábitos culturales de éste, nuestro tiempo. Hasta ahora, a Facebook no se le ocurre un link al más allá, quizás a la mitad del túnel, que permita cerrar la cuenta o dejarla de herencia para los reservorios del futuro.


Facebook es la vida al aire libre, en la vereda de gigantescas ferias, donde somos virtuales y en esa dimensión inmortales, claro, hasta que no venga el gran hermano y te formatee los archivos y dé tu espacio en locación a otros clientes.


Por ahora, convivo en la red con amigos que ya partieron y los diviso cada tanto. Hasta ahora, ninguno me ha comentado nada, ni me ha enviado algún me gusta. Pero, cuando sean más los muertos que los vivos en la red, será tétrico deambular por muros inermes que nunca más se actualizaron. Salvo que algunos espíritus traviesos comiencen a buscar romances tardíos en los sitios de solteros.


Buaaaaaá, tenga cuidado...


Caballero de la Rosa



 
 
 
  • Writer: entre parentesis
    entre parentesis
  • Apr 8, 2021
  • 2 min read

Con tus pinceles de fuego, con el dolor de Guernica, con los resabios del exilio, con los dolores de España en el corazón, estuviste de cumpleaños 90 y París te homenajeaba. Habías testimoniado al mundo los valores de la República española asediada, el horror de la guerra civil. Además de romper las escuelas pictóricas con gran osadía, habías mantenido tu militancia comunista desde fines de la segunda guerra mundial.

Era octubre de 1971, el Louvre rendía homenaje en vida a Pablo Picasso y en ese teatro impresionante, Palais des Sports de París, estuvimos conmovidos. Cantaba Paco Ibáñez, el gran trovador español. Pablo Neruda andaba por Estocolmo recibiendo su premio Nobel.

Éramos tres embajadores juveniles del gobierno popular chileno que concurríamos a un Congreso donde nuestros anfitriones eran protagonistas recientes del París de Mayo de 1968. Habíamos sido recibidos como voceros apasionados de una experiencia libertaria en el sur del mundo, nuestras voces eran de paz, pregoneros de la vía democrática al socialismo que se abría en Chile.

Por eso fuimos Invitados a tu cumpleaños noventa, Pablo Picasso.

Pacifista, comunista, Pablo Ruiz Picasso había sido nombrado director del Museo del Prado, por el gobierno republicano. En medio de la guerra civil, en 1937 pintó uno de sus cuadros más famosos, el Guernica, un alegato contra la guerra y el terror infligido a la población civil durante el bombardeo aéreo alemán sobre Guernica, obra que expresa la angustia frente a las máquinas de muerte inauguradas por el nazismo.

Y vivimos la celebración masiva rebasados de asombro. Con las manos llenas de racimos, sin poder llevar con nosotros sino parte, apenas una pizca, de esa emoción indeleble. Sin alcanzar a dimensionar que estábamos en una conjunción del planeta, con dos Pablos libertarios mostrando caminos de humanidad. De conocerte, desde mi precario saber, para aprenderlo todo y estar, simplemente estar y aplaudirte. Y comentarte para los nietos que entonces ni siquiera imaginábamos. Y recordar por siempre tu pintura que remecía tiranías, con sus grises atrevidos cual alaridos de impotencia, con su fuerza testimonial.

Y nuestras almas, saboreando la libertad en ése tu cumpleaños noventa, en París, como un mosaico de sueños que quedaron desvencijados en un diario de vida, inmolado en la hora cero. Justo antes que empezaran nuestra propia historia y nuestros propios exilios.


Hernán Narbona Véliz



 
 
 
  • Writer: entre parentesis
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  • Apr 1, 2021
  • 4 min read

¿Dónde están hoy los intelectuales? ¿Cómo quedaron perdidos los sueños de reformas sociales que se encendían en las universidades para formar al hombre nuevo? ¿Cómo se perdió el debate académico y científico?

Los intelectuales, esas personas que dedican sus energías principales al pensamiento científico y lúdico, a la creación de ideas, a las artes, a la crítica social y política, a la orientación prospectiva de la sociedad, han declinado con la implantación del modelo neoliberal y su influencia política hoy es mínima.

Noam Chomsky lingüista y ensayista norteamericano, definió a un intelectual como una persona que usa su cerebro. Todo el mundo usa su cerebro, por supuesto, pero, más allá de ese uso necesario para la supervivencia, hay actividades que se refieren a la opinión pública, a asuntos de interés general. “Yo no llamaría intelectual a alguien que traduce un manuscrito griego, porque hace un trabajo básicamente mecánico. El decaimiento de la palabra permite distinguir entre quienes la utilizan con respeto y coherencia y otros que la utilizan a su antojo, buscando en la palabrería impostar de intelectuales. Hay quizás pocos profesores que puedan llamarse verdaderamente intelectuales. Por otra parte, un trabajador del acero que es organizador sindical y se preocupa por los asuntos internacionales puede muy bien ser un intelectual. Es decir, la condición de intelectual no es el correlato de una profesión determinada”.

Este pensador ha reflexionado sobre el papel que cumplen los intelectuales cuando, en lugar de ejercer la crítica social y política, pasan a formar parte del gobierno de un país. Cita, como ejemplo, experiencias que se desarrollaron en distintas épocas en los Estados Unidos, entre ellas la administración de John Fitzgerald Kennedy, quien reunió a su alrededor a brillantes figuras del mundo cultural y artístico. En general, los resultados fueron negativos. Temerosos de equivocarse, cautivos de su prestigio, los cerebros más destacados de una nación, convertidos en funcionarios, demostraron una nociva rigidez.

Por su parte, Paul Johnson, escritor, historiador y periodista británico católico, escribía en enero de 2005, en el National Review sobre la decadencia y caída de la intelectualidad occidental y allí marcaba la falta de talento en los denominados intelectuales de hoy, que más bien son productos de marketing, envueltos en el celofán de la soberbia.

En nuestra realidad e historia reciente, podemos comprobar que aquellos líderes universitarios de los sesenta, que pintaban como líderes espirituales, críticos de su entorno, salvo contadas excepciones, se han ido pasmando.

El sentido mercantilista sustituyó el sentido principista de la cátedra universitaria y el pragmatismo recomendó archivar la crítica, para así poder ser elegible en los fondos concursables, mirando el negocio antes que la función social histórica, la de ser voz crítica y prospectiva de la sociedad.

El decaimiento de la palabra permite distinguir entre quienes la utilizan con respeto y coherencia y otros que la utilizan a su antojo, buscando en la palabrería, impostar de intelectuales. Este deterioro de la calidad de los que deberían iluminar caminos se ha producido, precisamente, en la medida que se fueron encandilando con el tener y dejaron de lado el ser. Los parámetros de éxito en la sociedad de consumo indican que hay que posicionar un nombre que atraiga el dinero.

En las elites académicas se abandonó el debate. Durante la dictadura militar, el miedo caló hondo y muchos de los que hoy detentan la dirección de casas de estudios, se enclaustraron, literalmente, en sus cúpulas de cristal para que no los alcanzara el ojo censor del poder y, así, trataron de flotar y transitar sin magulladuras el período represivo. Se debe recordar que al inicio del proceso militar la represión “había limpiado”la academia de pensadores marxistas o reformistas, quedando, a partir de allí, la obsecuencia instalada en las conciencias. Sin embargo, esta situación, que se podría entender como cuestión de sobrevivencia, fruto del miedo enquistado en la sociedad, no terminó con la aparente recuperación democrática, sino que, simplemente, se profundizó con nuevas coordenadas.

Los académicos perdieron la brújula, comenzaron a competir entre ellos por fondos concursables, entraron sin mínima autocrítica en un sistema universitario, cooptado por el lucro, que fue degradando la función investigadora de las casas de estudios. El sentido mercantilista, significó adherir a la codicia ambiental, sustituyendo el sentido principista de la cátedra universitaria. Finalmente, el pragmatismo servil, justificó el abandono de la ética y archivó la sana crítica, cayendo en la corrupción de priorizar el negocio, en vez de cumplir con el rol social de ser voz crítica y prospectiva de la sociedad.

La falta de planteamientos de las universidades frente al acontecer de la sociedad, refleja la deshumanización de la élite que ha provocado este fenómeno de cosificación de la misión universitaria. Mantener cátedra universitaria dejó de ser un honor, que premiaba el pensamiento y la austeridad, y comenzó, cada vez más, a convertirse en un asunto de negocios. Los pensadores, los doctrinarios, los que aportaban visiones más allá del bosque, quedaron reducidos a una mínima cohorte, marginada del poder, envejeciendo sin que surgiera una generación intelectual de recambio, quedando en evidencia, el abandono la función principal de la universidad, ser cuna de ideas y de conocimiento.

En la dinámica actual, el debate se ha dejado de lado. Hasta las denominadas universidades tradicionales sucumbieron al afán de lucro. Se teme al disenso fecundo. Se busca liderar con un buen producto y un buen mercadeo, sin cruzar ideas, temiendo al emplazamiento, eludiendo metódicamente cualquier planteamiento categórico. La crítica política no surge de las aulas universitarias, la cuestión regional o comunal no figura en sus planteamientos, y todo eso impacta en los educandos, que reciben una formación feble, paupérrima de valores, que no busca promover personas libres, sino que castra por omisión, el real espíritu democrático, la libertad de descubrir e imaginar, la libertad de poner en la agenda sus propias ideas de sociedad, sin temor a equivocarse.

Por eso, una labor titánica para las futuras generaciones será rescatar la palabra y erradicar la palabrería.



 
 
 
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